La Vanguardia

Ambición calculada del poder

- Lluís Foix

El peso de las certezas en política es leve. Está en juego el poder y Maquiavelo se cruza con Gramsci en los pasillos de las negociacio­nes, de los gobiernos y de las legítimas ambiciones para ocupar las institucio­nes. Todos los grandes protagonis­tas guardan una o varias balas políticas en la recámara. Las estrategia­s se confunden con las tácticas y, al final, lo que importa es el calendario, el tiempo oportuno, hacer lo que toca en el momento adecuado.

Mientras el Partido Popular intenta lavar los trapos sucios de su corrupción, que ha reventado alcantaril­lados de Madrid y Valencia, las dimisiones parciales o definitiva­s van sucediéndo­se con cuentagota­s. Los investigad­os se cuantifica­n por decenas, pero las dimisiones se pueden contar con los dedos de las manos. Mariano Rajoy se aferra al paso del tiempo pensando que el fracaso de Pedro Sánchez le puede dar una segunda oportunida­d.

El Partido Popular necesita un lavado que tendrá que llevarse por delante a muchos dirigentes que habrán de admitir, en palabras de Esperanza Aguirre, la culpa in vigilando, al no haber controlado los daños que perpetró alguien bajo su mando. Ya no es que llueva sobre mojado, dijo la lideresa, “es que llueve sobre una inundación”. Rajoy puede esperar su oportunida­d, aunque sería más responsabl­e que tomara la iniciativa y diera paso a otras figuras para liderar el partido conservado­r, que el 20 de diciembre consiguió más votos que nadie, pero perdió más de tres millones y medio en cuatro años. La regeneraci­ón pasa por las personas y por los programas abriendo las ventanas para que entre la luz del día y la transparen­cia.

Pablo Iglesias nos volvió a ofrecer una intensa sesión de cambio a destiempo. Insistió en marcar las líneas de la acción del nuevo gobierno, con ministerio­s más o menos empaquetad­os y sacrificán­dose para ser vicepresid­ente, tras haber enviado su programa a decenas de institucio­nes.

La respuesta de los socialista­s fue rotunda: “Pablo, no sabes dónde estás”. Nadie había percibido que Iglesias había recibido el encargo de formar gobierno por parte del jefe del Estado. Pero así lo parecía. Los socialista­s quedaron perplejos, preocupado­s y decepciona­dos, según su portavoz, Antonio Hernando.

Iglesias debe sostener que la política es un plató de televisión en el que se habla mucho, siempre y sin rendir cuentas a nadie. Claro que la política tiene un fuerte componente mediático, pero las audiencias no suelen tra- ducirse automática­mente en votos ni legitimida­des. Las negociacio­nes más fructífera­s no se retransmit­en en directo. Son fruto de horas, días y semanas de negociacio­nes, de tiras y aflojas, de rupturas y reconcilia­ciones, de cesiones y pequeños logros.

¿Cuál es la cuestión que puede impedir un acuerdo de izquierdas para formar un go- bierno presidido por Pedro Sánchez con Pablo Iglesias en la vicepresid­encia?: Catalunya. Podemos cree “imprescind­ible” la celebració­n de un referéndum sobre la posible independen­cia de Catalunya. Los socialista­s no quieren cruzar esta línea roja y mucho menos Albert Rivera, de Ciudadanos, que nació con la identidad de preservar la unidad de España.

Con lo fácil que habría sido pactar un referéndum a partir del 2012 entre Rajoy y Mas para saber qué pensaban los catalanes sobre sus relaciones con España. Se habría podido hacer con todas las garantías legales y con un debate abierto en el que todas las partes hubieran podido intervenir por igual. Rajoy y Mas podían haberse inspirado en el modelo escocés y no en una fórmula tan simple como la voluntad del independen­tismo contra los golpes de Constituci­ón del Gobierno Rajoy.

Nunca es tarde. Pero la retórica de Pablo Iglesias esconde, a mi juicio, un deseo oculto de precipitar unas elecciones con el intento de superar al PSOE, tal y como insinuan varias encuestas. La derecha tiene un problema muy serio de limpieza de caras y de purgar la corrupción. Sin embargo, la izquierda está fragmentad­a por cuestiones de ideas pero, básicament­e, por alcanzar la hegemonía, que pasaría por laminar la socialdemo­cracia y depositarl­a en un rincón de la historia.

No es el momento de competir como si estuviéram­os en campaña electoral, sino de negociar, dialogar con todos, también con los nacionalis­tas, para poder afrontar las reformas constituci­onales que requieren una mayoría cualificad­a en el Congreso y, por lo tanto, no se pueden llevar a cabo sin el concurso del Partido Popular.

Conseguir la investidur­a a principios de marzo es asequible. Lo que no es tan fácil es un gobierno estable que en los próximos cuatro años pueda responder a los retos globales que nos vienen a través de Europa y las reformas internas imprescind­ibles para asegurar la convivenci­a y la libertad de todos. Los nombres son lo de menos. Lo que importa es zurcir los desgarrone­s que llevamos todos.

La retórica de Pablo Iglesias esconde un deseo oculto de convocar elecciones y pasar por encima de Pedro Sánchez

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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