El refugio de los ‘sin carrito’
La vieja estación abandonada es el último y provisional cobijo de quienes esperan encontrar cualquier otra cosa
Mohamed aguarda muy intranquilo junto a su carrito de supermercado atestado de chatarra a que la policía municipal levante el cordón dispuesto en un estertor de la calle Pamplona. “No, yo no vivo en la estación del incendio. Yo vivo en la nave de este lado de las vías”. Mohamed está nervioso porque, hasta que la policía municipal no levante el cordón, no podrá acceder a su nave, a su chabola, y recoger todos los artículos que estos días rescató de los contenedores de basura… “Yo busco cosas y las vendo en Badalona, en un mercadillo que se hace debajo de la autopista… ¡Voy a perder toda la maldita mañana por culpa de…!”. Un agente le dice que no sabe cuándo podrá pasar, que no sabe cuándo terminarán los bomberos su trabajo.
“No, no –insiste Mohamed, entre suspiros, mirando la hora en su teléfono móvil a cada momento–… Yo no tengo nada que ver con esa gente. Por su culpa ahora van a echarnos a todos... Aquí en la nave vivimos unas 50 personas, de la chatarra, de buscar cosas que se pueden aprovechar, de enviar cosas a Marruecos para venderlas de segunda mano… Porque nosotros nos ponemos de acuerdo, para organizar los viajes, para dividir la nave y que todo el mundo tenga su espacio. Yo llevo aquí dos años. Aquí estamos bien. No nos juntamos con los del otro lado de la vía. Nadie lo hace... A lo mejor cuando vienen a limpiarse en la fuente, pero… Yo los veo por la mañana, cuando salen de su agujero y cruzan las vías. Todo el mundo sabe que están allí, pero nadie habla con ellos. A veces hay más, a veces hay menos. Estos días hace más frío y... Los obreros que trabajan en las vías también lo saben, pero tampoco hablan con ellos. Esta gente no está bien de la cabeza, ¿entiende? Cualquiera que viva de ese modo no está bien de la cabeza, eso es una porquería... y encima a veces, según me dijeron, hay niños. Yo la verdad es que nunca había visto gente tan pobre”.
La miseria tampoco es uniforme, homogénea. También tiene sus estratos. Siempre hay alguien que está peor. En verdad estas viejas instalaciones ferroviarias de mediados de los años 70 que nunca llegaron a entrar en funcionamiento, donde ayer se originaron las llamas que colapsaron la ciudad, no son más que el último refugio de quienes no tienen ningún refugio, de quienes siquiera tienen un carrito de supermercado que llenar de chatarra. Aquí vienes cuando no tienes nada, cuando aprieta el frío. Unos pocos días, hasta que... El modo más sencillo de acceder a estas viejas instalaciones ferroviarias a los majestuosos pies del Teatre Nacional de Catalunya consiste en reptar a través de un agujero situado al fondo de un callejón ubicado a pocos metros de la nave de Mohamed y los suyos. El agujero en cuestión, que está a pie de calle, tiene una altura aproximada de un cuarto de metro, y tampoco es demasiado ancho... Lo mejor es acurrucarse y pasar de costado. De este modo puedes levantarte lo antes posible. Al otro lado se desparrama una espesa alfombra de inquietantes desperdicios. El cuerpo te dice que si los atraviesas te contagiarás de tétano, rabia, hepatitis... También puedes saltar la puerta metálica que normalmente emplean los trabajadores de Adif encargados del mantenimiento de las vías, pero para encaramarte tienes que estar muy en forma.
Vecinos y camareros de los bares y restaurantes del entorno explican que no es raro que los chatarreros de la nave de tanto en tanto vengan a tomarse un cortado, un bocadillo, un refresco... “Los chatarreros están organizados, para bien y para mal –cuentan–. Tienen sus jefes, sus normas... y ya llevan tiempo aquí, ya los conoces más o menos. Algunos son muy majos, muy amables... otros dan un poco de miedo...”. “Pero los del otro lado de la vía son otra historia. Vienen y van. Son como sombras, como fantasmas. Siempre están cambiando. Nunca son los mis- mos, nunca se toman un café. Algunos están más tiempo, otros menos. Salen por la mañana y regresan por la noche. No sueles verlos durante el día. Están por ahí, buscándose la vida, tratando de encontrar algo mejor, un lugar decente... Con la que se ha montado no sé si volverán pronto”. “Lo que quieren ellos es poder instalarse en sus propia nave industrial y tener también un lugar donde guardar la chatarra y ganarse un dinero... Como los chatarreros del otro lado de la vía. Hace dos o tres semanas trataron de okupar una nave abandonada justo aquí al lado, en la calle Tánger, porque por esta zona cada día hay más naves abandonadas, pero la policía llegó enseguida y tuvieron que volverse a las vías”. Mohamed se cansa de esperar y decide marcharse a dar una vuelta. “Ya perdí la mañana”, se lamenta.
“Son como sombras, como fantasmas –dicen los camareros–; están ahí a la espera de poder ocupar alguna nave” Los chatarreros que duermen en chabolas no entienden cómo se puede vivir de este modo