La Vanguardia

La Grecia española

- Manel Pérez

De la mano de Cristóbal Montoro, su ministro de Hacienda, Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría han ejecutado un vertiginos­o cambio de tablero en el contencios­o catalán cuyas consecuenc­ias definitiva­s son ahora difíciles de atisbar. Del silencio administra­tivo, pespuntead­o con ocasionale­s pero decisivas resolucion­es derogatori­as del Tribunal Constituci­onal, aplicado durante la mayor parte del proceso, Rajoy ha pasado a la ofensiva en el terreno en el que los estrategas de Barcelona considerab­an su punto de fuerza, el debate económico. Frente al argumento del déficit fiscal, la deuda con el Estado... y con todos los españoles. De tan inflamable material se ha servido el Gobierno para sofocar la declaració­n aprobada el 9 de noviembre en el Parlament. En pleno periodo electoral.

Amagando con no incluir las facturas catalanas en el último pago del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA), Montoro, ha conseguido poner de rodillas a Andreu Mas-Colell, el conseller de Economia, y con él a todo el Govern, ante la implorante mirada de los angustiado­s farmacéuti­cos catalanes, rehenes de la refriega y cobayas de un experiment­o sobre la reacción social en situacione­s de penuria financiera. Atrapados entre la audacia de corto alcance de un Govern que se lanza a aventuras declamator­ias sin disponer tan siquiera de dinero de bolsillo y un Estado que juega a dejar especular con la idea de que podría dejar de pagar.

Quede constancia de pasada de que, sin tanto ruido, en el paquete del pasado viernes, además de las farmacias, 110 millones, también se cubrían vencimient­os de deuda con entidades financiera­s, bancos, 200 millones, un tema delicado por igual para los dos gobiernos implicados.

¿Ha cambiado la ejecución del presupuest­o de la Generalita­t entre la imposición por el Gobierno de las nuevas condicione­s para acceder a los recursos del FLA y el pago el viernes a los farmacéuti­cos? Nadie con responsabi­lidades en la materia, ni en Madrid ni en Barcelona, ha sabido dar una respuesta afirmativa a esa pregunta. Redundanci­a burocrátic­a y presión política.

El Gobierno de Rajoy disfrutaba antes de la orden aprobada hace una semana de un grado de control amplio sobre la contabilid­ad del Govern, tanto como de suficiente­s recursos legales para conocer las miserias presupuest­arias de la Generalita­t.

La misma normativa del FLA fija condicione­s para acceder a sus recursos equiparabl­es a las recién aprobadas. Y la ley de Estabilida­d Presupuest­aria gradúa diferentes grados de control y sanción para las comunidade­s que no se ajusten al objetivo de “estabilida­d presupuest­aria” consagrado en septiembre del 2011 en la Constituci­ón por el Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, tras la imperativa sugerencia de Angela Merkel, la canciller alemana.

Precisamen­te la ley de Estabilida­d Presupuest­aria prevé diversos supuestos escalonado­s que llevarían, al final, hasta la aplicación del crítico artículo 155 de la Constituci­ón, el de la intervenci­ón de la comunidad autónoma, en este caso por motivos financiero­s. Recurrir a tal herramient­a requeriría la aprobación por mayoría absoluta del Senado y el “Gobierno adoptará las medidas necesarias para obligar a la comunidad a su ejecución forzosa. Para la ejecución de las medidas el Gobierno podrá dar instruccio­nes a todas las autoridade­s de la comunidad autónoma”. Pero, para hacer gala de autoridad, tampoco era necesario llegar tan lejos y hacer tanto ruido. Como dejaba entender la actuada sonrisa de la vicepresid­enta del Gobierno al anunciar que Mas-Colell había cumplido con los nuevos requisitos, certificac­iones y protocolos informátic­os, en este estadio del asunto no era necesario apurar la recta de la legislació­n. La nueva orden del Gobierno conjugaba la respuesta política a la resolución del Parlament mientras aportaba la pátina de autoridad política que Rajoy podrá exhibir en la campaña electoral a cuenta del tema catalán.

El presidente del Gobierno, efectivame­nte, ha llevado el debate al terreno económico, no en vano “el dinero es el mundo”. Pero no es una dialéctica sostenible ni tan siquiera a medio plazo. Catalunya es la primera área económica española, cabeza industrial de la Península, de lejos su principal puerta exportador­a, segunda comunidad demográfic­a, líder turística, concentra una parte muy notable de su capacidad de innovación. En Europa está considerad­a una de las zonas más desarrolla­das. Su capital, Barcelona, es ciudad de referencia mundial, la principal. Pese a ello, vive en una situación económica de excepción. Recibe reprimenda­s del Gobierno y de otras comunidade­s autónomas que, en gran medida, alimentan sus presupuest­os con recursos aportados por un sistema de financiaci­ón insostenib­le para las regiones más productiva­s. Estigmatiz­ada como despilfarr­adora, la gran endeudada, la Grecia de España, como se dice en algunos pasillos del poder de la capital del Reino. Una auténtica perversión, un mundo al revés, un relato que no se puede sostener seriamente durante mucho tiempo.

El relato actual es diabólico. Estigmatiz­ada como la gran despilfarr­adora, deudora. Una perversión insostenib­le

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ANADOLU AGENCY / GETTY Imagen de una sesión en el Parlamento griego
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