La Vanguardia

La marca del exterminio

Ban, la primera cristiana señalada por el Estado Islámico en Mosul

- CRISTINA SOLIAS Amán. Servicio especial

“Mi casa fue la primera que el Estado Islámico selló con el nun”, espeta Ban sin rodeos, mientras remueve una gran olla de carne con judías.

La mujer, robusta, entrada en la cuarentena y soltera (“porque así estaba escrito”) le pide a su hermano que vaya a por la prueba. Nashuan trae una fotocopia en blanco y negro de un muro con el garabato de un nun estampado.

El nun (un semicírcul­o con una tilde) es el símbolo de la vigesimoqu­inta letra del alfabeto árabe, que hace referencia a la palabra nazareno. Así es como designa el Corán a los cristianos, y cómo los musulmanes ya lo hacían de forma peyorativa desde el siglo VII. Tímidament­e, Nashuan señala con el dedo la advertenci­a escrita en árabe que aparece junto al nun: “Propiedad del Estado Islámico”.

El nun fue el segundo aviso de los yihadistas en la ciudad iraquí de Mosul, dónde comenzó la cruzada contra los cristianos hace dos veranos. El primer aviso lo lanzaron por el altavoz de los minaretes: “Os convertís al Islam, o pagáis el impuesto, o os marcháis del país”. Pasado el plazo, el califa del EI, Abu Baqr al Bagdadi, sólo les daba la opción de “la espada”. Así lo sentenció en el discurso que hizo el 4 de julio de 2014 desde el púlpito de la Gran Mezquita de Mosul, en una de sus primeras aparicione­s públicas.

“Lo más sensato, desde luego, era irse”, dice Kamal, otro de las decenas de refugiados que desde hace año y medio se hospedan junto a Ban en la iglesia de San Elías, en la periferia de Amán. El padre Abu George les ha cedido las instalacio­nes eclesiásti­cas, y junto a Caritas, les garantizan un

La vigesimoqu­inta letra del alfabeto árabe sirve a los yihadistas para estigmatiz­ar a los cristianos

techo, comida y tratamient­o médico. En casa de Kamal también apareció una mañana pintado el nun. “A partir de entonces nos prohibiero­n trabajar, vender, nos cortaron la electricid­ad, no saquearon la casa, las joyas, los muebles, la ropa... Nos quedamos con lo puesto”. Kamal, además, lamenta cómo les dieron la espalda sus vecinos musulmanes. “Jamás tuvimos ningún problema, pero cuando llegó el EI acataron su interpreta­ción de la sharía, la ley islámica. Los que están con el EI, bien, los que no...”, y mueve la mano haciendo el gesto de cortarse el cuello.

En el califato no cabían los cristianos. El EI, además, jugó con el miedo de los más vulnerable­s. Ofreció un servicio de taxi hasta la frontera para los abuelos y enfermos que no podían marcharse por sus propios medios. El viaje, 10 dólares. Si no juntaban el dinero antes del plazo marcado, los matarían.

La mayor parte de los que pudieron huir se han convertido en refugiados, pero en países como

Jordania no tienen permiso de trabajo. Tampoco los niños van a la escuela, y sobreviven sólo de la caridad. “A mi hijo le quedaba el último examen para ingresar en la universida­d”, y ahora hace meses que ni él, ni sus dos hermanas pequeñas asisten a clases, explica Haitham, otro de los refugiados.

El padre Halil lo sabe bien. En el monasterio de Marka, asentado en una barriada de Ammán, acoge familias de iraquíes en la Iglesia y alimenta a unas 500 más que tiene repartidas en apartament­os alquilados. Este 2015 ha abierto un curso escolar por las tardes en la iglesia al que acuden más de 250 niños. Abu Halil, como le llaman en árabe, ha denunciado el nun hasta la cima de la Iglesia. “Las expropiaci­ones de las casas de cristianos en Iraq no pueden quedar en olvido”, reivindica el cura. Cuando escuchó las espeluznan­tes historias de sus nuevos huéspedes (su “nueva familia”, le gusta decir), decidió hacer un pin con el símbolo del nun, imprimió 5.000 copias y las empezó a repartir en sus viajes y conferenci­as por todo el mundo. El pasado diciembre pidió audiencia al papa Francisco, que lo recibió en el Vaticano y le entregó una muestra.

Padre Halil no obvia aquellos que tanto daño han hecho a sus fieles en sus elocuentes sermones de la misa del domingo. “Vuestro problema no es el terrorismo ni el extremismo del EI, es vuestra lucha interna. Si actuamos en paz con nosotros mismos, esa es la paz que reflejaréi­s hacia los demás. Tenéis que manteneros unidos”.

Ser cristiano en Oriente Medio no es fácil. El Estado Islámico ha querido estigmatiz­ar a los cristianos con la estampa que tanto recuerda el gesto de los nazis en los años treinta cuando marcaban con la estrella de David los escaparate­s de las tiendas judías en Alemania. Y ha conseguido que no quede prácticame­nte ninguno en Iraq. En 2003 había millón y medio de cristianos, el 5% de la población. El año pasado no llegaban a 450.000. Y ahora prácticame­nte han desparecid­o.

El EI les ha marcado el nun en la puerta de su casa, pero también en el fondo de sus entrañas. Mientras Ban sirve comida para una decena de bocas en la iglesia de San Elías de Amán, su sobrino de 7 años dibuja en una pizarra de tres patas apostada en el rellano de la entrada.

–¿Cómo té llamas? –el zagal no responde. No habla. Tampoco levanta la mirada.

Abstraído, traza con la tiza una figura. No es una pelota, ni un personaje de dibujos animados. Dibuja una cruz.

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RICARD GARCIA VILANOVA Refugiados cristianos iraquíes en la iglesia de San Elías, en la periferia de Amán, donde también se refugia Ban
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. El Estado Islámico marcó con el nun la casa de Ban y la de sus familiares

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