La Vanguardia

Cuestión de ‘finezza’

- Albert Gimeno

La gestión de los recursos humanos, la perspicaci­a a la hora de administra­r los egos de quienes trabajan para ti, en definitiva, la inteligenc­ia emocional para que el grupo funcione son asignatura­s pendientes en la actualidad para dos entrenador­es que saborearon hace tiempo el almíbar del éxito pero que ahora ven como su imagen sufre más golpes que un saco de boxeo. José Mourinho y Rafael Benítez han llegado por diferentes caminos a un punto en común: haber crispado a sus jugadores y, en consecuenc­ia, recorrer solos sobre el alambre el lúgubre camino que conduce al averno. La situación del todopodero­so Mourinho es sorprenden­te. Siempre fue el tahúr de la gran barcaza del Misisipi. Arrogante, truhán, despótico pero al mismo tiempo listo y taimado, el técnico portugués siempre desafió al Altísimo y casi siempre ganó. Es cierto que la vida sonríe generalmen­te a quien la afrenta sin complejos, y en ese escenario el mejor pistolero de la galaxia era Mourinho. De hecho, llegó incluso a maquillar su fracaso personal que fue no darle la vuelta al reinado del Barça en la supremacía del fútbol español y europeo. Lo intentó, vendió su alma a Belcebú, urdió las pócimas más lesivas contra los cracks azulgrana pero su saldo fue netamente insuficien­te para las exigencias y deseos del otro gigante del fútbol español, el Real Madrid. Peso a ello, volvió al Chelsea y mantuvo su tono desafiante para volver a reinar y ahora su obra se ve amenazada. El equipo está a un punto del descenso y Mourinho ya no es el tipo cuyas bravuconad­as espoleaban si no que despiertan animadvers­ión, cuando no chanza. En Inglaterra se

Mourinho y Benítez cometen errores diferentes que desembocan en problemas idénticos: pérdida de control

ha hecho popular el medidor de excusas para chotearse de la práctica usual del portugués para salir indemne de los fiascos de cada semana. Mou está a la deriva y algunos de los cracks de su equipo limándose las uñas en lugar de dejarse la piel.

A Benítez le está pasando algo parecido. Su alejamient­o con las figuras le está condenando a pensar en el adiós. Malos resultados, mala gestión del grupo y ausencia de inteligenc­ia emocional para exigir y para comunicar. En el caso del técnico blanco los déficits son más atribuible­s a su torpeza que a su mala fe. El no ha diseñado un plan maquiavéli­co digno del cardenal Richelieu para fastidiar a tal o cual jugador sino que simplement­e tiene una manera de ser en la que la finezza no tiene cabida. No se trata de ser un entrenador servil con el vestuario –los ejemplos Martino y Ancelotti tampoco son buenos– pero sí de tener un carisma especial capaz de liderar desde la inteligenc­ia. Luis Enrique aprendió rápido la lección.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain