Pegar a un padre
‘HERMANO MAYOR’. “¡Más feo que pegar a un padre!”, reza una frase hecha. O a un padrastro, como en la emisión de Hermano mayor de anteanoche (Cuatro), protagonizada por José, un chaval de veinte años que vive de su madre y su padrastro mientras compra y vende objetos robados. Su padrastro intenta inmovilizarle la última de sus motos sustraídas, y José le atiza (y ya le había roto una costilla en otra ocasión) y se larga a todo gas. Es feo, sí. Son escenas que se despliegan ante un equipo de cámaras de televisión, lo que presupone algún grado de teatralización, pero aun así la crudeza de las imágenes desazona al telespectador, infunden miedo. Tanto que, a veces, dan risa. O las miras de reojo, para minimizar un pavor sin embargo magnético. ¿Y por qué miramos? Por la atracción del abismo, por el desasosiego ante un drama del que nadie está a salvo, de unos conflictos interpersonales que parecen irresolubles. ¿O acaso tienen solución? Esa incertidumbre en el desenlace –¡como en los culebrones!– también nos impele a mirar, por ver cómo se las ingenia Jero García (el “hermano mayor” del título) para frenar esa guerra de Troya. Estamos ante una estructura de relato clásico: presentación de personajes, conflicto y desenlace. Un desenlace siempre confortable: el violento conflicto se disuelve en una reconciliación entre las partes beligerantes (hijo, madre, padrastro, padre biológico). De no ser así, este formato de programa no existiría: sería la sección de sucesos de un informativo. El formato, pues, presenta la estructura de ficción que necesita el telespectador para respirar aliviado y reincidir a la semana siguiente: al borde del infierno, vamos al paraíso. Hermano mayor, sí, es un programa de ficción. Con aspecto de docudrama de autoayuda, sí. De no ser un modo de ficción, es un milagro de la psicoterapia breve estratégica.
‘8 AL DIA’. Cuní es necesario, los tertulianos son contingentes: el papel que desempeña en 8 al dia (8tv, de lunes a viernes, de 19.30 h a 22.30 h) le hace crecer noche tras noche, a medida que plantea con crudeza las dudas y contradicciones que suscitan los sucesos del escenario político a tertulianos y políticos. ¡Sus dudas son ahora mi única certeza! Su programa es ya un vespertino ritual para cartografiar lo que pasa, como asimismo lo es –desde la parodia– Polònia (TV3, jueves noche). El método mayéutico de Cuní me conduce a los confines de la información política, sus preguntas en voz alta y su despliegue de escepticismo resultan tan reveladores como desafiantes, desvelan los límites del periodismo en Catalunya. A saber: Cuní invita a tertulianos y colaboradores que le/nos dispensan siempre respuestas vehementes y sentencias concluyentes..., y al final me quedo con lo único que me parece creíble: la desconfianza metódica de Cuní. Y su lógica exasperante: “Dado que nuestros políticos no se aclaran..., volvamos a votar”, planteó el jueves, aplicando esa lógica ya subversiva. “No, la gente está desanimada y no es un buen momento”, le contradijo Pilar Rahola. “¿Ah, no? ¿Y quién decide que no es buen momento?”, preguntó Cuní. “¡Yo!”, sentenció Rahola. Quién iba decirme que Cuní me parecería un revolucionario, como ha debido de parecérselo a muchos otros ese otro óptimo periodista que es Carlos Alsina (en Onda Cero: ¡felicidades por el Ondas!)... sólo por preguntar desde la lógica de la duda metódica.
Cuní o Alsina acabarán pareciéndonos unos revolucionarios sólo por su mayéutica de preguntar con lógica