La Vanguardia

Cristina, la de la Vila

Sant Feliu de Llobregat se vuelca en condenar el asesinato de una mujer muy conocida que regentaba un céntrico bar del pueblo

- TONI MUÑOZ MAYKA NAVARRO Sant Feliu de Llobregat

“Llevo todo el día que no me quito a Cristina de la cabeza y si pienso en las niñas...buf”. Esto comentaban unas vecinas de Sant Feliu en la Plaza de la Vila donde ayer al mediodía se hizo un sentido minuto de silencio para condenar el crimen machista contra Cristina Gálvez. Acudieron centenares de personas que de algún modo la conocían. Porque era fácil conocerla. A pocos metros de allí está el bar la Vila, local que Cristina regentó junto a su familia durante años y que era el punto en el que los jóvenes de las Collas de diables y de percusión se reunían para tomar unos quintos antes de irse a casa. Porque allí se sentían cómodos, con Cristina siempre allí, tirando del carro detrás de la barra sirviendo refrescos y bocadillos, mientras Dani, el que entonces era su pareja se encargaba de llevarlo a las mesas. Y en esta escena cotidiana también estaba su padre Paco, un hombre canoso y de pocas palabras que dirigía el negocio junto a su hija apostado en una de las mesas del local. Sin embargo, con la jubilación de sus padres Cristina tuvo que decidir si se quedaba el negocio o lo traspasaba. Y dio un paso al frente, le cambió el nombre por Atipa’t para darle un nuevo aire y empezó a regalar una tapa con cada caña, una tradición que importó del pueblo de sus padres en Córdoba.

Al poco nació su hija y con pocos meses, la pareja rompió. Cristina tomó el mando y subió a la niña sola. Sus padres jubilados se marcharon al pueblo y ella, sin ilusión traspasó el bar y se instaló en el piso de sus padres en el carrer de Baix – que así es como se conoce a la calle Joan Maragall– porque además podía contar con la ayuda de su hermana que vive en el piso de abajo.

Cada mañana su hermana, sobre las siete, le dejaba a su sobrina de 11 años y con su hija de 8, iban las tres juntas al colegio de las Mercedaria­s, que también fue su escuela, y que queda justo a la vuelta de la esquina.

Cristina siguió siendo Cristina, la de la Vila, a pesar de que ya no regentara el bar. Las personas con las que había compartido tantas horas seguían saludándol­a y entablando conversaci­ón a pesar de que ya no fueran sus clientes. Quizás por eso, ayer, en ese sentido homenaje a Cristina en el que se convirtió el minuto de silencio para condenar su asesinato, muchísimos alumnos, padres y personas que la conocieron quisieron estar presentes.

La dirección de las Mercedaria­s dio la instrucció­n a los tutores para que, lejos de esquivar el problema, fueran los mismos profesores los que informaran a los alumnos de lo que había pasado. “Muchos niños se pusieron a llorar”. Como todo Sant Feliu que lloraba ayer porque el sin sentido de la violencia machista había acabado con la vida de una conocida mujer del pueblo.

“Rechazamos de la forma más absoluta esta mala manera de entender el amor. En nombre del amor no debe haber ningún control, ni sumisión. Las queremos a todas vivas”, dijo ayer visiblemen­te afectado el alcalde Jordi San José. Como afectado lo estaba Sant Feliu. Muchos no pudieron contener las lágrimas porque, al fin y al cabo, era la Cristina de la Vila, a la que todos conocían.

“Condenamos de la forma más absoluta esta mala manera de entender el amor”, dijo el alcalde San José

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LLIBERT TEIXIDÓ Los mossos custodian la puerta del domicilio en la calle Joan Maragall

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