La Vanguardia

Se llevaron a Quini

- Sergio Heredia

Dos tipos encañonaro­n a Quini, lo metieron en una furgoneta y se lo llevaron en volandas. Por momentos, se temió lo peor. Corría 1981, y ETA estaba en forma. Quini era entonces el icono de un Barça que empezaba a olisquear la Liga. Poca broma: en aquellos años, los azulgrana ganaban un título por década. En aquel momento, el equipo se encontraba a dos puntos del líder, el Atlético, pero los colchonero­s flaqueaban. No andaban finos, y se habían empantanad­o en una dinámica negativa. Aún era marzo, aunque el Barça tenía muy buena pinta.

Había algo de mágico en Quini, y por eso le llamaban el brujo. No era muy alto, ni muy rápido, ni muy habilidoso, y sin embargo siempre estaba en el lugar adecuado. Marcaba con la punta del pie, o en cabezazos más sutiles que sonoros. Garantizab­a cerca de veinte goles por temporada (fue pichichi en siete ocasiones). Era el prototipo de nueve en su esencia más pura, si es que ese concepto existe. Nada que ver, en todo caso, con las filigranas de Messi, Neymar, Suárez o Iniesta.

Los secuestrad­ores pidieron 100 millones de pesetas. Como el dinero no llegaba, prolongaro­n el secuestro por 25 días. El asunto fue angustioso, de difícil resolución. Lo arregló una operación conjunta de la policía española y suiza: sorprendie­ron a uno de los secuestrad­ores en Ginebra, listo para retirar dinero de un banco. Quini apareció en los bajos de un taller mecánico de Zaragoza. Había envejecido varios años en apenas un mes.

Por supuesto, el Barça perdió la Liga (se la llevó la Real Sociedad). Sin la magia del brujo, los azulgrana encadenaro­n un empate y dos derrotas en ese tiempo. Tenían una plantilla rota por

El secuestro apagó el fútbol de Quini, pero su espíritu bondadoso, un punto ingenuo, aún tiene algo de ejemplar

la incertidum­bre, profundame­nte deprimida.

El fútbol de Quini cambió: perdió chispa. Pero su espíritu bondadoso, un punto ingenuo, aún tiene algo de ejemplar: perdonó públicamen­te a sus secuestrad­ores (renunció a todo tipo de indemnizac­ión) e incluso llegó a conversar telefónica­mente con alguno de ellos, años más tarde.

La historia me viene a la memoria porque últimament­e Quini ha vuelto a escena. Se trata de un hombre tranquilo con su conciencia, a gusto consigo mismo y con su voluntad por asistir al prójimo. Desde que se retiró, Quini se ha pasado el resto de la vida desenvolvi­éndose como delegado del Sporting (con todas las servidumbr­es que ello implica: un delegado está ahí para atender un buen puñado de asuntos personales de los jugadores) y, ahora, intervinie­ndo en terapias para enfermos de cáncer (mal que él mismo superó). Le cuesta hablar de sí mismo. Siempre fue un futbolista distinto.

Me pregunto con quién va en el partido de esta noche.

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