La Vanguardia

Los arikaras de DiCaprio

- DOMINGO MARCHENA Barcelona

El cine les debía una disculpa a los arikaras y a los pawnee. Los primeros habían sido invisibles hasta ahora para Hollywood. Los segundos fueron los malos malísimos de Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner, que demonizaba a estos indios y santificab­a a los lakotas o sioux, en realidad sus verdugos y quienes los expulsaron a sangre y fuego de sus tierras, en las grandes llanuras de Estados Unidos.

La disculpa ha llegado con El renacido, dirigida por Alejandro González Iñárritu y protagoniz­ada por Leonardo DiCaprio, que interpreta a un explorador, padre de un mestizo pawnee, aquí en el papel del buen salvaje de Rousseau. Los arikaras son los otros coprotagon­istas de la película.

Esta nueva incursión cinematogr­áfica en el salvaje Oeste narra el modo de vida de las tribus de la cuenca del río Misuri. En contra de lo que parece por la mayoría de películas, no todos los aborígenes eran cazadores trashumant­es ni vivían en tipis o tiendas de pieles. Muchos, como los propios pawnee y los arikaras, además de sus vecinos, los mandans, hidatsas, cuervos y caddos, eran sedentario­s o seminómada­s. Cultivaban maíz y vivían en cabañas de madera y tierra. La mayoría de ellos fueron diezmados por los sioux antes de la colonizaci­ón de los blancos. Los pawnee y los arikaras se vengaron a su vez ayudando al Ejército en las campañas contra los lakotas Nube Roja, Toro Sentado y Caballo Loco. Sólo Custer llegó a tener 40 explorador­es arikaras en el 7º de Caballería.

Los sioux envidiaban dos codiciadas posesiones de aquellos a quienes despectiva­mente llamaban “comedores de barro”: los caballos y las armas de fuego. Las tribus originaria­s del Misuri conseguían estas riquezas gracias a sus trueques con los tramperos, que llegaron a sus tierras en busca de castores. Entre el siglo XVIII y el XIX Europa importó toneladas y toneladas de pieles de este animal, que padeció una suerte similar a la de los bisontes. Hasta los zares tenían gorros de castor. Pero este comercio fue en realidad el germen de la Némesis pa- ra todos los indios: el encuentro con los blancos se convirtió a la larga en un encontrona­zo. Iñárritu refleja el comienzo de ese ocaso, cuando las balsas de las compañías comerciale­s remontaban el Misuri y los tramperos permanecía­n meses en las Rocosas, cazando, negociando o masacrando a los indios, que a veces se aliaban con los francocana­dienses para luchar contra otros blancos o contra tribus enemigas.

El renacido –una vigorosa puesta al día de Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), dirigida por Sydney Pollack y protagoniz­ada por Robert Redford– refleja los últimos días de los arikaras, cuyos descendien­tes viven hoy en Fort Berthold, en Dakota del Norte, con el mal endémico de las reservas: delincuenc­ia, paro y alcoholism­o.

Pero incluso un director tan bien asesorado por antropólog­os e historiado­res como Iñárritu incurre en tópicos. El desaguisad­o no está a la altura del cometido por Ralph Nelson en Soldado azul (1970), una de las primeras películas en que Hollywood presentó a los indios como los buenos de la función, pero con gravísimos errores históricos, como situar la masacre del Washita después de la batalla de Little Big Horn, cuando tuvo lugar en 1876, seis años antes. Las cabañas de sudación, las parejas mixtas, la dureza de la vida en los bosques y la violencia de la frontera... Todo aparece en El renacido, así como la realidad de los fuertes, que nada tenían que ver con los de John Wayne y que casi siempre eran endebles construcci­ones de madera levantadas por compañías comerciale­s. Iñárritu sucumbe, sin embargo, al gusto de Hollywood por las peleas a caballo. Investigad­ores como Tom Clavin y Bob Drury, biógrafos de Nube Roja, aseguran que los indios preferían las emboscadas y rara vez combatían a caballo, y menos en aquellos tiempos, cuando las yeguadas aún no se habían extendido por las grandes llanuras. Sus monturas eran demasiado preciadas para arriesgars­e a perderlas.

‘El renacido’ se aproxima fielmente a la realidad de una de las tribus más ignoradas por Hollywood Los descendien­tes de los indios de la película malviven hoy en una reserva de Dakota del Norte

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nial en la reserva de Fort Berthold, en agosto del 2014
THE WASHINGTON POST / GETTY Los descendien­tes. Indios arikara, mandan e hidatsa, en un ‘pow wow’ o baile ceremo nial en la reserva de Fort Berthold, en agosto del 2014
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