Los hilos del poder
Tristán Ulloa da vida a esta obra vitriólica sobre quién maneja los hilos
El director Mario Gas presenta
Invernadero, del Nobel Harold Pinter, en el Lliure.
Un Pinter arrollador. Sin medida. Divertido, vitriólico y también terrorífico: una casa de reposo que en realidad es una casa de los horrores, con víctimas y verdugos que tampoco lo pasan muy bien. Un Harold Pinter primerizo pero en el que ya está todo lo que le haría un grande del teatro y le llevaría al Nobel, como su genial manipulación del lenguaje, y en el que además hay mucha comicidad. Y, sobre todo, una ácida reflexión sobre el poder y sobre quién maneja los hilos, agentes muchas veces mediocres v atrapados en su juego opresor. Es Invernadero, una obra de 1958 que Pinter no sacó del cajón hasta el año 80 –para dirigirla él mismo en Londres– y que Mario Gas montó hace un año y desde entonces está de gira por toda España con Tristán Ulloa y Gonzalo de Castro como estrellas del cartel. Y con Eduardo Mendoza como traductor. Desde hoy y hasta el día 21 aterriza en la sala grande del Teatre Lliure de Montjuïc y el 2 de marzo, y hasta el 27, regresará al teatro La Abadía de Madrid, su coproductor.
Gas explica que Invernadero transcurre en una especie de sanatorio donde la gente va a relajarse pero que, “en realidad, es un lugar de exterminio mental y psíquico de los servicios secretos”. Se trata, recuerda, de la obra de un autor joven impresionado por la invasión de Hungría por las tropas rusas. “Hay una diarrea verbal, y se va desvelando que esa casa de reposo es en realidad la casa de los horrores. No se dejen meter en una casa de reposo así o saldrán capitidisminuidos y siendo otra persona”, sonríe. Y añade que en un Pinter tan primerizo ya hay el estupor, la paradoja y la crítica política e ideológica que será tan evidente después. “Es del año 58 pero absolutamente actual. Habla del secretismo de los Estados totalitarios y democráticos, que van fagoci- tando a todos sus elementos y los destruyen anímicamente”, advierte.
Crítica... con mucho humor. Gas destaca que tuvo “claro que la puesta en escena tenía que ser sin complejos, que no es un Pinter esotérico, críptico, sino que hay que reír”. “Él juega esa baza, luego la sonrisa se va helando y llega el terror”, destaca. De hecho, Eduardo Mendoza afirma que ha disfrutado traduciendo Invernadero. “Es divertidísima, me habría gusta- do escribirla a mí pero ya estaba escrita, así que me ahorré la parte más difícil. Hay comicidad, acidez. Es una obra juvenil y entra como un toro en una cacharrería, que es lo bonito, que está muy poco medida, que es muy arrolladora”.
El actor Gonzalo de Castro encarna al personaje al mando de la institución: “Es un lugar atroz donde intentan reconducir la voluntad de la gente, y mi personaje es un militar castigado a dirigirlo. Es amoral, y está rodeado de gente siniestra. Acontecen cosas terroríficas. Y yo me lo paso muy bien”, sonríe. Tristán Ulloa, su segundo de a bordo, cuenta que el suyo es “un personaje siniestro total, estremecedoramente calmo, con esa flema inglesa que a veces es desesperante”. Y concluye que “es aterradora la vigencia de Invernadero, porque habla sobre los mecanismos de poder y terror en el Estado. Es una institución regida por gente supuestamente profesional que en realidad es zafia e incompetente y que somete a los disidentes del sistema. El mensaje es por quién estamos regidos, quiénes manejan los hilos”. De hecho, los propios verdugos viven en el terror, con miedo a ser eliminados por el poder y a una insurrección de los enfermos. Unos enfermos a los que llaman por números y no aparecen: “En vez de a las víctimas, vemos el mecanismo perverso en el que viven los que están destruyéndolos, es un hallazgo”, concluye Gas.
“La puesta en escena debía ser sin complejos, no es un Pinter esotérico, críptico, hay que reír”, dice Gas