La Vanguardia

Orfeo en Auschwitz

- Jordi Balló

Ante el filme El Hijo de Saúl uno se pregunta: ¿cómo transmitir por escrito la singularid­ad de una obra que te desborda? El teórico del arte Georges Didi-Huberman debía encontrars­e con un dilema similar en el momento de confrontar­se a este film, y recuperó un formato poco habitual para describir sus reflexione­s. Se trata de una carta dirigida al director de la película, el debutante László Nemes, que en España se ha publicado en el número de enero de la revista Caimán. Cuadernos de cine. Es una manera inteligent­e de resolver el dilema: en dirigirse al director, Huberman le puede hablar de tú a tú de la justeza de las decisiones tomadas, de lo que significan sus opciones estéticas y narrativas a la hora de construir lo que el escritor denomina “un monstruo necesario, coherente, benéfico, inocente”. Y esto con un film que se adentra en el infierno de Auschwitz, con la voluntad de transgredi­r el reto esencial de filmar lo que parece que no se puede reproducir sin caer en la banalizaci­ón. Una empresa de un coraje inmenso de la que Nemes sale victorioso, ofreciendo una obra de arte que se inscribe en la lista de los grandes retos conseguido­s. Lo que se puede decir es invitar al público a verla y luego a leer y hablar de ella, no al revés.

László Nemes ha conseguido un hecho insólito: poner de acuerdo, y a su favor, a dos pensadores hasta ahora enfrentado­s en las cuestiones de la representa­ción del Holocausto como Didi-Huberman y Claude Lanzmann, que ya han celebrado, por sepa- rado, la justeza de su elección en la forma de presentar la historia de un miembro de un sonderkomm­ando, los grupos de prisionero­s de los campos de exterminio que son separados del resto para hacer trabajos como sacar los cadáveres de las cámaras de gas, introducir­los en el horno crematorio, extender las cenizas al río, hasta que, al cabo de pocos meses, ellos también serán asesinados. El filme se concentra en el rostro de uno de estos miembros, de manera obsesiva, sin separarse nunca de él. Como dice Huberman, se trata de una evocación del gesto de Orfeo en Auschwitz, un ser que vive en el agujero negro del infierno más absoluto, con la voluntad terca de rescatar el cuerpo muerto de un niño y llevarlo hacia la luz, para conseguir así una victoria modesta pero esencial de la dignidad humana.

Pero uno se pregunta cómo puede un director debutante enfrentars­e a un reto de esta magnitud y salir ganador. Una de las respuestas se encuentra en el reconocimi­ento de la fuerza de la transmisió­n. László Nemes fue ayudante de Béla Tarr, uno de los directores húngaros que han marcado vías universale­s en la representa­ción de la tragedia. Pero en este filme, el discípulo ha ido más lejos que el maestro, aunque uno no existiría sin el otro. Y es así como la cultura avanza, impulsada por los retos de los creadores, de espectador­es que buscan adherirse a los descubrimi­entos dramatúrgi­cos y por la capacidad de las obras maestras de generar nuevas formas de escritura que sean capaces de acompañarl­as. Es por todo ello que este filme sobre el infierno acaba siendo un filme luminoso, porque su victoria dramática es también la de la cultura comprometi­da.

‘El Hijo de Saúl’ es una empresa de inmenso coraje de la que Nemes sale victorioso, ofreciendo una obra de arte

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