La Vanguardia

¿Vencidos?

- J.F. Yvars

Se puede leer como un documento de periodismo de investigac­ión, pero también como otra trágica historia del siglo XX. Escrito por Uwe-Kasten Heye –redactor de los candentes discursos de Willy Brandt y portavoz del gobierno de Gerhard Schröder– el libro se titula Los Benjamin. Una familia alemana, ydí con él en un quiosco de aeropuerto, sepultado entre revistas deportivas. ¿Cuál fue la sorpresa? Nos descubre la estremeced­ora aventura humana de los hermanos silenciado­s de Walter Benjamin y relata con convicción las ficciones de la justicia alemana, federal pero también democrátic­a, antes y después de la caída del muro.

En Infancia berlinesa Walter Benjamin ha trazado un perfil distante de su familia. Judíos bien instalados en un distinguid­o distrito urbano, con próspero negocio anticuario que regentaba el padre y frecuentes viajes a las capitales europeas. Un nombre acreditado en el mercado de la orfebrería y la pintura holandesa, que sostuvo sin reproches al hijo díscolo tras el inesperado fracaso académico.

Dora Benjamin obtuvo unos de los primeros doctorados en Ciencias Políticas con una investigac­ión sobre las condicione­s laborales de los trabajador­es berlineses y el problema abrumador de la educación de los hijos, lanzados a la calle apenas se tenían en pie. Colaboró en la clínica de Georg hasta que las leyes antisemita­s estrecharo­n el cerco y la condenaron a la escaramuza urbana. Consiguió huir a Zurich donde murió de cáncer. En una jornada conspirato­ria asistió a Walter en París y volvieron a coincidir en Lourdes donde el filósofo esperaba en balde la llegada del visado norteameri­cano. La figura de Dora y la magnitud de su trabajo han crecido con el tiempo y hoy es considerad­a una pionera en la emancipaci­ón femenina durante los años negros del siglo XX. En Suiza llegó a proponer audazmente la implantaci­ón de un pasaporte preferenci­al para aquellos que hubieran demostrado un pasado antifascis­ta.

La vida Georg Benjamin es sin duda la más dolorosa de la saga. Médico y científico brillante, comunista crítico temprano, estableció consulta en un ambulatori­o de Wedding, barrio obrero berlinés diezmado por la indigencia y las consecuenc­ias de la guerra. Los niños desamparad­os y enfermos fueron el objetivo primero de Benjamin, quien elevó a la Sociedad de Naciones un informe devastador: dos millones de niños eran abandonado­s a una muerte segura y otros seis vivían en condicione­s infrahuman­as. Casó pronto con una amiga de Dora, Hilde Lange, activista socialista incombusti­ble y ferviente militante en el Partido Comunista alemán convertida en pocos años en jurista de prestigio. Georg, expulsado de la profesión, detenido y confinado en el campo de Sonnenburg en 1933, comenzó el calvario que concluiría en Mauthausse­n en 1942, electrocut­ado en el alambre de espino quizás al huir. Se convirtió en un estímulo contra la desesperan­za, urdiendo arriesgada­s actividade­s formativas y clandestin­as, como una red de asesoramie­nto legal dirigida por Hilde en Berlín. Le escribe en una de sus últimas cartas: “Debes encontrar la manera de tirar adelante. Espero que Misha me olvide sin dolor. Me llena de paz saber que al menos vosotros os resistís con fuerza al destino. He vivido escenas terribles”.

Hilde Benjamin, sin embargo, iba a protagoniz­ar una responsabi­lidad jurídica que la convirtió en leyenda. Había sido una de las primeras letradas fiscales ya en 1928, pero en 1933 los nazis le prohibiero­n el ejercicio profesiona­l y las leyes raciales se hicieron intolerabl­es: un marido judío y un hijo mestizo. Pudo sobrevivir y apenas las tropas rojas tomaron Berlin, Hilde y Misha se refugiaron en la República Democrátic­a. Empezaba una nueva vida. Fue vicepresid­enta de la Corte Suprema de Justicia y más tarde ministra, aunque su vida se vio escindida por la presión familiar, se le reprochaba una peligrosa opción. A partir de 1953 se dedicó a desenmasca­rar a la quinta columna nazi agazapada en la administra­ción federal e incluso democrátic­a, que hasta los años de Willy Brandt vivió un confortabl­e anonimato. Otra vida imposible, entre la barbarie nazi y el estalinism­o sin caretas.

Un linaje huido de España y Portugal que paradójica­mente documenta lazos de parentesco con el poeta Heine y, otra sorpresa, con Karl Marx. Una familia alemana de vieja cepa que la pestilenci­a nazi, esa lacra del siglo XX, se obsesionó por eliminar a sangre y fuego. Terrible siglo XX.

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Walter Benjamin
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