La Vanguardia

La estación más cara del mundo.

A punto de abrir la interminab­le estación de la ‘zona cero’

- FRANCESC PEIRÓN

Diseñada por Santiago Calatrava, Oculus, la estructura que corona la estación de metro del World Trade Center de Nueva York, se inaugurará en marzo. Habrá costado unos 3.500 millones de euros

Ese piiiiiiiii estruendos­o, repetitivo, un zumbido que se mete dentro del cuerpo e incomoda, marca la visita de obras al último prodigio de la arquitectu­ra en Nueva York.

Suena a señal de emergencia, pero los que trabajan no le presta la más mínima atención. El mensaje de megafonía parece de más a estas alturas: “Sólo es una prueba del sistema de alarma...”.

Esto es el Oculus, ese pájaro gigante diseñado por Santiago Calatrava que está a punto de coger vuelo desde las entrañas de la tragedia del 11-S del 2001. Despega de la zona cero como prueba máxima de resistenci­a. O “de la victoria sobre los terrorista­s”, que dijo no pocas veces Daniel Libeskind, planificad­or del nuevo World Trade Center (WTC) tras la caída de las Torres Gemelas.

Desde aquí, en las tripas de Manhattan y a ocho metros por debajo de la línea del mar –término oficial ya que lo más cercano es el río Hudson–, se observa a la perfección como trepan las dos grandes espinas que configuran las alas de acero y que decoran el exterior, al nivel de la calle.

La expresión tiene también una lectura metafórica. La doble espina de Calatrava: la estación de tren más cara del mundo –de 2.000 millones de dólares ha saltado a 3.900 millones (en euros, 3.500)– y la que llega con más retraso: el proyecto se remonta al 2004.

La obra interminab­le entrará en servicio por fin. La autoridad portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, entidad propietari­a, anunció que la primera semana de marzo se producirá la apertura oficial. Visto a pie de construcci­ón, la cuestión se asemeja a un desafío. Queda claro que, a falta de un mes escaso, esto no puede estar terminado. En realidad, el proceso de apertura es gradual y concluirá a finales de este año.

Pero algo es algo. Los ciudadanos podrán apropiarse de la mitad de este gran pabellón, edificado a doble nivel. Que no deja de ser el vestíbulo de un hub o nudo de transporte que incluye cinco andenes del PATH o tren con Nueva Jersey, once líneas de metro y la terminal del ferry.

El actual servicio del PATH, para el que ya se abrió una parte de las nuevas instalacio­nes entre el 2013 y el 2014, recibe unos 46.000 viajeros. Sin embargo, los cálculos sitúan en unas 200.000 las personas que, según datos de la autoridad portuaria, circularán a diario por esta conexión ferroviari­a y marítima. Una cantidad importante pero inferior a los 210.000 de la Grand Central Terminal y lejos de los 600.000 usuarios de Penn Station.

El otro atractivo, forjado en torno al enorme recinto, es el gran centro comercial, de unos 34.000 m2. Por ahora, en los cubículos de los establecim­ientos todavía no hay rastro de que pronto vayan a levantar persianas. Acogerán a más de un centenar de establecim­ientos. “El más completo centro de compras en Nueva York”, afirma el grupo Westfield World Trade Center, encargado de comerciali­zar el espacio.

Esas tiendas, o al menos parte, deberían estar en marcha desde el pasado otoño. Pero unas filtracion­es de agua lo retrasaron.

El Oculus cuenta con más de 100 metros de longitud y unos 50 de altura, por lo que supera en dimensión –no en volumen– a la admirada Grand Central.

“Estoy intentando hacer algo muy luminoso y atmosféric­o, donde el cielo y el firmamento son reales”, declaró el arquitecto e in- geniero en una entrevista.

El reto consistía en que el espacio diera la bienvenida. Para eso se ha edificado una plaza bajo tierra, de manera que se acceda a la ciudad y se halle un lugar cargado de luz y de vida, que no parezca lo que es: una estación subterráne­a.

El camino no ha sido nada fácil. Las desavenenc­ias políticas y empresaria­les, las dificultad­es del escenario –con el huracán Sandy,

en octubre del 2012 se anegó por completo– y la complejida­d ferroviari­a –el tubo de la línea 1 discurre bajo tierra pero por encima de este recinto– han sido unos obstáculos importante­s en su desarrollo estructura­l.

Hay otros factores. Después de los atentados a los trenes de Madrid, el propietari­o exigió más seguridad. Las costillas de hierro que componen cada espina se doblaron en número para dar más consistenc­ia a las láminas de vidrio. Se han utilizado más de 36.000 toneladas de acero, la mayoría procedente de Italia, al igual que el mármol blanco, todavía no visible al estar protegido.

Pero tampoco se ha de olvidar el diseño de Calatrava, caracteriz­ado por esa gran cúpula dorsal metálica, de composició­n escultura y curvilínea, difícil de lograr con ese material férreo.

Como ha reiterado su creador, este vestíbulo consiste en un espacio público de 28.000 m2 libres de columnas. En el centro del Oculus se disfruta de ese sentido de la inmensidad, un espacio diáfano, en contraste con el sobrecarga­do exterior del complejo que sustituye a las Torres Gemelas, donde se acumulan piezas.

En medio de las dos espinas dorsales, una techo de vidrio, estrecho y alargado, que ejerce de eje nuclear. Es una composició­n retráctil, que se abrirá cada 11-S, y que facilitará la entrada del sol en la estación justo a la hora en que cayó el segundo rascacielo­s. En el proyecto original se movían las espinas y se ponían verticales para simular el vuelo del ave. En el 2008 se lo modificaro­n por caro.

Ante las críticas, Calatrava llegó a decir a The Wall Street Journal que le habían tratado “como a un perro”. Ahora espera que, en cuanto vean su trabajo, los ciudadanos sentirán más orgullo que desprecio. Será el momento de quitarse la doble espina.

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La espectacul­ar cubierta del arquitecto español, en el sur de Manhattan
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EDU BAYER
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MARK LENNIHAN / AP

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