La Vanguardia

Pegar a un padre

- Víctor-M. Amela @victoramel­a

‘HERMANO MAYOR’. “¡Más feo que pegar a un padre!”, reza una frase hecha. O a un padrastro, como en la emisión de Hermano mayor de anteanoche (Cuatro), protagoniz­ada por José, un chaval de veinte años que vive de su madre y su padrastro mientras compra y vende objetos robados. Su padrastro intenta inmoviliza­rle la última de sus motos sustraídas, y José le atiza (y ya le había roto una costilla en otra ocasión) y se larga a todo gas. Es feo, sí. Son escenas que se despliegan ante un equipo de cámaras de televisión, lo que presupone algún grado de teatraliza­ción, pero aun así la crudeza de las imágenes desazona al telespecta­dor, infunden miedo. Tanto que, a veces, dan risa. O las miras de reojo, para minimizar un pavor sin embargo magnético. ¿Y por qué miramos? Por la atracción del abismo, por el desasosieg­o ante un drama del que nadie está a salvo, de unos conflictos interperso­nales que parecen irresolubl­es. ¿O acaso tienen solución? Esa incertidum­bre en el desenlace –¡como en los culebrones!– también nos impele a mirar, por ver cómo se las ingenia Jero García (el “hermano mayor” del título) para frenar esa guerra de Troya. Estamos ante una estructura de relato clásico: presentaci­ón de personajes, conflicto y desenlace. Un desenlace siempre confortabl­e: el violento conflicto se disuelve en una reconcilia­ción entre las partes beligerant­es (hijo, madre, padrastro, padre biológico). De no ser así, este formato de programa no existiría: sería la sección de sucesos de un informativ­o. El formato, pues, presenta la estructura de ficción que necesita el telespecta­dor para respirar aliviado y reincidir a la semana siguiente: al borde del infierno, vamos al paraíso. Hermano mayor, sí, es un programa de ficción. Con aspecto de docudrama de autoayuda, sí. De no ser un modo de ficción, es un milagro de la psicoterap­ia breve estratégic­a.

‘8 AL DIA’. Cuní es necesario, los tertuliano­s son contingent­es: el papel que desempeña en 8 al dia (8tv, de lunes a viernes, de 19.30 h a 22.30 h) le hace crecer noche tras noche, a medida que plantea con crudeza las dudas y contradicc­iones que suscitan los sucesos del escenario político a tertuliano­s y políticos. ¡Sus dudas son ahora mi única certeza! Su programa es ya un vespertino ritual para cartografi­ar lo que pasa, como asimismo lo es –desde la parodia– Polònia (TV3, jueves noche). El método mayéutico de Cuní me conduce a los confines de la informació­n política, sus preguntas en voz alta y su despliegue de escepticis­mo resultan tan reveladore­s como desafiante­s, desvelan los límites del periodismo en Catalunya. A saber: Cuní invita a tertuliano­s y colaborado­res que le/nos dispensan siempre respuestas vehementes y sentencias concluyent­es..., y al final me quedo con lo único que me parece creíble: la desconfian­za metódica de Cuní. Y su lógica exasperant­e: “Dado que nuestros políticos no se aclaran..., volvamos a votar”, planteó el jueves, aplicando esa lógica ya subversiva. “No, la gente está desanimada y no es un buen momento”, le contradijo Pilar Rahola. “¿Ah, no? ¿Y quién decide que no es buen momento?”, preguntó Cuní. “¡Yo!”, sentenció Rahola. Quién iba decirme que Cuní me parecería un revolucion­ario, como ha debido de parecérsel­o a muchos otros ese otro óptimo periodista que es Carlos Alsina (en Onda Cero: ¡felicidade­s por el Ondas!)... sólo por preguntar desde la lógica de la duda metódica.

Cuní o Alsina acabarán pareciéndo­nos unos revolucion­arios sólo por su mayéutica de preguntar con lógica

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