La Vanguardia

Roger Alier, un periplo vital

- Maricel Chavarría

Pocas veces se ha registrado en las comidas del Cercle del Liceu un overbookin­g como el que provocó ayer el homenaje que le rindió la entidad al profesor y crítico de ópera Roger Alier: los cien comensales se habría convertido en 200 de haber tenido los salones del club una dimensión proporcion­al a la del personaje. Tal era la expectació­n que despertaba el crítico de La Vanguardia –tres décadas publican- do– a punto de cumplir los 75 años.

A más de un socio del Cercle le cambió Alier la vida con sus clases en la Universita­t de Barcelona, ya en los ochenta. Sin ir más lejos, a Fernando Sans-Rivière, miembro de la junta del club y director de Ópera Actual, revista que fundó el propio Alier. “Llegué a su primera clase cuando comenzaba a explicar la Tetralogía de Wagner y aquello me hizo cambiar de carrera”, admitía al introducir al personaje durante el acto. Presentaci­ón en la que se recordó, por ejemplo, que fue miembro fundador de Amics del Liceu; que trabajó en Encicloped­ia Catalana escribiend­o concisos artículos; que de su centenar de libros hay 24 en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., o que aunque se haya jubilado de la UB, ese erudito que sabe hablar para todos los públicos no para: ahí están las cenas líricas del 7 Portes, o esos viajes culturales en los que él hace de cicerone.

El periplo vital de Roger Alier es de un exotismo cuasi operático y ayer hubo ocasión de comprobarl­o. Hijo de médico y pianista –“tuve unos padres inolvidabl­es”–, nació en el exilio de Venezuela, pues a su padre le habían hecho médico militar de la República y, adivinando que estallaría una guerra mundial, huyeron a los lugares más idílicos: EE.UU., Australia... todo ello en una época en que se viajaba en barco.

La familia acabó en Java, donde su padre ejercía de médico en la colonia holandesa y su madre se dedicó a enseñar al pequeño Roger a tocar el piano y a escribir a máquina. Ver mundo en la infancia marca...

“Al nacer mi hermano en 1948 viajamos a Barcelona por el Índico y tomamos un tren en Rotterdam, un viaje muy formativo. Yo he visto París a oscuras con el hambre y el frío de la posguerra...”, comenta, manteniend­o a la concurrenc­ia en vilo.

Mientras en el salón del Cercle se proyectan exóticas imágenes de su infancia en Indonesia, Alier aborda sus años ya en Barcelona, cuando su padre quiso que estudiara Medicina y a él no le interesó: en secreto hizo Filosofía y Letras –“murió antes de que acabara, de manera que nunca lo descubrió”– y con tales calificaci­ones que pronto se le propuso que escribiera de música. No tardó en descubrir la ópera.

“Fue el 15 de noviembre de 1960, con un Barbero de Sevilla en la voz de Alfredo Kraus y Gianna D’Angelo, en el 5º piso, pues parece que hay una tradición de entrar en el Liceu por el 5º piso. Pero pronto decidí que yo aquello lo quería ver de cerca y bien y destiné mi sueldo de la agencia de viajes a un abono, que, en contra de lo que la gente piensa, no es caro”. Seis años más tarde decidía dedicarse profesiona­lmente.

“Hacer crítica no significa insultar o minusvalor­ar a ningún cantante. En 38 años sólo he dejado mal a una soprano por una Carmen horrible y un Trovador de una compañía polaca. La ópera es el espectácul­o más completo, lo amo y lo valoro y procuro divulgarlo. Por cierto, hice mi tesis sobre los orígenes de la ópera en Barcelona: fue cosa de los militares. El marqués de la Mina añoraba la ópera al dejar Italia y montaban 20 títulos al año. Al morir, en 1767, el Ayuntamien­to quiso acabar con aquello pero el público se negó. La ópera es imprescind­ible en cualquier comunidad que tenga gusto por la cultura. Hay que defenderla”.

Por de pronto, el crítico monta el día 20 un Barbero en versión piano y sin coro en el teatrino del Conservato­ri del Liceu, justo el día en que se cumplen 200 años del estreno de este Rossini. Todo cuadra.

El Cercle del Liceu rinde homenaje al crítico de ‘La Vanguardia’, de trayectori­a cuasi operática

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JORDI PLAY Roger Alier entre socios del Cercle, flanqueado por Fernando Sans-Rivière e Ignacio Garcia-Nieto (detrás)
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