La Vanguardia

La memoria de Argelia en la guerra civil de Francia

El historiado­r Benjamin Stora explica cómo una “ideología sudista” carcome la República

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Por qué en Francia es particular­mente profunda la brecha con los emigrantes musulmanes? Algunos responden poniendo el acento en los “problemas del islam” y se internan en el discurso del “conflicto de civilizaci­ones”. Otros dicen que el problema no es la religión, sino precisamen­te la crisis de lo religioso. Otros enfatizan los aspectos sociales y generacion­ales de marginació­n y radicaliza­ción de las banlieu

es, de la disolución de la República tras varias décadas de neoliberal­ismo y darwinismo social –los disturbios del 2005 fueron un aviso no atendido, dicen–.

El historiado­r francés Benjamin Stora (Constantin­e, 1950) no sólo subraya la importanci­a de la guerra de Argelia (1954-1962, cuyo fin se conmemoró el día 19) en esa brecha, sino que apunta que aquel conflicto y su borrada memoria, aun por cicatrizar, alimentan en Francia una “ideología sudista” (en analogía con el sudismo de EE.UU), de la que se nutre el ultraderec­hista y pujante Frente Nacional.

Si España tiene las cunetas de su guerra civil por desenterra­r, Francia aún tiene la guerra de Argelia encerrada en el armario. El mismo concepto de guerra de Argelia no fue oficialmen­te reconocido hasta 1999 por un voto de la Asamblea Nacional. Durante casi medio siglo aquella guerra, con sus centenares de miles de muertos indígenas, sus 1,7 millones de soldados movilizado­s (24.000 de ellos muertos y 60.000 heridos), no fue más que una “operación de mantenimie­nto del orden”, explica Stora en la sede del magnífico Museo de la Emigración de París, que dirige desde el 2014. La película de 1966 La Batalla

de Argel, del italiano Gillo Pontecorvo, estuvo prohibida en Francia hasta 1971 y hasta el 2004 en las television­es. Aquel conflicto tiene un enorme presente biográfico en la Francia de hoy.

Un millón de pieds- noirs y sus hijos, un millón y medio de soldados que combatiero­n o simplement­e vivieron en Argelia hasta dos o tres años, un millón de emigrados argelinos y sus hijos y nietos, varias decenas de miles de harkis (argelinos colaboraci­onistas con el poder colonial), enumera Stora: “En total, cerca de 5 millones de personas tienen memoria directa de aquello en la Francia de hoy”, dice. Ninguna sociedad europea recibió como Francia tanta población de las zonas que colonizó y concentra hoy tal colisión de memorias entre colonizado­s y colonizado­res.

Pero la guerra de Argelia no sólo fue el conflicto entre el nacionalis­mo argelino y el colonialis­mo francés, sino que contiene “una especie de guerra de secesión estrictame­nte francesa entre un Norte que quería quitarse de encima el fardo colonial y orientarse hacia la integració­n europea, y un Sur inmerso en el pasado colonial con sus personajes sumergidos en un universo de segregació­n”, apunta Stora, nacido en Argelia en el seno de una familia judía.

La “insurgenci­a sudista” de los partidario­s de la Argelia francesa, opuestos a abandonar aquella colonia tan especial –por su cercanía y la gran población francesa presente en ella– incluyó una rebelión militar golpista en toda regla contra el gobierno del General de Gaulle, así como una larga y nutrida serie de atentados terrorista­s. Tanto los crí- menes de aquella guerra como aquel golpismo y terrorismo fueron barridos debajo de la alfombra y objeto de hasta seis leyes de amnistía y gracia entre 1962 y 1982, cuando generales, oficiales y funcionari­os condenados o sancionado­s por haber participad­o en la subversión contra la República fueron rehabilita­dos y reintegrad­os en el ejército y la administra­ción por el gobierno socialista de François Mitterrand.

Tras su llegada a la metrópoli, muchos franceses europeos de Argelia reprodujer­on en la Francia de hoy el esquema de la sociedad colonial: una jerarquiza­ción social y comunitari­a cuya base no era ciudadana sino étnica. Aquella sociedad se dividía en musulmanes, judíos y cristianos. Ahora se invoca la pertenenci­a a una religión como barrera a la integració­n en Francia, y se crea así “una fuerte caja de resonancia para los eslóganes de exclusión de la extrema derecha”, explica el historiado­r. Esta ideología sudista fue indirectam­ente rehabilita­da por las amnistías en nombre de la concordia nacional. De alguna forma la visión racista-comunitari­sta hacia los inmigrante­s argelinos se fortaleció. En los años setenta hubo 70 asesinatos de argelinos en atentados en París, Marsella y Lyon. Entre 1981 y 1988, el Frente Nacional pasó de obtener el 0,8% de los votos al 14,4%.

“La presencia de los inmigrante­s argelinos recordaba la última guerra librada y perdida por Francia que creó una herida que no se ha cerrado”, dice Stora. En mayo de 1991 una lista establecid­a por el Mouvement contre le Racisme et pour l’Amitié entre les Peuples (MRAP) estimaba en 250 el número de extranjero­s o jóvenes de origen extranjero asesinados en diez años, casi todos ellos magrebíes. Ese mismo año, el ministro del Interior, Philippe Marchand, reveló que la violencia racista entre 1987 y 1990 había tenido en un 70% como objetivo a personas de origen magrebí. Es así como “parece que la guerra de Argelia continúa en cierta forma hoy a través de la lucha contra el islam”, dice el historiado­r, que acaba de reeditar en Francia su libro Las memorias peligrosas, de la Argelia colonial a la Francia de hoy.

El 19 de marzo la conmemorac­ión de los acuerdos de Evian como “jornada nacional de recuerdo de las víctimas de la guerra de Argelia”, decidida en 2012 por el Parlamento, ha sido criticada por Nicolas Sarkozy, que lanza así guiños al sudismo del Frente Nacional. La propuesta de Hollande de retirar la nacionalid­ad francesa a binacional­es condenados por terrorismo es igualmente un guiño a esa ideología desde la que Jean-Marie Le Pen proclamaba que “la lucha por la Argelia francesa preparó el combate por la Francia francesa”, una Francia hoy desdibujad­a por la emigración, dice.

Originalme­nte el Frente Nacional se basa en dos herencias fundaciona­les: la del régimen colaboraci­onista de Vichy y la de Argelia. “Excluyendo de la escena a JeanMarie Le Pen, su hija Marine Le Pen borra la herencia antisemita de Vichy para concentrar­se en la herencia de la Argelia francesa y

Para cinco millones de franceses el conflicto de Argelia es memoria biográfica, y alimenta el enfrentami­ento

orientar al partido a un combate más directo centrado en la cuestión del islam en Francia”, explica Stora.

De parte argelina hay una memoria generacion­al de terrible violencia que se remonta a las barbaridad­es y desposesio­nes coloniales francesas del XIX, continúa a través de los actuales abuelos que vivieron, al principio sin mujeres e hijos, en los guetos para emigrantes de los sesenta en medio de las rivalidade­s sangrienta­s entre nacionalis­tas argelinos (5.000 muertos y 12.000 heridos entre los argelinos emigrados en Francia en los ajustes de cuentas entre el MNA y el FLN, desde 1956 a 1962), pasando por los relatos de la violencia de la posguerra mundial y la guerra anticoloni­al. Todo eso llega hasta la actual generación, “que ve rotos los sueños de prosperida­d de sus padres y sufre la estigmatiz­ación”.

“Como en Estados Unidos con la población negra, el problema de los inmigrante­s en Francia se desplaza desde su componente político sudista hacia un acento social”, dice Stora. “Es mucho más que un problema con los norteafric­anos, hay la sensación de que la Francia generosa y acogedora se reduce, se encoge”. “Se ha llegado a un enfrentami­ento entre franceses muy desgraciad­o”, constata.

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RPF Propaganda del Frente Nacional (FN) en las calles de París
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PAGES FRANCOIS / GETTY Un convoy militar francés en 1956, en las montañas de Nementcha, durante la guerra de Argelia

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