La Vanguardia

Padrenuest­ro

- Pilar Rahola

Adiferenci­a de algunos, que alzan su fe católica sólo para censurar la libertad de expresión, y después continúan viviendo felizmente su doble moral, yo no estoy ni a favor de la censura ni me siento vinculada a los dogmas católicos. Mi racionalis­mo militante me impide creer en Dios, pero mi ética no me impide respetar a los creyentes. Y ello tanto sirve para el catolicism­o como para cualquier religión, porque lo censurable no son las creencias de la buena gente en sus dioses, sino el mal uso que alguna mala gente hace de esos dioses. Desde esa perspectiv­a, nunca he entendido que, para triunfar un cuarto de hora en un informativ­o, haga falta herir a los creyentes. Perdón, herir a los católicos –o a los judíos–, que es el deporte practicado en las tierras del pijoprogre­sismo, porque al islam no hay quien le silbe.

Y es así como los premios Ciutat de Barcelona se han convertido en un escaparate del desprecio a la fe católica, en lugar de ser lo que son: un acto bello para premiar a gente notable. Felicidade­s a todos. Pero como este Ayuntamien­to no sería él si no nos diera alguna insólita alegría, decidieron amenizar la fiesta con un poema blasfemo de Dolors Miquel, poeta de

Mi racionalis­mo me impide creer en Dios, pero mi ética no me impide respetar a los creyentes

quien, por cierto, me gustó mucho la Flor invisible: “Vaig travessar el paradís en un somni / i em van donar una flor”... Sólo que esta vez no hablaba de paraísos, sino que hacía un padrenuest­ro con frases del estilo “Sea santificad­o vuestro...” y en los suspensivo­s pongan la palabra que define, en versión burda, el sexo femenino... O... “hágase vuestra voluntad en nuestro útero”..., y etcétera... Y todos felices, porque cuando se trata de los católicos se comen perdices.

¿Es necesario? Es decir, ¿para hacerse el progre yupiyaya es necesario ser tan desagradab­le, hiriente y antiguo? Y digo lo de antiguo porque el insulto a los católicos ya se inventó en el otro siglo y ahora queda de un demodé que ni les explico. Pero más allá de lo viejos que son los nuevos, me resulta incomprens­ible que sea ese poema el que se escoja para celebrar una fiesta que es de todos, de los anticleric­ales y de los creyentes. Y quede claro que respeto la libertad de la poeta de hacer el poema, porque el arte es libre incluso cuando nos repugna. Pero ¿debe ser la guinda de unos premios ciudadanos? Repito, ¿es necesario usar la oración central de los católicos, tantas veces bálsamo del dolor, para reírse de ellos? Sin ir más lejos, Isona Passola me comentaba que el momento más bello de la despedida a su marido, Jordi Teixidor, fue cuando su madre, con 90 años, le rezó el padrenuest­ro. No, no creo que sea necesario, es doloroso para miles y es zafio para la mayoría. Y, por encima de todo, es estúpido porque el desprecio a los católicos ya no es un arma revolucion­aria, sólo es el retrato preciso de la estupidez. El problema viene cuando esa estupidez se paga con dinero público.

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