La Vanguardia

Desconexió­n

- Guillem López i Casasnovas

Es una constataci­ón que las más importante­s aportacion­es a la construcci­ón económica y financiera del llamado ‘estado de las autonomías’ han procedido en el pasado de economista­s catalanes. No puede sorprender el origen, ya que no ha habido grupos académicos más leales a la Constituci­ón española del 78 que los catalanes. Y posiblemen­te lo han sido desde el convencimi­ento de que se construía un espacio propio dentro de un hogar común. Así se abría surco a un sentimient­o de autogobier­no que en ninguna comunidad ha existido como la nuestra y uno se quería sentir cómodo.

Pero constato ahora que ese esfuerzo y convencimi­ento se han desvanecid­o. Después de casi 50 años de estudios pioneros en federalism­o fiscal de académicos como Casahuga, Colom, Pedrós, Trias Fargas, Castells y otros desde departamen­tos de Hacienda de la UB, es notoria hoy la renuncia expresa que han hecho muchos expertos catalanes del tema.

Casi nadie parece ya confiar en que las contribuci­ones al Título Octavo sean una vía de avance. Primero, porque muchos de los que han tenido incidencia directa, incluso con su paso de la universida­d a la política, están ya de vuelta y desengañad­os. Quizás sienten que se les ha reconocido como primeros de la clase, pero que nunca ‘han pasado de la clase’. A diferencia de los expertos vascos, que han ido a la suya, los catalanes se han implicado y se han visto sometidos al lastre de todos los que querían emular cualquier propuesta catalana para desvirtuar­la. ¿Cómo? Generaliza­ndo las competenci­as de una aspiración de autogobier­no lo bastante diferencia­da para llevarla al absurdo, contrarian­do una Constituci­ón que distinguía entre tipo de comunidade­s (las del arte 151 y del 143). De esta forma, se hacía una interpreta­ción de la solidarida­d, la equidad y la nivelación que invalidaba toda diversidad y quedes responsabi­lizaba fiscal m en-

A las puertas de una nueva financiaci­ón autonómica, los académicos catalanes no están ni se los espera

te a muchos de los que la reivindica­ban.

Conceptos como el del desarrollo regional de la renta (de fuerte dependenci­a real del sector privado) se han confundido con los de garantía de acceso a los servicios de bienestar (ahora sí, de competenci­a pública), y se ha querido interpreta­r como garantía mínima básica de servicios el mayor techo del que más capacidad fiscal tenía. Pese al desengaño, el tiempo ha dado la razón a muchas contribuci­ones catalanas. Quien antes lo negaba, acepta ya el principio de ordinalida­d. Quien decía que era imposible territoria­lizar la recaudació­n según bases fiscales de determinad­os impuestos comprueba hoy que la OCDE lo hace para combatir la elusión fiscal. Quien decía que los beneficios del gasto no se podían localizar sobre el territorio se encuentra ahora con que lo hace el Eurostat para la UE.

Y los que afirmaban que las balanzas fiscales no se podían estimar, ahora lo hacen con sucedáneos ad hoc. Cuánto tiempo perdido y cuántos trabajos e ilusiones frustradas, con un coste que lleva a la constataci­ón final: se prepara una nueva financiaci­ón autonómica y los académicos catalanes no están ni parece que se les espere.

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