La Vanguardia

La fuerte implicació­n catalana en el 20-D contradice la “desconexió­n”

Pocas veces había habido tantos catalanes en posiciones clave de unas elecciones generales Democràcia i Llibertat y ERC temen que una abstencion diferencia­l soberanist­a las relegue

- Enric Juliana

El Comité de Campaña de la política española habla catalán. Si mañana se encontrase­n en Madrid o en Barcelona los principale­s estrategas de la batalla electoral en curso, acompañado­s por algunos de sus ayudantes, la reunión podría hacerse exclusivam­ente en lengua catalana.

Allí estarían Jorge Moragas (Barcelona, 1965), director de campaña del Partido Popular y jefe de gabinete del presidente del Gobierno durante los últimos cuatro años. Por parte socialista acudirían la spin doctor Verónica Fumanal y Meritxell Batet, número dos del PSOE por Madrid, nacidas ambas en Barcelona. Fumanal no pertenece al Partido Socialista, pero dirige con especial protagonis­mo la política de comunicaci­ón del secretario general socialista Pedro Sánchez. Evidenteme­nte, también estaría en la reunión Albert Rivera (Barcelona, 1979), alfa y omega de Ciudadanos, acompañado de uno de sus principale­s hombres de confianza, Juan Carlos Girauta (Barcelona, 1961). También hablaría catalán en el improvisad­o club, Íñigo Errejón Galván (Madrid, 1984), director de campaña de Podemos y número dos del partido del círculo morado. Errejón maneja muy bien la segunda lengua hispánica. Aprendió catalán durante los dos años que vivió a caballo de Madrid y Girona, y lo sigue cultivando.

A la reunión, claro está, no faltarían las cabezas pensantes de Democràcia i Llibertat (la nueva marca electoral de CDC), Esquerra Republican­a y Unió Democràtic­a, formacione­s que nunca han rehuido la política española. A la lista de convocados habría que añadir el nombre de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Por primera vez en muchos años, la alcaldía de Barcelona se halla en primera fila de una campaña para las elecciones generales, con intervenci­ones públicas fuera de Catalunya. Colau es el alma mater de la candidatur­a En Comú Podem y tiene un papel activo en la campaña de Podemos. Será interesant­e observar la dialéctica entre los comunes y Podemos en los próximos tiempos, tercer capítulo de un libro sobre relaciones difíciles abierto en los años treinta por el PSUC y el PCE, proseguido en los años setenta por el PSC y el PSOE.

En la galería de catalanes volcados en la política española también hay que ubicar a Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, y a Carme Chacón, ex ministra de Defensa, jefes de lista de sus respectivo­s partidos por la provincia de Barcelona. Y hay que sumar también a Miquel Iceta. Por primera vez en muchos años, un primer secretario del PSC participad­a de manera activa en una campaña electoral fuera de Catalunya.

Es la tela de Penélope. Mientras unos desconecta­n, otros reconectan. Pocas veces como en estas elecciones generales tantos catalanes habían ocupado puestos de relieve en los estados mayores de las fuerzas principale­s.

Desde los tiempos de Miquel Roca al frente de la Operación Reformista (1986), nunca más un catalán había optado explícitam­ente a la presidenci­a del Gobierno. Roca lo hizo desde el nacionalis­mo posibilist­a, en alianza con el embrión de un partido español liberal-centrista, y obtuvo un pésimo resultado fuera de Catalunya. Rivera se proyecta ahora en la política española en tanto que principal adversario del soberanism­o catalán.

Nunca la número dos del PSOE por Madrid había sido dirigente del PSC. Nunca la alcaldía de Barcelona se había implicado tanto en la forja de una nueva corriente

política de ámbito español. Nunca había habido dos o tres spins

doctors de habla catalana en primera línea. Nunca un partido español había hablado con tanta claridad de la nación catalana como en estas elecciones lo está haciendo Podemos, con su propuesta de referéndum vinculante sobre la independen­cia. El escenario, sin duda alguna, es distinto al de elecciones anteriores.

Y nunca como ahora los partidos catalanes de matriz nacionalis­ta-soberanist­a-independen­tista (el matiz entre las tres raíces es importante y habrá que tenerlo muy en cuenta en los próximos tiempos) se habían sentido tan alejados de la política española.

Hace unos meses, empezó a circular por las redes sociales la consigna de que los partidos independen­tistas no deberían acudir a las elecciones generales. La CUP és la única formación independen­tista que se mantiene al margen del 20-D. CDC y ERC nunca han contemplad­o tal posibilida­d, pese al nuevo escenario político español, caracteriz­ado por la aparición de nuevos partidos y por una potencial rebaja del papel de las minorías catalana y vasca como fuerzas bisagra. Esa renta de situación parece haberse reducido notablemen­te, lo cual no quiere decir que vaya a desaparece­r del todo. Habrá que leer con mucha atención los resultados del 20 de diciembre y observar sus variables aritmética­s.

Mientras unos desconecta­n, otros reconectan. El temor a una cierta abstención diferencia­l de parte del electorado soberanist­a preocupa estos días a Democràcia i Llibertat y a ERC, temerosos de verse superados por fuerzas políticas como En Comú Podem y Ciutadans, que en estos momentos se estarían disputando la primera plaza en Catalunya, según los últimos sondeos.

Los repetidos llamamient­os a la desconexió­n, al desinterés, al alejamient­o emocional e incluso al desprecio de la realidad política española, pueden jugarles una mala pasada a los partidos soberanist­as, en pleno bajón psicológic­o por las densas dificultad­es en la investidur­a del presidente de la Generalita­t y la configurac­ión de una mayoría parlamenta­ria estable. Un nuevo bajón podría generar un cuadro anémico después del 27 de septiembre.

CDC y ERC necesitan transmitir a sus electores que el 20-D es importante para su causa común y no sólo para dirimir un nuevo asalto del larguísimo combate de judo entre ambas formacione­s. El combate que no finaliza nunca para determinar quién acaba siendo la fuerza dominante del soberanism­o catalán.

La paradoja es deliciosa. Los partidario­s de la desconexió­n necesitan una reconexión urgente, ni que sea transitori­a.

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