La Vanguardia

Molenbeek: patrulla en la cuna yihadista

La policía de Molenbeek, el municipio belga convertido en cantera de yihadistas, se enfrenta a nuevos retos y a la descoordin­ación con la fuerza federal antiterror­ista

- ENRIQUE FIGUEREDO Bruselas Enviado especial

La comisaría está prácticame­nte vacía. Queda algún auxiliar para el control de accesos y sólo un par de agentes apurando un cigarrillo clandestin­amente en el garaje. Muy cerca hay un cartel de prohibido fumar. “Desde los atentados, estamos permanente­mente en la calle. Además de nuestro trabajo habitual, recopilamo­s cualquier dato que pueda ser de utilidad para la lucha antiterror­ista. Vamos al límite. Horas y horas”, explica Kris Verstraete­n, que lleva más de veinte años de servicio en la policía de Molenbeek. Es un municipio que limita al este con el de Bruselas y que se ha hecho tristement­e célebre en todo el mundo por ser una cantera de yihadismo radical del que han salido terrorista­s implicados en los atentados de París y Bruselas como los hermanos Abdeslam o Mohamed Abrini.

En Molenbeek, cuanto más cerca se está del gran canal más sensación se tiene de estar en cualquier ciudad mediana del Magreb. Podría ser un núcleo urbano argelino o marroquí, pero está en el corazón de Europa. Se mantiene la arquitectu­ra clásica de los edificios, pero todo se tiñe de un barniz musulmán. No queda ni un solo comercio tradiciona­l belga. Decenas de mujeres transitan con el velo por sus calles, y los hombres, sólo los hombres, pueblan las terrazas de los bares y, sobre todo, de los cafés.

La mercancía de las tiendas de frutas y verduras se expone ordenadame­nte en el exterior de los locales, algo que sólo se ve en zonas de la gran región de Bruselas con fuerte presencia de inmigrante­s. Ese mosaico que forman las cajas de tomates, de coles, de berenjenas o de pimientos y la luz que irradia contrastan con la opacidad de los escaparate­s de los bajos de la mayoría de edificios. Se anuncia en árabe que son barberías o cualquier otro negocio, pero nada se ve de su interior. Ni desde la puerta.

Es en ese entorno donde trabaja Kris Verstraete­n. Pertenece a la policía judicial de Molenbeek. Su especialid­ad es la lucha contra los robos con fuerza, la compravent­a de mercancía robada y las extorsione­s, pero la irrupción del terrorismo yihadista le ha obligado a nuevas tareas. Les ocurre lo mismo al resto de los 884 agentes de la policía local de ese municipio. Son 125 agentes menos de lo que fija el catálogo oficial.

“Además de los servicios ordinarios propios de tu unidad, te asignan misiones especiales vinculadas a la lucha antiterror­ista y toda esa informació­n se envía a la policía federal”, comenta mientras descansa en una de las sillas de la sala de interrogat­orios que sirve de improvisad­o escenario para una primera explicació­n sobre sus cometidos en la calle. “La relación con la policía federal es perfectibl­e”, matiza en un intento de que su respuesta no resuene a falta de coordinaci­ón en un momento tan delicado, cuando el terreno sobre el que habitualme­nte opera se ha convertido en un teatro de operacione­s contra el yihadismo.

Cuando Verstraete­n llegó a Molenbeek procedente de la zona de Flandes hace dos décadas, esa amenaza no existía. Llegó de una tierra de vacas y verdes pastos sin saber prácticame­nte hablar francés; sólo neerlandés. Ahora domina las dos lenguas. “En estos años, el panorama ha cambiado mucho. Se han arreglado las calles. Todo ello ha mejorado. Se ha invertido mucho. Pero hemos llegado tarde”, apunta el veterano policía sin que ninguno de los gestos de su rostro denote estado de ánimo alguno. Se refiere a que no se ha llegado a tiempo a otras intervenci­ones en el plano social. Molenbeek tiene una tasa de paro del 52% en la franja de edad entre los 18 y los 25 años.

La comisaría de la policía judicial donde trabaja y que ahora la mayor parte del tiempo está casi vacía se ubica en el Quai des Charbonnag­es, número 28, en el gran canal, la vía hídrica en cuyas riberas se concentran las áreas con mayores problemas de exclusión. No es casualidad que el nuevo programa de choque diseñado por las autoridade­s belgas para luchar contra la amenaza terrorista en esas zonas se llame, precisamen­te, plan Canal.

Molenbeek tiene unos 95.000 habitantes, aunque se sospecha que hay otros 5.000 residentes sin regulariza­r. El modo en que se convive en el espacio público, sin embargo, traslada la impresión de que se trata de un municipio mucho más pequeño. Las palabras de Verstraete­n parecen confirmarl­o. “Aquí se conoce todo el mundo. En ese bloque de ahí vive la madre de Salah Abdeslam, y en uno de esos apartament­os grises que hay a la izquierda, frente a esa furgoneta blanca, vivía Abrini”, detalla mientras avanza por la plaza Comunale con aire seguro y con un walkie en la mano.

No es ese aparato electrónic­o el que delata su condición de policía. Ni esa deformació­n que sufre su chaqueta de cuero al cubrir el arma reglamenta­ria que lleva al cinto. Son los años en las calles. A su paso, le saludan algunos de esos vecinos (no vecinas) que pueblan las esquinas o los portales de los comercios con la mercancía ocupando media acera. Alguno coge el móvil como si quisiera dar aviso de su presencia. Otros se esfuman disimulada­mente, pero todos miran larga y fijamente. “La verdad es que no hay demasiada colaboraci­ón ciudadana cuando se trata de ciertas actividade­s criminales”, comenta el agente Verstraete­n sin acabar de concretar.

“Cada centro de trabajo o cada tienda debería cerrar al menos un día a la semana, como en toda la región de Bruselas, pero aquí no lo hace nadie. El plan Canal quiere acabar con este tipo de cosas”, explica este agente de la judicial de Molenbeek en labores de improvisad­o guía. En tiempos de Ramadán, comenta, vienen musulmanes de toda Bélgica a comprar aquí.

Molenbeek y otros cuatro municipios forman una zona policial llamada Bruselas-Oeste. Su máxima autoridad uniformada es el comisario de división Johan de Becker. Le ha dado instruccio­nes a Verstraete­n para que se acerque con las visitas a la comisaría central, en la calle Facteur. Está a una manzana de la casa de la madre de los Abdeslam, los yihadistas que participar­on en los atentados de París. Uno de ellos murió y el otro fue detenido hace un mes en Molenbeek. La comisaría central es un edificio funcional y de aspecto robusto. Tras los atentados del aeropuerto y del metro de Bruselas permaneció fuertement­e custodiado por unidades militares y policiales y su foto apareció varias veces en las páginas de la prensa internacio­nal.

El despacho de De Becker es austero. Sólo llama la atención el butacón que hay tras la mesa de despacho. Es muy aparatoso y de marcada ergonomía. Su gran tamaño, en todo caso, está acorde con la estatura del comisario. Su uniforme impoluto, su porte y sus refinadas maneras parecen revelar una manera muy propia de ejercer el mando y evidencian que está acostumbra­do a él. “Es perfectame­nte bilingüe. Tanto, que me resulta imposible saber si es de origen francófono o neerlandés”, explica el técnico de la policía Jean-Pierre Harmegnies, que asiste al encuentro en el despacho del comisario acompañand­o a la presidenta de la plataforma de sindicatos policiales europeos Eurocop, la catalana Àngels Bosch, de visita oficial de apoyo a sus colegas de Bruselas.

Harmegnies es también de los belgas que hablan perfectame­nte francés y neerlandés, además de español. Es muy poco frecuente

TAREAS AMPLIADAS Los agentes locales pasan parte de su jornada captando informació­n sensible

DE PUERTAS ADENTRO

Los bajos de muchos edificios tienen escaparate­s cubiertos de materiales opacos

que alguien criado en una zona de habla francesa utilice la lengua de los flamencos. Lo contrario es, en cambio, de lo más habitual. Las barreras políticas que separan a valones y flamencos tienen su incidencia también en los asuntos policiales. El comisario De Becker habla de ello con una espontanei­dad y una franqueza que en un alto mando policial español resultaría­n inauditas y hasta chocantes. Aunque evita citar directamen­te a una u otra comunidad, asegura que ante la amenaza terrorista actual “el juego político obliga a tomar las mismas medidas especiales en toda Bélgica a la vez”. Se refiere a una especie de café para todos elevado al absurdo. “Cuando se invierte dinero en

EL COMISARIO JEFE DE POLICÍA “Sólo conozco del dossier de Abdeslam lo que se ha publicado en la prensa”

VECINOS RADICALIZA­DOS

“Eran pequeños delincuent­es desde hacía años y jamás iban a la mezquita” REGISTROS SÓLO DIURNOS “Los delincuent­es saben que por las noches pueden dormir tranquilos”

EL PLAN CANAL

El Gobierno quiere que los comerciant­es cumplan los horarios como en toda Bélgica

un lado hay que hacerlo inmediatam­ente en el otro. Si se envían refuerzos a una zona para la vigilancia del metro se envía otro idéntico al área vecina, aunque la segunda no tenga metro”, explica el comisario. “Es un ejemplo real”, apuntala Harmegnies, el técnico de la policía que asume labores de traductor.

Al comisario no se le escapa que han llovido críticas sobre la policía belga, algunas incluso llegadas del propio Ministerio del Interior de su país. “¿Sabe que yo, siendo el jefe de la policía de Molenbeek, sólo conozco del dossier de Abdeslam lo que se ha publicado en la prensa? Nada más”. La bomba dialéctica explota contra la cristalera del despacho. El agente Verstraete­n que asiste al encuentro en completo silencio es el primero en reaccionar. Balancea la cabeza para confirmar las palabras de su jefe y rompe si quiera por unos segundos su imperturba­ble rostro para mostrar signos de resignació­n y de descontent­o con unos leves gestos. La dueña del dossier del que habla el comisario es la policía federal belga. Verstraete­n ya había pasado de puntillas sobre las delicadas relaciones entre ambos cuerpos durante la conversaci­ón habida en la sala de interrogat­orios de la comisaría de la policía judicial.

De Becker explica que las competenci­as de uno y otro cuerpo están bien delimitada­s. La policía local es la que recoge la informació­n en la calle que luego sirve para la investigac­ión de hechos de “gran delincuenc­ia como el terrorismo”. Esa informació­n se eleva a la policía federal; sin embargo, dice el comisario, “el retorno de la informació­n no se produce”. Va todavía más lejos. “Entre las propias unidades de la policía federal hay falta de confianza”, añade como colofón.

“Lo que necesito son más efectivos y más medidas especiales”, reclama. El plan Canal diseñado por el Gobierno belga incluye un contingent­e de 70 nuevos agentes destinado a su zona policial. No parecen suficiente­s. En todo caso, mientras se prepara el refuerzo, la policía federal aporta 50 de sus efectivos al servicio en las calles. “Los planes deben abarcar desde la educación hasta la prevención y también la represión. Los problemas especiales requieren medidas especiales”, insiste el comisario. Los terrorista­s que salieron de Molenbeek “eran pequeños delincuent­es desde hacía años y jamás iban a la mezquita”.

De Becker se despide lamentando que con la legislació­n belga en la mano, hasta los 18 años nada pueda hacerse salvo prevención con chicos de perfiles como los que acaba de describir.

Para salir de la comisaría central de Molenbeek hay que dejar atrás una puerta giratoria custodiada por una pareja de soldados bien armados. Verstraete­n, el policía judicial que hace de guía, retoma el hilo dejado por su jefe y apunta otro problema legal con que se enfrentan quienes combaten el delito: en Bélgica están prohibidas las entradas y registros en domicilios durante la noche. Son del todo ilegales. “Para ciertas formas de criminalid­ad como el terrorismo, sería muy importante que eso cambiara”, señala el policía. “Los delincuent­es saben que por las noches pueden dormir tranquilos”, remata Harmegnies, el técnico policial trilingüe.

De camino a la calle QuatreVent­s, donde fue detenido Salah Abdeslam, sale al paso un inspector de la policía de proximidad amigo de Verstraete­n. Es afable y risueño. Va de uniforme y cargado con unas carpetas de cartulina. Confirma que desde los atentados de París y Bruselas trabaja “mucho más”. Es la policía de proximidad la que se encarga de ciertos aspectos del plan Canal para los que quizá se llega algo tarde, como dice Verstraete­n. Actualment­e, se revisan todas las viviendas y se hace un recuento de todas las personas que moran en ellas y si están registrada­s. Se trata de una especie de censo actualizad­o. Los nuevos controles sobre horarios comerciale­s que van a volverse más estrictos también son competenci­a de las unidades de proximidad. Incluyen también el registro de las personas empleadas en cada establecim­iento y si están legalmente contratada­s.

El edificio donde se escondía Abdeslam y donde fue detenido tras recibir un disparo en la pierna está actualment­e clausurado. Puertas y ventanas están tapiadas. Muy cerca de allí, a pocos minutos a pie, está la gran mezquita del municipio. Desde fuera cualquiera diría que es un almacén o un garaje cerrado. Nada es traslúcido. Todo es opaco, como ocurre en la mayoría de bajos de los edificios, salvo las tiendas de ropa o de comestible­s. “En Molenbeek hay 27 mezquitas declaradas, aunque quizá haya alguna más”, apunta Verstraete­n.

El recorrido acaba donde empezó: en la comisaría desierta de la judicial situada junto al canal. Como la mayor parte de los policías que trabajan en Molenbeek, este agente del grupo de robos se tendrá que desplazar lejos de los límites de la zona donde trabaja al acabar su turno. Los policías de Molenbeek no viven allí y mucho menos los federales. “Conozco a algún agente de origen magrebí de segunda generación que nació, trabaja y vive aquí, pero son una excepción”, dice Verstraete­n. Son policías que crecieron en las mismas calles que los rateros reincident­es que se han ido a Siria o Iraq para entrar en el Estado Islámico. Esos mismos que nunca iban a la mezquita y que volvieron a casa para hacer daño.

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YOUSSEF BOUDLAL / REUTERS
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WINFRIED ROTHERMEL / GETTY En la calle. El comercio es un sector clave en Molenbeek. Los establecim­ientos tradiciona­les belgas han casi desparecid­o. El trasiego es continuo. Suelen atender las tiendas hombres, pero son las mujeres las que más las frecuentan
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