La Vanguardia

“Apenas me ven el pelo”

Garbiñe Muguruza asegura que pasa poco tiempo con su familia

- JOAN JOSEP PALLÀS RAMÓN ÁLVAREZ

De todas las virtudes del deportista de élite la única que no se trabaja es el carisma. Se tiene o no se tiene. Garbiñe Muguruza llega antes de hora a la cita con La Vanguardia, adelantánd­ose incluso a su acompañant­e, Fernando Soler, director de IMG Tenis a escala mundial. Sonríe y, cuando llega el momento de la sesión de fotos, se deja querer por la cámara. Hace frío en Barcelona, pero no se queja. “Vengo de Londres, ahí casi nevaba”. Si se quiere ser número uno la imagen cuenta y lo sabe. Su ventaja consiste en no dejar ver incomodida­d, no tratar de parecer natural sino serlo. Y se impone ahí como en la pista. A raquetazos y en las distancias cortas, la tenista del momento desprende seguridad y verdad cuando se dice a sí misma que aspira a ser la número uno del mundo. Lo puede afirmar sonriendo, una vez más, o con mirada ambiciosa. Es su objetivo.

Ser tenista no es fácil. Se gana muchísimo dinero, sí, pero hay sacrificio­s, empezando por un calendario interminab­le que exige fortaleza mental para viajar de un lado para otro del mundo sin guía turística, sólo para encerrarse en una pista para jugar y ganar. “Las jugadoras lo hablamos mucho. Si dependiese de nosotras lo cambiaríam­os, nos gustaría acabar un poco antes, pero no depende de nosotras”, se resigna. El agotamient­o la hizo doblegarse en el último instante de la temporada ante la polaca Radwanska, cayó en semifinale­s del Masters sin aliento antes de empezar las vacaciones. Ha estado en Chicago y unos días con la familia antes de volver a entrenar para preparar el próximo año. En el horizonte, decenas de torneos, algunos más importante­s que otros (“sueño con ganar un Grand Slam, cualquiera de ellos”, dice), y, cómo no, los Juegos Olímpicos de Río, con un plus adicional que empieza a fraguarse: formar pareja en el doble mixto con Rafa Nadal. “Me encantaría”, reconoce. Los retos y las ilusiones se amontonan. Está terminante­mente prohibido parar. Esto es tenis de élite.

¿Y la familia cómo lo lleva? “Lo lleva bien, pero la verdad es que no me ve mucho el pelo. La vida de un tenista es muy solitaria y pasas muy pocos días con tu familia. Pero lo saben y están acostumbra­dos. Me siguen desde la televisión como locos y a algún torneo suelen venir, pero no es fácil. Para mí ir a Australia es como el pan de cada día, pero para la gente corriente no es nada fácil”.

¿Y de dónde se siente Garbiñe Muguruza con tanto ir y venir, siendo como es además de padre vasco y madre venezolana?: “Me siento de Barcelona, llevo aquí muchos años, desde los seis”. ¿Y qué sería de ella de no ser por el tenis? “No sé qué decir, porque mi vida sería tan distinta que podría estar haciendo cualquier cosa. No puedo responder, porque como siempre me he dedicado al tenis es impensable”.

Algo ha cambiado en los últimos meses, el fenómeno fan ha entrado en la vida de la número tres del circuito. Lo lleva bien. Más que bien. “Siento que va creciendo, y me encanta. Vas a una pista y la gente te aplaude cuando entras y te anima durante el partido. Sientes el apoyo y el reconocimi­ento, es algo que me gusta y lo llevo con placer. Creo que es parte de este trabajo”. Hay personas, más que frases lanzadas al aire, que se quedan grabadas en la memoria:

CALENDARIO SIN DESCANSO “Las jugadoras lo hablamos mucho; si dependiese de nosotras, lo cambiaríam­os” IDENTIFICA­CIÓN “Me siento de Barcelona, llevo muchos años en esta ciudad, desde los seis” EL FENÓMENO FAN “Una niña se me acercó y me dijo que quería ser una gran tenista como yo; eso me hizo sentir diferente”

“Hace ya tiempo me impactó que se me acercase una niña y me dijese que de mayor quería ser una gran tenista como yo. Me hizo sentir diferente”. ¿A quién se lo hubiera dicho ella de pequeña, de haber tenido la oportunida­d? “Probableme­nte a Serena, o a las dos Williams”.

Muguruza se ha hecho mayor para competir de igual a igual contra las mejores, por supuesto contra la Serena que idolatraba. En los mejores escenarios, con las gradas abarrotada­s.

Empieza el partido, luces y miradas concéntric­as se dirigen hacia su primer saque, se coloca la visera y se protege así de la presión. Es su truco. Con él, busca ser invencible.

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