En busca del tiempo político
En el pasado no había tiempo medido, sino tiempo estimado. Ahora que los relojes se acumulan a nuestro alrededor, el tiempo sólo es valorado para establecer el éxito o fracaso de una acción. De la misma forma que había relojes para determinar las horas de los rezos, ahora tenemos relojes que determinan las horas políticas. Se basan en situar a la sociedad ante metas imposibles, inalcanzables a corto plazo. Nos prometen que la crisis económica se acabará el próximo año, que el proceso constituyente se logrará en 18 meses, que la crisis de los refugiados ya está resuelta antes de empezar a acogerlos. Ahora que vivimos una media de unos 82,5 años en España, todo debe precipitarse como si el tiem- po se escapara de nuestras manos. El tiempo, que siempre había sido un elemento que debe jugar a nuestro favor para conseguir los logros que perseguimos, ahora sigue siéndolo, pero no nos percatamos de ello y vivimos la pesadilla de que nos persigue él a nosotros.
Nuestra sociedad parece que no se sienta feliz si no es provocando al tiempo. Y este, como respuesta, nos empuja a una continua insatisfacción, al querer que las cosas se resuelvan con mayor rapidez. La precipitación ha desplazado a la prudencia, como lo efímero ha sustituido a lo permanente. Los tres meses de negociación para alcanzar un acuerdo de legislatura en Catalunya se han vivido como un fracaso colectivo, mientras que el acuerdo alcanzado en el último momento se vive como un gran éxito. Sentencias como el tiempo lo cura todo se ven sustituidas por un tiempo que lo enferma todo.
Deberíamos preguntarnos si la obsesión de nuestra cultura por la rapidez, la velocidad y lo inmediato no debería dejar paso, también en la política, a la búsqueda de un tiempo pausado, producto de alinear los objetivos que se persiguen con el tiempo necesario para lograrlos. No debemos olvidar que hoy aún no podemos determinar con certeza en qué tiempo se ideó el reloj de arena. Así de frágil es el ser humano en manos del tiempo. La paradoja que encierra nuestro presente político es que nunca como ahora hemos tenido en nuestras manos la capacidad de que el tiempo juegue a nuestro favor y, sin embargo, nunca hemos sido tan esclavos de él, al intentar dominarlo a favor de nuestros intereses.