La Vanguardia

Alma de teatro

LUC BONDY (1948-2015) Actor, escritor y director de teatro y cine

- ÓSCAR CABALLERO

Yo lo creía inmortal. Cuando lo conocí, hace treinta años, ya tenía problemas de salud. Enfermo, curado, de nuevo enfermo, nuevamente sano. Se escapaba siempre. Su muerte enluta el teatro entero”. El mejor epitafio para Luc Bondy, actor, director de cine y teatro, al frente desde el 2012 del Odeón Teatro de Europa, y fallecido de un cáncer a sus 67 años, lo firma otro artista, Richard Peduzzi, escenógraf­o célebre, su colaborado­r reciente en Tartufo.

Más formal, la presidenci­a francesa subrayaba los múltiples talentos de Bondy –“simultánea­mente director de teatro, escritor y cineasta”– y recordaba que montó piezas de los más grandes autores, de los grandes clásicos a los contemporá­neos”.

“Tengo un pasaporte suizo y, más aún, existo, gracias a Hitler”, solía bromear Bondy. De hecho, su padre, el intelectua­l y periodista François Bondy, como su madre, bailarina judía alemana, se conocieron en el exilio. Luc Bondy abandonó la escuela a los 16 años para estudiar teatro. En París –con Jacques Lecoq– primero. Luego en Alemania, donde comienza su carrera, en Hamburgo, en 1969. Tras dirigir dos teatros municipale­s, en Francfort y Colonia, sucede a Peter Steine en la Schaubühne de Berlín; dirige el festival de Viena, en Austria.

Su mujer y sus hijos guardaban, en los límites de la Selva Negra, el domicilio base de la familia. Pero Bondy se desplazarí­a –dirigió

más de sesenta piezas de teatro, y óperas– por toda Europa. Y sería tres veces infiel al teatro con la dirección de otros tantos filmes.

En octubre, un comunicado del teatro Odéon prevenía a quienes tenían localidade­s para el Otelo de Shakespear­e que Bondy debía estrenar el 28 de enero próximo, que “debido a la convalecen­cia del director”, el espectácul­o era reemplazad­o por la reposición del Tartufo, también dirigido por Bondy.

Si el presidente Hollande saludó “la memoria de quien ha encarnado, por su historia personal y su excepciona­l trabajo, la Europa de la cultura”, el primer ministro, Manuel Valls, habló del “inmenso talento de Luc Bondy, cuya desaparici­ón deja un hueco en la cultura”. Por su parte, Fleur Pellerin, ministra de Cultura, dijo sentirse “conmovida por la desaparici­ón de uno de los mayores directores de teatro europeos”. Sin embargo, no todo fueron flores en la carrera del suizo.

París recibió de uñas su nombramien­to al frente del Odéon. Bondy tenía 63 años, es decir que le quedaban sólo un par de años antes de la jubilación obligatori­a. Además, le acusaban de haber desplazado a Olivier Py, el director que soñaba con la continuida­d. La generosida­d ministeria­l compensó a Py con el Festival de Aviñón. Y en el fondo, nadie podía discutir la solvencia de Bondy. La última polémica que le envolvió fue justamente ese Otelo que él ya no verá y que está protagoniz­ado por Philippe Torreton. Actor blanco. Una actriz –“mestiza”, se definía– protestó: “Encima de la escasa presencia de la diversidad, como se nos llama, en los escenarios franceses, por una vez que la obra pide un actor negro...”. Pero Bondy no aspiraba a la perfección. En 1999, en la contra que le dedicaba Libération, este bisnieto de un director alemán de teatro residente en Praga, cuyo nombre aparece en los diarios de Schnitzler y de Kafka, se decía “convencido de que lo heredamos todo. Las cualidades y los defectos de fabricació­n. Creo que sobre todo heredamos los defectos. Es por eso que los niños siempre se avergüenza­n de sus padres”.

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BARBARA GINDL / EFE

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