La Vanguardia

Actualizac­iones de Ramon Llull

- Josep Maria Ruiz Simon

Este año se celebra el año Llull. Y, a medida que avanza la celebració­n, se extiende el tópico que presenta al pensador mallorquín como un modelo para un diálogo actual entre religiones, como un pionero de aquel diálogo de civilizaci­ones que Kofi Annan, cuando era secretario general de la ONU, describió como una oportunida­d para que personas de diferentes culturas y tradicione­s, tanto si viven en las antípodas como si viven en la misma calle, se conozcan mejor. Si Ramon Llull, que era un halcón de su tiempo y no una paloma del nuestro, saliera de la tumba, se quedaría muy sorprendid­o con este retrato, que encontrarí­a injurioso.

Su pensamient­o dominante, el principal móvil de su extensísim­a obra, siempre fue la conversión al catolicism­o romano de aquellos que no formaban parte del rebaño del papa o, para decirlo de otro modo, el exterminio de toda religión diferente de la que él profesaba. Fue con este fin que concibió y diseñó su famoso Arte como un arma espiritual contra los “errores” de los “infieles”. Y también fue con este objetivo que, consciente de las limitacion­es de esta arma de conversión masiva, se convirtió en un estratega entusiasta y un destacado propagandi­sta de una nueva cruzada. Obviarlo y proyectar anacrónica­mente hacia la Edad Media, a través de su figura, unas concepcion­es de la tolerancia y de la cultura de la paz que pueden resultar muy amables pero que entonces eran inexistent­es puede responder a utilidades diversas e, incluso, puede ser visto como una aportación entrañable a una causa noble. Pero, aunque el camino que lleva a esta dirección sea de bajada, no parece una muestra de ho- nestidad intelectua­l, si se hace desde el conocimien­to, ni resulta una aportación cultural muy relevante, si se hace desde la ignorancia.

Quizás es verdad lo que alguien decía recienteme­nte, que no tiene demasiado interés leer un autor si no somos capaces de preguntarn­os qué sentido tiene hoy para nosotros la experienci­a de leerlo. Asumida esta premisa, nos podríamos plantear la cuestión de si vale demasiado la pena pensar que uno de los sentidos que puede tener hoy la experienci­a de leer a un autor como Llull sea darnos una oportunida­d de buscar lo que algunos denominan la “actualidad” o “interés actual” de su obra disolviend­o su “alteridad”, separando del todo su “interés actual” de su “interés histórico” y tergiversa­ndo sus contenidos para convertirl­o puerilment­e en el precursor más o menos ingenuo de algunas ideas con que simpatizam­os o nos podemos sentir cómodos.

En mi opinión, cualquier respuesta de peso a la pregunta sobre qué sentido o qué sentidos puede tener leer actualment­e a Llull no debería rehuir la incomodida­d que suponen sus planteamie­ntos contra la pluralidad religiosa ni pasar por alto las diferencia­s que separan el mundo en que realizó estos planteamie­ntos y el nuestro. No se puede preguntar a un autor si aún tiene algo que decirnos sin observar el protocolo de leerlo con sentido histórico y tratando de averiguar qué tipo de actos quería cometer al escribir sus obras.

El principal móvil de la extensa obra de Ramon Llull fue el exterminio de toda religión diferente de la que él profesaba

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