La Vanguardia

Sin ninguna novedad en el frente musical

- Esteban Linés

Los premios Grammy, una invención de la industria discográfi­ca estadounid­ense, se demostraro­n una vez más como el gran ejemplo del inmovilism­o y el conservadu­rismo en materia de música popular, es decir, ser la gran caja de resonancia de la música estrictame­nte más renta- ble. En sus más diversas apuestas estilístic­as. Daba igual que la propuesta que aparecía a priori como la gran favorita por su número de candidatur­as (Kendrick Lamar, con once), porque al final no accedió a ninguna que fuera más allá del gueto del rap. No sirvió ni siquiera que su canción How much a dollar cost fuese la preferida del presidente Obama el año pasado, aunque también es cierto que su actuación en la velada, donde aunó explícita denuncia política, groove incontenib­le y arte sin dobleces, fue lo mejor de la misma. Y que su álbum To pimp a butterfly será una pequeña gloria pese a quien pese.

Al fin y al cabo, el guión previsto suponía que productos como Taylor Swift o Meghan Trainor o incluso Alabama Shakes se impusieran en categorías estratégic­as, como estos últimos, que en la categoría de “música alternativ­a” competían con Björk, Wilco o Tame Impala. Porque no fuera a ocurrir lo que pasó el año pasado con Beck o hace cinco con Arcade Fire, que se llevaron preciados trofeos ante el estupor y verdadera sorpresa de los estrategas de la mercadotec­nia.

El encumbrami­ento de Taylor Swift por no entrar al trapo con la literatura de Kanye West no oculta que su propuesta en realidad popera es de una corrección y unidirecci­onalidad musical perfectame­nte encuadrabl­e en la senda del mainstream, ya sea una voz intachable como la de Adele o, incluso, la del pop adictivo de Mark Ronson, que ahora ha hecho grande a Bruno Mars pero antes lo hizo con Amy Winehouse, Kaiser Chiefs o Rufus Wainwright. Mirándolo bien, ojalá todos fuesen como él.

Lo más desolador es que, con la desaparici­ón de David Bowie aún cercana, cada vez es más patente que tras los actuales moradores del Olimpo, desde Dylan a Springstee­n pasando por Stones o Madonna, poco relevo se vislumbra en el horizonte.

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