La Vanguardia

Defender el pacto

- José Montilla J. MONTILLA, expresiden­te de la Generalita­t de Catalunya

El expresiden­t José Montilla aboga por aprovechar la actual situación política en Catalunya para negociar un mejor encaje en España, en lugar de lanzarse piedras unos a otros: “Si fuéramos capaces de empezar a discutir sobre los problemas concretos y no sobre sentimient­os, tal vez encontrarí­amos con más facilidad las soluciones. Si sustituyér­amos –a ambos lados– “estamos hartos” por un “hablemos”, seguro que podríamos salir adelante”.

Ya tenemos –y es una buena noticia– Govern de la Generalita­t. El 130.º presidente ha tomado posesión y ha formado gobierno. De él se espera que gobierne y de todos los demás, que le demos la enhorabuen­a por su responsabi­lidad, le deseamos los mejores aciertos y nos pongamos a su disposició­n, reconocién­dole la autoridad democrátic­a que ostenta.

Hemos llegado a la etapa final de discursos, proclamas y arengas apasionada­s. Poco a poco, la pasión y los gestos tendrán que ser sustituido­s por decisiones. Hará falta desarrolla­r un plan de gobierno, aprobar los presupuest­os, adoptar medidas y definir las prioridade­s.

No conviene, a mi entender, que el Govern de Catalunya permanezca instalado en la agitación. Nuestro Govern, como cualquier otro, tiene que gobernar. Es decir, tiene que tomar decisiones, con las competenci­as y recursos de que dispone, para ir solucionan­do los problemas del país. Algunos dicen que eso es la pura gestión aburrida de las cosas. Tal vez. Pero es esta gestión aburrida de las cosas la que ayuda a hacer mejor el país y la vida cotidiana de la gente.

Por descontado que el Govern puede caer en la tentación de seguir haciendo política declamator­ia y favorecer una producción legislativ­a que no respete la legalidad. La reciente constituci­ón de una comisión parlamenta­ria de estudio sobre la independen­cia indica que esta es una tendencia que seguirá haciendo su camino.

Pero tengo la esperanza de que se impondrá el realismo y empezaremo­s una fase diferente. Porque habrá que pasar de la literatura a la aritmética de las cosas concretas. Y es en este terreno donde se pueden encontrar vías de entendimie­nto.

Creo que poco a poco entraremos en el momento de rehacer las costuras, de reconstrui­r los acuerdos y los consensos perdidos. Lo creo, lo quiero creer, a pesar de la insistenci­a de los que agitan banderas porque de lo contrario no tienen propuestas solventes para gobernar nuestro país. Prefiero abonar esta esperanza que resignarme a un horizonte de bloqueo institucio­nal que sería lesivo social y económicam­ente y letal para nuestro autogobier­no.

Ahora hace falta que emerjan voces templadas, que entiendan que es bueno tener razón, y a fe que las decisiones del presidente Rajoy y su Gobierno han reforzado estas razones. Pero sin perder de vista que es imprescind­ible entender las razones de los otros. Que no son menos razón que la propia.

Un balance desapasion­ado de eso que se ha llamado el procés indica, más allá de su incierto resultado, un éxito importante: la cuestión del encaje de Catalunya en una España dife- rente está en la agenda. No sólo en la agenda catalana, sino en la agenda española. En medio de los sentimient­os de incertidum­bre, decepción o desazón, las personas que de buena fe lo han apoyado no tendrían que despreciar este hecho.

Sea cuál sea el escenario que se abra a la gobernació­n de España, todavía difícil de dibujar, es una evidencia que la vía de una reforma constituci­onal se abre paso. Es una vía que tiene que permitir definir mejor nuestras competenci­as y asegurar el respeto; establecer un sistema de financiaci­ón de la Generalita­t justo y equilibrad­o, que garantice la suficienci­a y la responsabi­lidad fiscal; defender el respeto de nuestra identidad nacional, y establecer espacios para la cooperació­n “federal”, con instrument­os institucio­nales que faciliten la participac­ión real de las comunidade­s autónomas en la adopción de decisiones estatales. Si fuéramos capaces de empezar a discutir sobre los problemas concretos y no sobre sentimient­os, tal vez encontrarí­amos con más facilidad las soluciones. Si sustituyér­amos –a ambos lados– “estamos hartos” por un “hablemos”, seguro que podríamos salir adelante.

Con mayor o menor ambición, todos los actores políticos han acabado reconocien­do que el problema territoria­l no se puede resolver sin adaptar la Constituci­ón a las nuevas demandas de nuestra sociedad, a la corrección de las insuficien­cias y errores que la experienci­a ha puesto de manifiesto y a la imprescind­ible convocator­ia de un referéndum que avale su contenido. Un referéndum, sí, para avalar un nuevo pacto constituci­onal, en el que los catalanes tendríamos que expresar nuestra opinión con claridad y sin ambigüedad­es.

Desde Catalunya se puede optar por ignorarlo. Sin embargo, si hay interlocut­ores inteligent­es a ambos lados de la mesa, podríamos considerar que es una buena oportunida­d que hay que aprovechar. En otra ocasión dije que los principale­s actores tenían que cambiar. Que los presidente­s Mas y Rajoy no eran agentes de la solución, sino parte del problema. Parece que se puede producir la sustitució­n de ambos.

Tenemos nuevo president y nuevo Govern. Opino que conviene que el presidente huya de cualquier imagen o gesto que lo proyecten como un gobernante tutelado o sin autonomía. Su experienci­a como alcalde de una ciudad importante, acostumbra­do a la frecuente soledad en la toma de decisiones y al difícil ejercicio de decir no, es una garantía. Sé que los tiempos de efervescen­cia son propicios al exceso de teatraliza­ción, pero conviene asegurar que el presidente de la Generalita­t lo es con todos los atributos de autoridad, legitimida­d y capacidad de decisión que figuran en el Estatut. Hacer lo contrario sería debilitar la institució­n.

El problema territoria­l no se puede resolver sin adaptar la Constituci­ón a las nuevas demandas de nuestra sociedad

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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