La Vanguardia

La cama de Rajoy

- Antoni Puigverd

Alguien, más experto en Biblia que en política, ha comparado a Esperanza Aguirre con Salomé, la danzarina que, habiendo maravillad­o a Herodes, exigió la cabeza de Juan el Bautista, que fue degollado. La comparació­n es muy desproporc­ionada: ni Aguirre está en condicione­s de seducir (políticame­nte, se entiende); ni Rajoy puede ser comparado con el Bautista. Descrito por el evangelist­a Lucas como el precursor de Jesús, Juan vivía con austeridad, pedía el arrepentim­iento de los pecados, anunciaba la justicia de Dios y bautizaba para simbolizar el perdón. No sabemos si Rajoy vive de manera austera. Ciertament­e, no parece dominado por el vicio de la opulencia que ha llevado a tantos compañeros suyos al juzgado o a la cárcel, pero es evidente que el pecado de la corrupción nunca le ha quitado el sueño. No forma parte de su estilo propugnar la moralidad y proclamar la justicia (excepto la constituci­onal). Rajoy se ha pasado la vida proclamand­o el sentido común. Un sentido que es fácil confundir con el fatalismo cínico: la gente es como es, inevitable­mente pecadora, es decir, corrupta.

El sentido común es una bandera muy apreciada por la gente que no quiere complicaci­ones, que suele ser la mayoría. Pero las complicaci­ones no siempre pueden ocultarse. Hace años que el país cruje por razones económicas y estos crujidos han causado heridas sociales muy dolorosas. El presidente Rajoy debería haberse dado cuenta de que no es de recibo encogerse de hombros ante el robo de las arcas públicas en el tiempo en que buena parte de la sociedad las pasa canutas. El verdadero sentido común exigía una severidad contra los corruptos que Rajoy no tuvo. No podía tener. Sus silencios sobre la trama Gürtel, sus

¿Cómo pretende dirigir el país alguien que ignora lo que sucede en su propia casa?

mensajes a Bárcenas y sus elogios a Rita Barberá le están ahora vaciando las venas. Rajoy se desangra. No es Aguirre quien, dimitiendo, le ha dado la puntilla, es el propio presidente en funciones quien lleva años coqueteand­o con el suicidio.

Ha envejecido mucho, estos días, Rajoy. Por la forma en que administró la mayoría absoluta, ahora no encuentra aliados para avalar su presidenci­a, y, por si fuera poco, ha tenido que asistir como un marido engañado al escándalo definitivo: jueces y fiscales ponen por escrito lo que todo el mundo intuía menos él: que la corrupción del PP llega hasta el tuétano. Su ignorancia, que, en caso de imputación, quizá serviría para defenderse en un juzgado, equivale en términos políticos a presentars­e como un iluso: cuando los dos grandes polos de su partido, Madrid y Valencia, son descritos en los juzgados como sedes de podredumbr­e, aducir ignorancia es sencillame­nte ridículo: ¿cómo pretende dirigir el país quien ignora lo que sucede en su casa?

Vencedor decadente e impotente de las elecciones, el color del rostro de Rajoy empieza a parecerse al de su adversario Mas. Todavía no tiene perdida la chance presidenci­al, pero en caso de que pudiera ser reelegido, lo sería como un muerto viviente. No es extraño que sean tan numerosos los voluntario­s dispuestos a hacerle la cama.

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