El tiempo según Vodafone
Los filósofos han escrito mucho sobre el tiempo. Como sabe cualquier niño que un día pasa una hora de clase en el patio el tiempo es una magnitud elástica. Igual que los meteorólogos han tenido que inventar la temperatura de sensación, los físicos deberían establecer una nueva magnitud: el tiempo de sensación. Todo el mundo podría aportar su experiencia en la percepción del tiempo durante una espera: en una cita, en el dentista, en una mesa de restaurante, justo antes de lanzarse en paracaídas, en la silla eléctrica... Al teléfono el tiempo a menudo se ve mediatizado por mensajes y musiquillas pensados para amenizar la espera o disuadir al esperador. Las compañías telefónicas son las reinas de este mambo. Se han escrito crónicas memorables sobre los tortuosos laberintos que configuran la relación entre clientes y compañías. Se han tipificado fraudes, puesto denuncias y exigido indemnizaciones. Esta columna es una mera constatación de la existencia de un tiempo de sensación telefónico cercano a los ritmos del sexo tántrico.
Un cliente que tiene el móvil en Vodafone y el fijo en Movistar recibe una oferta tentadora para unificar servicios. El ahorro es tan incontestable que accede a efectuar una portabilidad. La comercial de Vodafone que se la vende es prolija en explicaciones y responde con un sí ahogado a la única preocupación real del cliente: ¿Me puede asegurar que no pasaré ni un minuto sin ADSL? Una vez convencido, le transfieren a otro departamento para hacer un contrato oral, grabado, en el que sólo puede responder sí o no a preguntas que empiezan todas por la palabra acepta. Le piden si acepta un tiempo máximo de interrupción del servicio entre un operador y el otro de tres horas. Responde que sí con la boca pequeña. Cuando, una semana más tarde, le llega por SEUR el nuevo router (entre incidencias que ahora no vienen al caso), Movistar hace tres horas que le ha cortado la línea. Desconecta el viejo router, lo sustituye por el nuevo y observa, consternado, que no tiene ADSL. Llama a Vodafone y la señorita, educadísima (en algún instituto de secundaria centroamericano), le dice que normalmente tarda unas ocho horas, y que aprovechan las noches para activarlo. A la mañana siguiente, cuando ya lleva veinticuatro horas sin conexión, vuelve a llamar y otra señorita, tal vez no tan educada (pero sin duda sólo por una cuestión de carácter, porque debió de ir al mismo instituto que la anterior) le asegura que su portabilidad está en curso y que pueden tardar hasta siete días. Minutos, horas, días, ¿qué importa el tiempo en la inmensidad del universo? Cuando escribo estas líneas el tiempo de sensación se acerca al infinito, y más allá.
He aquí una mera constatación de la existencia de un tiempo telefónico de espera próximo a los ritmos del sexo tántrico