Arquitectura urbana disuasoria
Las ciudades se debaten entre poner dificultades o no a determinados usos del mobiliario callejero
Las ciudades pueden ser lugares inhóspitos, sobre todo si uno tiene su hogar directamente en sus calles. De un tiempo a esta parte, en muchas urbes se ha abierto el debate sobre si hay que tomar medidas, y cuáles deben ser, para evitar que gente sin hogar use elementos del mobiliario urbano como bancos, soportales, huecos de escaleras y hasta espacios libres debajo de los puentes para tumbarse, dormir y hasta instalarse de forma más o menos permanente, o si, por el contrario, hay que tomar otro tipo de medidas y mientras, permitir que estas personas puedan hacer el uso que necesiten del espacio ciudadano.
Los argumentos de los que están a favor de poner dificultades a los que usan el espacio público como si fuera el salón de su casa van desde las quejas por los problemas higiénicos, pasando por los perjuicios comerciales, el daño al turismo e incluso la seguridad, que es el argumento que usan algunas entidades bancarias para cerrar el acceso a sus cajeros durante la noche.
Ferran Busquets, director de la Fundació Arrels, recuerda que hasta la fecha “ha habido más casos de indigentes agredidos que no al revés”, y que hay que entender que, obviamente, sería muy deseable que no hubiera gente viviendo en la calle, pero la realidad es muy distinta y para estas personas la calle “es su casa” y lo que hay que hacer es adoptar otro tipo de medidas para estas personas que están en situación de “extrema vulnerabilidad y que ven vulnerados muchos de sus derechos”. Busquets se lamenta, además, de que muchas veces este tipo de soluciones se adopten más por la “presión de la ciudadanía” que por iniciativa propia de las administraciones.
Ya hay ciudades que cuentan con estos elementos de arquitectura “defensiva” o disuasoria, cuya función, de forma más o menos disimulada no es sólo evitar determinadas actitudes (también para el incivismo), mediante barreras físicas sino, según Busquets, “invisibilizar” a este tipo de personas y expulsarlas del centro de las ciudades.
“No tendríamos que esconder nuestras vergüenzas como sociedad y que haya gente durmiendo en la calle, es una de ellas”, opina el director de Arrels.
En junio del 2014, en Londres aparecieron unos “pinchos” metálicos en el suelo del portal de un edificio de la calle Southwark Bridge. El alcalde de la capital británica, Boris Johnson, estuvo entre los que mostraron su repulsa ante la iniciativa, atribuida a los promotores inmobiliarios del edificio, que calificó en Twitter de “fea, contra sus propios intereses y estúpida”. Esto no quita que Londres cuente con varios modelos de bancos con apoyabrazos que impiden que nadie se pueda tumbar en ellos, o que en Oxford existan también este tipo de bancos y con el asiento curvo.
En Montreal (Canadá), en algunas paradas de autobús, se han instalado taburetes a distintas alturas, en Tokio hay bancos tubulares y sillas onduladas de metacrilato y en la ciudad china de Cantón se han instalado pinchos de cemento de 20 centímetros debajo de varios puentes frecuentadas por los sintecho.
En España sucede más o menos lo mismo. En Madrid, no hace ni un año que la entonces alcaldesa, Ana Botella, instaló bancos anti- mendigos, que ahora Manuela Carmena estudia retirar. En Alicante, durante el año pasado, también se generalizó la instalación de este tipo de mobiliario urbano por todo su casco urbano.
En 2009 el Ayuntamiento de Barcelona llevó a cabo “una acción urbanística preventiva” en la plaza George Orwell y en las cercanías del Macba, que se consideraban las “zonas más degradadas” de Ciutat Vella, y que consistió en instalar bancos con apoyabrazos intermedios, además de esquinas terminadas en rampa para evitar que la gente orine en la calle .
Según Ferran Busquets, el mobiliario urbano debe servir “para hacer la vida más fácil a la gente, no más complicada” y cree que la solución no pasa “por gastar dinero en bancos y sillas, sino en ayudar a las personas”.
En el 2014 Ana Botella instaló en Madrid bancos ‘antimendigos’, que ahora Manuela Carmena estudia quitar