EL PAPA ACOGE REFUGIADOS
La crisis humanitaria en el Mediterráneo atrae a voluntarios y oenegés de todo el mundo
La llamada de la solidaridad no sabe de edades. A Romy Gantenbeim, que está a punto de cumplir 69 años, le dijeron que tal vez era ya demasiado mayor para la misión. Pero ella insistió. “Me encuentro bien, tengo tiempo y dinero”, comentó el pasado jueves esta ciudadana suiza, de Berna, mientras el avión sobrevolaba ya Lesbos y se disponía a aterrizar.
Gantenbein, fisioterapeuta jubilada, compró sólo el vuelo de ida a la isla griega. Si le gusta, se quedará lo que haga falta. Colaborará con una pequeña oenegé de su país, Schweizerkreuz (no confundir con la Cruz Roja oficial), haciendo turnos en la vigilancia de las playas para detectar llegadas de inmigrantes. La fundó un informático helvético que vino a Lesbos de vacaciones, tomó conciencia y decidió poner su granito de arena. “En Suiza somos ricos; deberíamos acoger a más refugiados”, insiste Romy.
Un caso no muy diferente es el de Sebily van Durst, una fotógrafa de Amsterdam de 32 años. Sebily estaba ayer manifestándose en el puerto de Mitilene, la capital de Lesbos, junto a varias decenas de personas, la mayoría extranjeras, mientras el Papa y los jerarcas ortodoxos de Constantinopla y Atenas, a un centenar de metros, pronunciaban discursos. “No borders, no nations, no deportations!”, gritaban, en inglés.
“No tengo televisión –explicó Sebily a este diario–. Me dijo un amigo lo que estaba pasando aquí, que la situación era complicada. Así que decidí venir y verlo con mis propios ojos, pues nunca me fío de lo que dicen los medios de comunicación”. Era el mes de febrero. Esta joven holandesa compró un pasaje de avión y se plantó en la isla. “Al principio pensé que estaba todo bien organizado, pero luego descubrí que no tanto, que lo que está sucediendo es muy inhumano, y decidí quedarme para ayudar”, prosiguió Sebily. Su oenegé, Because We Carry, se dedica a repartir comida, toneladas de comida. Sebily dice que le compensa mucho humanamente. “A veces haces algo de envergadura, como repartir mil comidas en una hora –agrega–. A veces es algo tan simple como conversar con alguien unos minutos. Notas que agradece que lo hayas escuchado. Eso te llena mucho”. La crisis humanitaria en el Mediterráneo actúa como un imán para buenos samaritanos de todo el mundo. Trabajan en la zona decenas de organizaciones, algunas grandes y muy consolidadas, otras pequeñas y montadas con precarios medios y mucha ilusión. Los habitantes de Lesbos suelen acogerlos bien, aunque a veces también se percibe una cierta prevención. Temen que, con el alud, se cuele gente desaprensiva que cometa abusos.
Uno de los casos más recientes de filantropía a gran escala es la de la organización de rescate en
La oenegé MOAS, fundada por una pareja de empresarios, tiene ya dos barcos de rescate
el mar Migrant Offshore Aid Station (MOAS), fundada en el 2013 tras uno de los peores naufragios frente a Lampedusa, por Christopher y Regina Catrambone, una pareja italo-estadounidense propietaria de una empresa en Malta. La oenegé opera ahora dos barcos. Uno patrulla por el golfo de Bengala, en Asia, y el otro en el Egeo. El primero, Phoenix, regresará al Mediterráneo en breve.El segundo y más nuevo, Responder, estaba atracado ayer en Mitilene.
“En enero recuperamos tres cadáveres de niños, frente a la isla de Agathonisi –recuerda el maltés Dominique Vella, el piloto de la lancha de rescate–. No sabe qué tragedia es explicarlo a los padres, que sobrevivieron. Son impresiones que jamás se olvidan”. El jefe de operaciones, el también maltés Marco Chauchi, cree que los estados no son capaces por sí solos de afrontar el desafío, que la filantropía privada es esencial: “Cuando sales a la mar, ves que es muy grande. Siempre faltan medios para el socorro”