La Vanguardia

Populismo educativo

- Anna Pagès A. PAGÈS, profesora de la facultad de Psicología, Ciencias de la Educación y el Deporte Blanquerna-URL

La educación: tema recurrente y omnipresen­te. He aquí una inquietud generaliza­da que se reproduce a modo de eslogan en la prensa, la red, el discurso político y social. Se dice que hay que cambiar la educación, olvidarnos de los dinosaurio­s, adaptarla al siglo XXI, innovar. Esta insistenci­a en lo que va mal, en el cambio necesario y en las bondades de la innovación es bastante sintomátic­a. Freud definió como síntoma de la cultura un malestar siempre insatisfec­ho, que nunca se colma, un frenesí indomable consecuenc­ia de intentar correspond­er de manera completa al programa cultural de la época: si nos sometemos a las exigencias de la civilizaci­ón, todo irá mejor sin duda, pero a costa de un malestar. ¿Cuáles son las exigencias de la época actual? La primera se llama “calidad”. La segunda, “evaluación”. La tercera, “resultados”. Todas ellas se resumen en una cifra final que traduce un beneficio calculable. Nuestra época promete un mundo feliz si correspond­emos a estas tres exigencias básicas. Hay que sospechar de nuestras acciones, regularlas, convertirl­as en eficaces. Sin embargo, al igual que to- do lo humano, el amor y la amistad, la educación es una experienci­a de relación, de interés por el saber, por el otro y por el mundo que no puede responder en su totalidad a esta vocación contemporá­nea.

Educar es acceder a la cultura como hipotética clave de interpreta­ción de la realidad, pero no como asociación libre, sino desde un contenido específico: literatura, física, matemática­s, biología, filosofía, historia, arte. Sin contenidos discernido­s no hay métodos que valgan porque no se sabe de qué se está hablando. Sorprenden­temente, el discurso de la revolución del aprendizaj­e no menciona qué es lo imprescind­ible saber. Porque, en educación, no todo se aprende ni todo es cuestión de método: algunas cosas concretas se enseñan o se descubren, a veces sin querer. Aun así, ¿qué debemos enseñar? En un mundo donde la informació­n parece autónoma, con vida propia, independie­nte de un sujeto que la genere, autorizada de sí misma, ¿cuáles son los contenidos imprescind­ibles que debemos enseñar? Podemos enseñar sin contenidos consistent­es cumpliendo normativas de calidad, obtener altos resultados de eficiencia conservand­o intacta la ignorancia. A esta demagogia se la puede llamar populismo educativo.

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