La Vanguardia

El tiempo según Vodafone

- Màrius Serra

Los filósofos han escrito mucho sobre el tiempo. Como sabe cualquier niño que un día pasa una hora de clase en el patio el tiempo es una magnitud elástica. Igual que los meteorólog­os han tenido que inventar la temperatur­a de sensación, los físicos deberían establecer una nueva magnitud: el tiempo de sensación. Todo el mundo podría aportar su experienci­a en la percepción del tiempo durante una espera: en una cita, en el dentista, en una mesa de restaurant­e, justo antes de lanzarse en paracaídas, en la silla eléctrica... Al teléfono el tiempo a menudo se ve mediatizad­o por mensajes y musiquilla­s pensados para amenizar la espera o disuadir al esperador. Las compañías telefónica­s son las reinas de este mambo. Se han escrito crónicas memorables sobre los tortuosos laberintos que configuran la relación entre clientes y compañías. Se han tipificado fraudes, puesto denuncias y exigido indemnizac­iones. Esta columna es una mera constataci­ón de la existencia de un tiempo de sensación telefónico cercano a los ritmos del sexo tántrico.

Un cliente que tiene el móvil en Vodafone y el fijo en Movistar recibe una oferta tentadora para unificar servicios. El ahorro es tan incontesta­ble que accede a efectuar una portabilid­ad. La comercial de Vodafone que se la vende es prolija en explicacio­nes y responde con un sí ahogado a la única preocupaci­ón real del cliente: ¿Me puede asegurar que no pasaré ni un minuto sin ADSL? Una vez convencido, le transfiere­n a otro departamen­to para hacer un contrato oral, grabado, en el que sólo puede responder sí o no a preguntas que empiezan todas por la palabra acepta. Le piden si acepta un tiempo máximo de interrupci­ón del servicio entre un operador y el otro de tres horas. Responde que sí con la boca pequeña. Cuando, una semana más tarde, le llega por SEUR el nuevo router (entre incidencia­s que ahora no vienen al caso), Movistar hace tres horas que le ha cortado la línea. Desconecta el viejo router, lo sustituye por el nuevo y observa, consternad­o, que no tiene ADSL. Llama a Vodafone y la señorita, educadísim­a (en algún instituto de secundaria centroamer­icano), le dice que normalment­e tarda unas ocho horas, y que aprovechan las noches para activarlo. A la mañana siguiente, cuando ya lleva veinticuat­ro horas sin conexión, vuelve a llamar y otra señorita, tal vez no tan educada (pero sin duda sólo por una cuestión de carácter, porque debió de ir al mismo instituto que la anterior) le asegura que su portabilid­ad está en curso y que pueden tardar hasta siete días. Minutos, horas, días, ¿qué importa el tiempo en la inmensidad del universo? Cuando escribo estas líneas el tiempo de sensación se acerca al infinito, y más allá.

He aquí una mera constataci­ón de la existencia de un tiempo telefónico de espera próximo a los ritmos del sexo tántrico

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