La memoria de Argelia en la guerra civil de Francia
El historiador Benjamin Stora explica cómo una “ideología sudista” carcome la República
Por qué en Francia es particularmente profunda la brecha con los emigrantes musulmanes? Algunos responden poniendo el acento en los “problemas del islam” y se internan en el discurso del “conflicto de civilizaciones”. Otros dicen que el problema no es la religión, sino precisamente la crisis de lo religioso. Otros enfatizan los aspectos sociales y generacionales de marginación y radicalización de las banlieu
es, de la disolución de la República tras varias décadas de neoliberalismo y darwinismo social –los disturbios del 2005 fueron un aviso no atendido, dicen–.
El historiador francés Benjamin Stora (Constantine, 1950) no sólo subraya la importancia de la guerra de Argelia (1954-1962, cuyo fin se conmemoró el día 19) en esa brecha, sino que apunta que aquel conflicto y su borrada memoria, aun por cicatrizar, alimentan en Francia una “ideología sudista” (en analogía con el sudismo de EE.UU), de la que se nutre el ultraderechista y pujante Frente Nacional.
Si España tiene las cunetas de su guerra civil por desenterrar, Francia aún tiene la guerra de Argelia encerrada en el armario. El mismo concepto de guerra de Argelia no fue oficialmente reconocido hasta 1999 por un voto de la Asamblea Nacional. Durante casi medio siglo aquella guerra, con sus centenares de miles de muertos indígenas, sus 1,7 millones de soldados movilizados (24.000 de ellos muertos y 60.000 heridos), no fue más que una “operación de mantenimiento del orden”, explica Stora en la sede del magnífico Museo de la Emigración de París, que dirige desde el 2014. La película de 1966 La Batalla
de Argel, del italiano Gillo Pontecorvo, estuvo prohibida en Francia hasta 1971 y hasta el 2004 en las televisiones. Aquel conflicto tiene un enorme presente biográfico en la Francia de hoy.
Un millón de pieds- noirs y sus hijos, un millón y medio de soldados que combatieron o simplemente vivieron en Argelia hasta dos o tres años, un millón de emigrados argelinos y sus hijos y nietos, varias decenas de miles de harkis (argelinos colaboracionistas con el poder colonial), enumera Stora: “En total, cerca de 5 millones de personas tienen memoria directa de aquello en la Francia de hoy”, dice. Ninguna sociedad europea recibió como Francia tanta población de las zonas que colonizó y concentra hoy tal colisión de memorias entre colonizados y colonizadores.
Pero la guerra de Argelia no sólo fue el conflicto entre el nacionalismo argelino y el colonialismo francés, sino que contiene “una especie de guerra de secesión estrictamente francesa entre un Norte que quería quitarse de encima el fardo colonial y orientarse hacia la integración europea, y un Sur inmerso en el pasado colonial con sus personajes sumergidos en un universo de segregación”, apunta Stora, nacido en Argelia en el seno de una familia judía.
La “insurgencia sudista” de los partidarios de la Argelia francesa, opuestos a abandonar aquella colonia tan especial –por su cercanía y la gran población francesa presente en ella– incluyó una rebelión militar golpista en toda regla contra el gobierno del General de Gaulle, así como una larga y nutrida serie de atentados terroristas. Tanto los crí- menes de aquella guerra como aquel golpismo y terrorismo fueron barridos debajo de la alfombra y objeto de hasta seis leyes de amnistía y gracia entre 1962 y 1982, cuando generales, oficiales y funcionarios condenados o sancionados por haber participado en la subversión contra la República fueron rehabilitados y reintegrados en el ejército y la administración por el gobierno socialista de François Mitterrand.
Tras su llegada a la metrópoli, muchos franceses europeos de Argelia reprodujeron en la Francia de hoy el esquema de la sociedad colonial: una jerarquización social y comunitaria cuya base no era ciudadana sino étnica. Aquella sociedad se dividía en musulmanes, judíos y cristianos. Ahora se invoca la pertenencia a una religión como barrera a la integración en Francia, y se crea así “una fuerte caja de resonancia para los eslóganes de exclusión de la extrema derecha”, explica el historiador. Esta ideología sudista fue indirectamente rehabilitada por las amnistías en nombre de la concordia nacional. De alguna forma la visión racista-comunitarista hacia los inmigrantes argelinos se fortaleció. En los años setenta hubo 70 asesinatos de argelinos en atentados en París, Marsella y Lyon. Entre 1981 y 1988, el Frente Nacional pasó de obtener el 0,8% de los votos al 14,4%.
“La presencia de los inmigrantes argelinos recordaba la última guerra librada y perdida por Francia que creó una herida que no se ha cerrado”, dice Stora. En mayo de 1991 una lista establecida por el Mouvement contre le Racisme et pour l’Amitié entre les Peuples (MRAP) estimaba en 250 el número de extranjeros o jóvenes de origen extranjero asesinados en diez años, casi todos ellos magrebíes. Ese mismo año, el ministro del Interior, Philippe Marchand, reveló que la violencia racista entre 1987 y 1990 había tenido en un 70% como objetivo a personas de origen magrebí. Es así como “parece que la guerra de Argelia continúa en cierta forma hoy a través de la lucha contra el islam”, dice el historiador, que acaba de reeditar en Francia su libro Las memorias peligrosas, de la Argelia colonial a la Francia de hoy.
El 19 de marzo la conmemoración de los acuerdos de Evian como “jornada nacional de recuerdo de las víctimas de la guerra de Argelia”, decidida en 2012 por el Parlamento, ha sido criticada por Nicolas Sarkozy, que lanza así guiños al sudismo del Frente Nacional. La propuesta de Hollande de retirar la nacionalidad francesa a binacionales condenados por terrorismo es igualmente un guiño a esa ideología desde la que Jean-Marie Le Pen proclamaba que “la lucha por la Argelia francesa preparó el combate por la Francia francesa”, una Francia hoy desdibujada por la emigración, dice.
Originalmente el Frente Nacional se basa en dos herencias fundacionales: la del régimen colaboracionista de Vichy y la de Argelia. “Excluyendo de la escena a JeanMarie Le Pen, su hija Marine Le Pen borra la herencia antisemita de Vichy para concentrarse en la herencia de la Argelia francesa y
Para cinco millones de franceses el conflicto de Argelia es memoria biográfica, y alimenta el enfrentamiento
orientar al partido a un combate más directo centrado en la cuestión del islam en Francia”, explica Stora.
De parte argelina hay una memoria generacional de terrible violencia que se remonta a las barbaridades y desposesiones coloniales francesas del XIX, continúa a través de los actuales abuelos que vivieron, al principio sin mujeres e hijos, en los guetos para emigrantes de los sesenta en medio de las rivalidades sangrientas entre nacionalistas argelinos (5.000 muertos y 12.000 heridos entre los argelinos emigrados en Francia en los ajustes de cuentas entre el MNA y el FLN, desde 1956 a 1962), pasando por los relatos de la violencia de la posguerra mundial y la guerra anticolonial. Todo eso llega hasta la actual generación, “que ve rotos los sueños de prosperidad de sus padres y sufre la estigmatización”.
“Como en Estados Unidos con la población negra, el problema de los inmigrantes en Francia se desplaza desde su componente político sudista hacia un acento social”, dice Stora. “Es mucho más que un problema con los norteafricanos, hay la sensación de que la Francia generosa y acogedora se reduce, se encoge”. “Se ha llegado a un enfrentamiento entre franceses muy desgraciado”, constata.