Se llevaron a Quini
Dos tipos encañonaron a Quini, lo metieron en una furgoneta y se lo llevaron en volandas. Por momentos, se temió lo peor. Corría 1981, y ETA estaba en forma. Quini era entonces el icono de un Barça que empezaba a olisquear la Liga. Poca broma: en aquellos años, los azulgrana ganaban un título por década. En aquel momento, el equipo se encontraba a dos puntos del líder, el Atlético, pero los colchoneros flaqueaban. No andaban finos, y se habían empantanado en una dinámica negativa. Aún era marzo, aunque el Barça tenía muy buena pinta.
Había algo de mágico en Quini, y por eso le llamaban el brujo. No era muy alto, ni muy rápido, ni muy habilidoso, y sin embargo siempre estaba en el lugar adecuado. Marcaba con la punta del pie, o en cabezazos más sutiles que sonoros. Garantizaba cerca de veinte goles por temporada (fue pichichi en siete ocasiones). Era el prototipo de nueve en su esencia más pura, si es que ese concepto existe. Nada que ver, en todo caso, con las filigranas de Messi, Neymar, Suárez o Iniesta.
Los secuestradores pidieron 100 millones de pesetas. Como el dinero no llegaba, prolongaron el secuestro por 25 días. El asunto fue angustioso, de difícil resolución. Lo arregló una operación conjunta de la policía española y suiza: sorprendieron a uno de los secuestradores en Ginebra, listo para retirar dinero de un banco. Quini apareció en los bajos de un taller mecánico de Zaragoza. Había envejecido varios años en apenas un mes.
Por supuesto, el Barça perdió la Liga (se la llevó la Real Sociedad). Sin la magia del brujo, los azulgrana encadenaron un empate y dos derrotas en ese tiempo. Tenían una plantilla rota por
El secuestro apagó el fútbol de Quini, pero su espíritu bondadoso, un punto ingenuo, aún tiene algo de ejemplar
la incertidumbre, profundamente deprimida.
El fútbol de Quini cambió: perdió chispa. Pero su espíritu bondadoso, un punto ingenuo, aún tiene algo de ejemplar: perdonó públicamente a sus secuestradores (renunció a todo tipo de indemnización) e incluso llegó a conversar telefónicamente con alguno de ellos, años más tarde.
La historia me viene a la memoria porque últimamente Quini ha vuelto a escena. Se trata de un hombre tranquilo con su conciencia, a gusto consigo mismo y con su voluntad por asistir al prójimo. Desde que se retiró, Quini se ha pasado el resto de la vida desenvolviéndose como delegado del Sporting (con todas las servidumbres que ello implica: un delegado está ahí para atender un buen puñado de asuntos personales de los jugadores) y, ahora, interviniendo en terapias para enfermos de cáncer (mal que él mismo superó). Le cuesta hablar de sí mismo. Siempre fue un futbolista distinto.
Me pregunto con quién va en el partido de esta noche.