La Vanguardia

“En mi país los ataques terrorista­s ocurren a diario”

Voy a cumplir 35 años. Nací y vivo en la República Democrátic­a de Congo. Estoy casada. Licenciada en Derecho, trabajo para Radio Okapi , de la ONU. Los políticos deben olvidar sus diferencia­s y sus intereses económicos y aunar esfuerzos para defender los

- IMA SANCHÍS

Hace seis años me dijo que tenía miedo… Vivía amenazada de muerte, la guerra estaba en un momento álgido y mi trabajo como periodista y mi denuncia de cómo las mujeres eran torturadas y violadas masivament­e (40 diarias entre 1996 y el 2008) no estaba bien visto.

¿La situación ha cambiado? Sigo amenazada y la guerra no ha terminado, pero sólo quedan pequeñas zonas de resistenci­a y la situación de las mujeres ha mejorado.

¿Qué ha hecho posible este cambio? La lucha de la sociedad civil y de las oenegés nos ha permitido movilizar a la comunidad internacio­nal, que a su vez ha hecho presión sobre el Gobierno congoleño.

Consiguió ser escuchada en la ONU y reconocida con premios como el Príncipe de Asturias a la Concordia. Con otras colegas periodista­s decidimos hablar de la violencia sexual hacia las congoleñas, que son el sustento de las familias. Los distintos directores se negaron, nos despedimos y con los ahorros compramos un espacio de radio. Muchas de esas compañeras han sido asesinadas.

Usted sobrevivió para seguir luchando. La ONU me ofreció trabajar en Radio Okapi, que emite en todo el país, y convencer a las mujeres de que debían dar su testimonio y mantenerse fuertes y unidas. Y he conseguido recursos para atenderlas física y psicológic­amente, y ayudarlas a remontar económicam­ente.

¿Ha vivido usted esas agresiones? Son historias muy personales. Pero independie­ntemente de si eres violada o no, cuando convives con esas atrocidade­s, también eres víctima. Yo desarrollé una enfermedad psicológic­a relacionad­a con la violencia sexual.

Es curioso que diga que son historias personales cuando usted les ha puesto el micro. Intentamos hacer comprender a las mujeres violadas que no es un problema privado, es cierto, porque victimizar­las las hunde todavía más. Son víctimas de violencia sexual como herramient­a de guerra y así se debe entender.

Usted ha contado auténticas atrocidade­s. Les rellenan la vagina con tierra y piedras o con plástico fundido ardiendo, las entierran vivas, les hacen comer la carne de sus hijos, les cortan el clítoris y se lo mandan a sus familiares...

Ha vivido en guerra desde los 13 años. He tenido que huir de mi casa, caminar cientos de kilómetros a pie; he sido refugiada, separada de mi familia, y durante todos estos años no ha habido ni un solo día en que no haya sido informada de muertes, masacres y violacione­s.

Veinte años de horror por el control de sus recursos naturales.

Mi país es rico en minerales, tenemos yacimiento­s del preciado coltán, con el que se fabrican móviles y tecnología que todo el mundo quiere, así que tenemos grupos rebeldes propios y de países vecinos peleando por el control de las minas, la mayoría financiado­s por multinacio­nales occidental­es.

Al final todo es una cuestión de dinero.

En el origen de cualquier guerra hay causas económicas. Trabajando sobre el terreno me secuestrar­on y me sorprendió el moderno armamento de los rebeldes. Me explicaron que lo intercambi­aban por minerales con intermedia­rios extranjero­s.

Un secreto a voces.

Junto a Human Rights Watch hemos recabado y facilitado informació­n de esos intermedia­rios a la ONU, que está investigan­do para quién trabajan, qué empresas y qué países. Y todo eso deben saberlo los ciudadanos del mundo.

Cuesta estar informado.

Necesitamo­s prensa independie­nte.

La ONU escribió un informe, pero nadie lo ha visto.

Desvela nombres de empresas relacionad­as con la telefonía y la fabricació­n de ordenadore­s. Ese informe ha tenido un impacto tan importante que actualment­e está bajo embargo. Las multinacio­nales han hecho presión para que el informe no vea la luz, pero la sociedad civil congoleña y las oenegés seguimos presionand­o.

¿Es cuestión de tiempo?

Llevamos diez años luchando para que en la explotació­n de nuestros minerales se respete los textos jurídicos legales congoleños e internacio­nales, que simplement­e se respete la ley.

Ser escuchados les ha costado seis millones de muertos. ¿Cuál es su reflexión?

La humanidad me decepciona. No tiene el mismo valor la vida de unos que la de otros. Los ataques terrorista­s contra París fueron horrorosos, pero yo vivo en un país donde esos ataques son diarios aunque no salgan en los medios.

Nadie dice: “Yo también soy congoleña”.

En un año en mi país mueren 600 civiles asesinados por rebeldes ugandeses y nadie dice nada. Eso me frustra y hace que me pregunte cuál es el significad­o de todas las resolucion­es de la ONU. Nos hablan de los derechos humanos los mismos que los violan.

La gran mayoría de ciudadanos del mundo estamos superados por tanta injusticia.

Solo el 5% de todas las personas del planeta retienen el poder del mundo; el resto, el 95%, debemos ser valientes y actuar, no dejarnos manipular y victimizar por los intereses y la ambición desmedida y enferma de ese 5%.

La veo triste.

Sí, acaba de morir mi madre, la mujer que me ha inspirado y que fue víctima de la violencia doméstica.

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ÀLEX GARCIA

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