Convivir con el turismo
La cuestión del turismo sigue sobre la mesa, y es normal. Como dijo Zygmunt Bauman, el turista es el héroe de la posmodernidad. Su figura representa la idea de que todo el mundo está al alcance. De un lugar a otro, no hay rincón que no pueda pisar. Su condición es, precisamente, la de no permanecer, la de no pertenecer a ninguna comunidad en concreto. Su imperio, la movilidad absoluta. El turista es aquel que está sin estar y por eso se hace tan difícil de asimilar.
El turista es también un actor de la globalización y, como tal, encarna procesos económicos, políticos y culturales que influyen en los contextos locales de manera determinante. Pensemos, por ejemplo, en la gentrifi- cación de los barrios, el mobbing inmobiliario, la banalización cultural o la pérdida de espacio público. Estos fenómenos representan la cara más amarga de una industria que tiene aspectos positivos y que ahora, con las nuevas tecnologías, ha encontrado el medio propicio para seguir evolucionando.
Toma especial relevancia, pues, la gestión del turismo si no se quiere correr el riesgo de ser fagocitado. La ciudad contemporánea se encuentra desde hace tiempo ante un reto importante: mantener su posición en el mundo a la vez que preservar la propia identidad. No hacerlo la llevaría al peor de los escenarios: la división en dos. La ciudad propia y la ajena. Aquella donde nos sentimos como en casa y aquella que ya no reconocemos.
La pregunta para el turismo nos remite directamente a nuestro modelo de convivencia: ¿cómo nos organizamos con las perso- nas que están de paso pero a la vez son un elemento constante en el paisaje urbano? ¿Qué ciudad queremos compartir con ellos? El encuentro con el otro –que no conozco– no puede acabar con su instrumentalización o el rechazo. Al turista, como a cualquier otro, hay que integrarlo como elemento propio de la vida cotidiana atendiendo sus derechos y deberes, pero también sus capacidades y dificultades.
Reducir el turismo a una cuestión de números o de estrategia política no sólo lo oscurece, sino que dificulta su reconocimiento. En cambio, trabajar conjuntamente sobre las sinergias e impactos que genera nos permite construir el entramado social que queremos para nuestras ciudades. Haciéndolo estaremos llenando de contenido qué quiere decir para nosotros vivir en un entorno acogedor y habitable.