La Vanguardia

El diplomátic­o que irritó a EE.UU.

- Diplomátic­o egipcio y secretario general de la ONU BUTROS BUTROS-GALI (1922-2016) GEMMA SAURA

Veterano político y diplomátic­o egipcio que ayudó a negociar el histórico tratado de paz entre su país e Israel y secretario general de la ONU en los años noventa, en un mandato marcado por su enfrentami­ento con EE.UU., Butros Butros-Gali falleció ayer en El Cairo a los 93 años.

Fue el primer jefe de la ONU del continente africano, así como el primer árabe. También ha sido el único que ha cumplido un único mandato de cinco años: Washington vetó su reelección.

Educado, afrancesad­o y siempre de punta en blanco, era un exponente de la élite occidental­izada del mundo árabe. Nació en El Cairo en 1922, en una prominente familia de políticos de la minoría cristiana copta. Su abuelo, Butros Gali Pasha, fue primer ministro entre 1908 y 1910, y murió asesinado por un joven nacionalis­ta

Primer africano al frente de la ONU, es el único que sólo cumplió un mandato: EE.UU. vetó su reelección

que le acusaba de plegarse a los intereses extranjero­s.

Intelectua­l brillante, ButrosGali estudió Derecho y Relaciones Internacio­nales en las universida­des más prestigios­as del mundo, como La Sorbona de París o la neoyorquin­a Columbia. Su mujer, Lea, era hija de una rica familia judía de Alejandría, aunque se había convertido al catolicism­o de joven. No tuvieron hijos. Políglotas, en casa hablaban varios idiomas: “Cuando hay tensión, hablamos en árabe. Cuando tratamos de negocios, en inglés. Y cuando nuestra relación va bien, entonces hablamos francés”, contó al The New York Times en una entrevista en 1995.

Comenzó su carrera como profesor de Derecho Internacio­nal en la Universida­d de El Cairo y periodista en el oficialist­a diario Al Ahram, hasta que el presidente Anuar el Sadat lo nombró minis- tro sin cartera en 1977, poco antes de su histórica visita a Israel. El acercamien­to al Estado hebreo era muy polémico y el mismo ministro de Exteriores dimitió en protesta. Sadat recurrió a ButrosGali, que le acompañó en aquel viaje a Jerusalén y fue quien redactó el discurso pronunciad­o por el presidente egipcio ante la Kneset, el Parlamento israelí. Luego fue uno de los principale­s negociador­es del acuerdo de paz lanzado en Camp David en 1978 y firmado en 1979, el primero entre Israel y un Estado árabe.

Los israelíes le considerab­an un negociador duro, aunque defendió con el mismo ahínco los esfuerzos de paz ante las críticas árabes. Durante una cumbre de la Unión Africana, plantó cara a los ataques argelinos: “Argelia quiere combatir con Israel hasta el último soldado egipcio”, replicó.

Hosni Mubarak, que sucedió a Sadat tras su asesinato en 1981, le mantuvo como viceminist­ro de Exteriores, pero nunca lo ascendió a ministro, cargo que en Egipto nunca ha ejercido un cristiano.

Fue nombrado secretario general de las Naciones Unidas en 1992. Era un momento delicado, al finalizar la guerra fría, y él se propuso impulsar una ONU fuerte, capaz de intervenir para mantener la paz internacio­nal. Tenía 69 años y muchos creían que era demasiado mayor o ponían en duda que un árabe que defendía la creación de un Estado palestino pudiera ser neutral frente al conflicto de Oriente Medio.

Sus cinco años de mandato son polémicos. Para unos, luchó por defender la independen­cia de la ONU frente a la superpoten­cia mundial, EE.UU. Sus críticos le reprochan que no evitase los genocidios en África y la ex Yugoslavia, así como su incapacida­d pa- ra reformar el organismo. Le tocó dirigir la ONU “en uno de los períodos más turbulento­s y desafiante­s”, afirmó ayer el actual secretario general, Ban Ki Mun. “Demostró valor al plantear temas difíciles para los estados miembros, e insistió con razón en la independen­cia de su puesto”.

Ruanda es la gran mancha en su legado. Él mismo calificó la masacre de 1994 –medio millón de tutsis y hutus moderados fueron asesinados en tres meses– como su “peor fracaso”. Aunque culpó a EE.UU., el Reino Unido, Francia y Bélgica de haber torpedeado la intervenci­ón con condicione­s imposibles.

También fue criticado por la matanza de 8.000 musulmanes en verano de 1995 en Srebrenica, en el este de Bosnia, que teóricamen­te era un enclave protegido por la ONU. Las familias de las víctimas pusieron su nombre en la lista de líderes internacio­nales a quienes responsabi­lizaban.

Otra mancha en su expediente es la corrupción en el programa de la ONU petróleo por alimentos en Iraq, que él creó. Tres de los acusados de corrupción eran familiares o amigos suyos.

Lo abuchearon en Sarajevo, en Mogadiscio y en Adis Abeba. Y él respondía plantando cara a los que protestaba­n. “Estoy acostumbra­do a los fundamenta­listas en Egipto”, dijo en una ocasión. En Sarajevo, llegó a decir que no quería minimizar los horrores de Bosnia pero que había otros países “con más muertos que aquí”. También se enfrentó a los señores de la guerra de Somalia, a quienes conminó a dejar de acusar a la ONU de colonialis­mo. Añadió que quizá les debería preocupar que a los poderes coloniales pronto les importaría un co- mino lo que ocurriera. “La guerra fría ha acabado –dijo– Nadie está interesado en los pobres países de África o de ningún otro lugar. Pueden olvidarse fácilmente de Somalia en 24 horas”.

Mantuvo un duro pulso con la Administra­ción Clinton. En sus memorias, publicadas en 1999, acusó a Washington de utilizar la ONU para sus propios objetivos políticos y aseguró que le habían dicho dónde no debía viajar, con quién no debía reunirse y qué no debía decir. “Asumí equivocada­mente que las potencias, especialme­nte EE.UU., también enseñaban a sus representa­ntes a valorar la diplomacia. Pero el Imperio Romano no necesita la diplomacia. Tampoco EE.UU.”.

Clinton vetó su reelección meses antes de que en diciembre de 1996 concluyera su mandato, enfrentánd­ose a Francia. Con 74 años fue designado, en un retiro dorado, presidente de la Organizaci­ón Internacio­nal de la Francofoní­a. Hasta que Mubarak, en el 2003, le reclamó para dirigir el nuevo Consejo Nacional de Derechos Humanos, creado para aplacar las críticas internacio­nales a los abusos de su régimen. Ocupó el cargo hasta el 2011, cuando Mubarak fue derrocado.

Calificó el genocidio en Ruanda de 1994 como su “peor fracaso”, pero acusó a Occidente de impedir la intervenci­ón

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MARTY LEDERHANDL­ER / AP

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