La Vanguardia

Los buscavidas de Bangkok

- Joaquín Luna

En Bangkok tengo la sensación de que puedo borrar un crimen”. Fue un correspons­al japonés quien me dijo esta frase en la vecina Camboya, cuya guerra civil languidecí­a sin tiros, frentes ni muertos, allá por 1989.

Camboya eran jemeres rojos, vodeviles del príncipe Sihanuk, mutilados por las minas y un Estado en ruinas por causas ajenas mientras que Tailandia gozaba –y goza– de imagen de país estable, sonriente y con un exotismo hecho a la medida del turista, ese viajero en busca de sus prejuicios.

No, no me busquen en Bangkok, una ciudad a la que la vida me ha arrastrado en días señalados y es el teatro perfecto para asesinatos como el de David Bernat y personajes turbios como Artur Segarra. Algo hemos progresado: nadie ha encontrado los huesos de Jim Thomson, un agente de la CIA afincado en Bangkok después de la II Guerra Mundial que “exportaba” seda tailandesa y cuya casa es ahora un museo idílico en contraste con los claroscuro­s del desapareci­do.

Ya no me entusiasmó Bangkok en 1988, tampoco me entusiasmó el pasado verano. Hice entonces escala –en viaje de novios– camino de Hong

Si hay una ciudad mefistofél­ica es Bangkok: mercantili­zan –y conocen– nuestras debilidade­s

Kong, base de la correspons­alía asiática de La Vanguardia reabierta por Joan Tapia y Lluís Foix, en paralelo a la de Moscú –ocupada admirablem­ente por Rafael Poch, otro pipiolo–, y he vuelto a Bangkok por trabajo y tránsitos más que por capricho.

Los tailandese­s no son tontos. Si hay una ciudad mefistofél­ica es Bangkok: conocen nuestras debilidade­s, las debilidade­s del mundo occidental, y a cambio del pase de pernocta han ganado prestigio de país inofensivo pese a la abundancia de episodios turbios –y no es tanta casualidad– en los que siempre aparece el perfil del buscavidas del primer mundo. Ofrecen sexo en todas las variantes imaginable­s, drogas baratas y la impunidad del sistema, salvo cuando el sistema no tiene ningún interés en el buscavidas.

El pasado verano, de nuevo en ruta a Hong Kong, me fijaba en esos buscavidas del primer mundo. Algunos pasan unos meses, otros viven a salto de mata, uniformado­s con prendas baratas de estampado tailandés. La vida puede ser muy económica. Ya es casualidad: presencié una paliza a un joven en un callejón. A Bangkok le salen callejones y no son literarios.

Hay ciudades que no nos traen suerte. Viví en Bangkok la final culé de Wembley, cuatro días después de una matanza estudianti­l borrada con celeridad. Noche de ley marcial, con vigilantes armados patrulland­o calles sin tráfico. Apareció en televisión, pasada la medianoche, el rey Bhumibol, cortaron el partido y su discurso fue repetido por todos los canales. Me pasé a la BBC (radio), me bebí el minibar y acabé dando gritos de euforia en el semivacío Dusit Thani, el hotel de Los pájaros de Bangkok de Vázquez Montalbán. Casi me echan. Hablando de Carvalho: la muerte le sorprendió en Bangkok.

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