Actualizaciones de Ramon Llull
Este año se celebra el año Llull. Y, a medida que avanza la celebración, se extiende el tópico que presenta al pensador mallorquín como un modelo para un diálogo actual entre religiones, como un pionero de aquel diálogo de civilizaciones que Kofi Annan, cuando era secretario general de la ONU, describió como una oportunidad para que personas de diferentes culturas y tradiciones, tanto si viven en las antípodas como si viven en la misma calle, se conozcan mejor. Si Ramon Llull, que era un halcón de su tiempo y no una paloma del nuestro, saliera de la tumba, se quedaría muy sorprendido con este retrato, que encontraría injurioso.
Su pensamiento dominante, el principal móvil de su extensísima obra, siempre fue la conversión al catolicismo romano de aquellos que no formaban parte del rebaño del papa o, para decirlo de otro modo, el exterminio de toda religión diferente de la que él profesaba. Fue con este fin que concibió y diseñó su famoso Arte como un arma espiritual contra los “errores” de los “infieles”. Y también fue con este objetivo que, consciente de las limitaciones de esta arma de conversión masiva, se convirtió en un estratega entusiasta y un destacado propagandista de una nueva cruzada. Obviarlo y proyectar anacrónicamente hacia la Edad Media, a través de su figura, unas concepciones de la tolerancia y de la cultura de la paz que pueden resultar muy amables pero que entonces eran inexistentes puede responder a utilidades diversas e, incluso, puede ser visto como una aportación entrañable a una causa noble. Pero, aunque el camino que lleva a esta dirección sea de bajada, no parece una muestra de ho- nestidad intelectual, si se hace desde el conocimiento, ni resulta una aportación cultural muy relevante, si se hace desde la ignorancia.
Quizás es verdad lo que alguien decía recientemente, que no tiene demasiado interés leer un autor si no somos capaces de preguntarnos qué sentido tiene hoy para nosotros la experiencia de leerlo. Asumida esta premisa, nos podríamos plantear la cuestión de si vale demasiado la pena pensar que uno de los sentidos que puede tener hoy la experiencia de leer a un autor como Llull sea darnos una oportunidad de buscar lo que algunos denominan la “actualidad” o “interés actual” de su obra disolviendo su “alteridad”, separando del todo su “interés actual” de su “interés histórico” y tergiversando sus contenidos para convertirlo puerilmente en el precursor más o menos ingenuo de algunas ideas con que simpatizamos o nos podemos sentir cómodos.
En mi opinión, cualquier respuesta de peso a la pregunta sobre qué sentido o qué sentidos puede tener leer actualmente a Llull no debería rehuir la incomodidad que suponen sus planteamientos contra la pluralidad religiosa ni pasar por alto las diferencias que separan el mundo en que realizó estos planteamientos y el nuestro. No se puede preguntar a un autor si aún tiene algo que decirnos sin observar el protocolo de leerlo con sentido histórico y tratando de averiguar qué tipo de actos quería cometer al escribir sus obras.
El principal móvil de la extensa obra de Ramon Llull fue el exterminio de toda religión diferente de la que él profesaba