Populismo educativo
La educación: tema recurrente y omnipresente. He aquí una inquietud generalizada que se reproduce a modo de eslogan en la prensa, la red, el discurso político y social. Se dice que hay que cambiar la educación, olvidarnos de los dinosaurios, adaptarla al siglo XXI, innovar. Esta insistencia en lo que va mal, en el cambio necesario y en las bondades de la innovación es bastante sintomática. Freud definió como síntoma de la cultura un malestar siempre insatisfecho, que nunca se colma, un frenesí indomable consecuencia de intentar corresponder de manera completa al programa cultural de la época: si nos sometemos a las exigencias de la civilización, todo irá mejor sin duda, pero a costa de un malestar. ¿Cuáles son las exigencias de la época actual? La primera se llama “calidad”. La segunda, “evaluación”. La tercera, “resultados”. Todas ellas se resumen en una cifra final que traduce un beneficio calculable. Nuestra época promete un mundo feliz si correspondemos a estas tres exigencias básicas. Hay que sospechar de nuestras acciones, regularlas, convertirlas en eficaces. Sin embargo, al igual que to- do lo humano, el amor y la amistad, la educación es una experiencia de relación, de interés por el saber, por el otro y por el mundo que no puede responder en su totalidad a esta vocación contemporánea.
Educar es acceder a la cultura como hipotética clave de interpretación de la realidad, pero no como asociación libre, sino desde un contenido específico: literatura, física, matemáticas, biología, filosofía, historia, arte. Sin contenidos discernidos no hay métodos que valgan porque no se sabe de qué se está hablando. Sorprendentemente, el discurso de la revolución del aprendizaje no menciona qué es lo imprescindible saber. Porque, en educación, no todo se aprende ni todo es cuestión de método: algunas cosas concretas se enseñan o se descubren, a veces sin querer. Aun así, ¿qué debemos enseñar? En un mundo donde la información parece autónoma, con vida propia, independiente de un sujeto que la genere, autorizada de sí misma, ¿cuáles son los contenidos imprescindibles que debemos enseñar? Podemos enseñar sin contenidos consistentes cumpliendo normativas de calidad, obtener altos resultados de eficiencia conservando intacta la ignorancia. A esta demagogia se la puede llamar populismo educativo.