Molenbeek: patrulla en la cuna yihadista
La policía de Molenbeek, el municipio belga convertido en cantera de yihadistas, se enfrenta a nuevos retos y a la descoordinación con la fuerza federal antiterrorista
La comisaría está prácticamente vacía. Queda algún auxiliar para el control de accesos y sólo un par de agentes apurando un cigarrillo clandestinamente en el garaje. Muy cerca hay un cartel de prohibido fumar. “Desde los atentados, estamos permanentemente en la calle. Además de nuestro trabajo habitual, recopilamos cualquier dato que pueda ser de utilidad para la lucha antiterrorista. Vamos al límite. Horas y horas”, explica Kris Verstraeten, que lleva más de veinte años de servicio en la policía de Molenbeek. Es un municipio que limita al este con el de Bruselas y que se ha hecho tristemente célebre en todo el mundo por ser una cantera de yihadismo radical del que han salido terroristas implicados en los atentados de París y Bruselas como los hermanos Abdeslam o Mohamed Abrini.
En Molenbeek, cuanto más cerca se está del gran canal más sensación se tiene de estar en cualquier ciudad mediana del Magreb. Podría ser un núcleo urbano argelino o marroquí, pero está en el corazón de Europa. Se mantiene la arquitectura clásica de los edificios, pero todo se tiñe de un barniz musulmán. No queda ni un solo comercio tradicional belga. Decenas de mujeres transitan con el velo por sus calles, y los hombres, sólo los hombres, pueblan las terrazas de los bares y, sobre todo, de los cafés.
La mercancía de las tiendas de frutas y verduras se expone ordenadamente en el exterior de los locales, algo que sólo se ve en zonas de la gran región de Bruselas con fuerte presencia de inmigrantes. Ese mosaico que forman las cajas de tomates, de coles, de berenjenas o de pimientos y la luz que irradia contrastan con la opacidad de los escaparates de los bajos de la mayoría de edificios. Se anuncia en árabe que son barberías o cualquier otro negocio, pero nada se ve de su interior. Ni desde la puerta.
Es en ese entorno donde trabaja Kris Verstraeten. Pertenece a la policía judicial de Molenbeek. Su especialidad es la lucha contra los robos con fuerza, la compraventa de mercancía robada y las extorsiones, pero la irrupción del terrorismo yihadista le ha obligado a nuevas tareas. Les ocurre lo mismo al resto de los 884 agentes de la policía local de ese municipio. Son 125 agentes menos de lo que fija el catálogo oficial.
“Además de los servicios ordinarios propios de tu unidad, te asignan misiones especiales vinculadas a la lucha antiterrorista y toda esa información se envía a la policía federal”, comenta mientras descansa en una de las sillas de la sala de interrogatorios que sirve de improvisado escenario para una primera explicación sobre sus cometidos en la calle. “La relación con la policía federal es perfectible”, matiza en un intento de que su respuesta no resuene a falta de coordinación en un momento tan delicado, cuando el terreno sobre el que habitualmente opera se ha convertido en un teatro de operaciones contra el yihadismo.
Cuando Verstraeten llegó a Molenbeek procedente de la zona de Flandes hace dos décadas, esa amenaza no existía. Llegó de una tierra de vacas y verdes pastos sin saber prácticamente hablar francés; sólo neerlandés. Ahora domina las dos lenguas. “En estos años, el panorama ha cambiado mucho. Se han arreglado las calles. Todo ello ha mejorado. Se ha invertido mucho. Pero hemos llegado tarde”, apunta el veterano policía sin que ninguno de los gestos de su rostro denote estado de ánimo alguno. Se refiere a que no se ha llegado a tiempo a otras intervenciones en el plano social. Molenbeek tiene una tasa de paro del 52% en la franja de edad entre los 18 y los 25 años.
La comisaría de la policía judicial donde trabaja y que ahora la mayor parte del tiempo está casi vacía se ubica en el Quai des Charbonnages, número 28, en el gran canal, la vía hídrica en cuyas riberas se concentran las áreas con mayores problemas de exclusión. No es casualidad que el nuevo programa de choque diseñado por las autoridades belgas para luchar contra la amenaza terrorista en esas zonas se llame, precisamente, plan Canal.
Molenbeek tiene unos 95.000 habitantes, aunque se sospecha que hay otros 5.000 residentes sin regularizar. El modo en que se convive en el espacio público, sin embargo, traslada la impresión de que se trata de un municipio mucho más pequeño. Las palabras de Verstraeten parecen confirmarlo. “Aquí se conoce todo el mundo. En ese bloque de ahí vive la madre de Salah Abdeslam, y en uno de esos apartamentos grises que hay a la izquierda, frente a esa furgoneta blanca, vivía Abrini”, detalla mientras avanza por la plaza Comunale con aire seguro y con un walkie en la mano.
No es ese aparato electrónico el que delata su condición de policía. Ni esa deformación que sufre su chaqueta de cuero al cubrir el arma reglamentaria que lleva al cinto. Son los años en las calles. A su paso, le saludan algunos de esos vecinos (no vecinas) que pueblan las esquinas o los portales de los comercios con la mercancía ocupando media acera. Alguno coge el móvil como si quisiera dar aviso de su presencia. Otros se esfuman disimuladamente, pero todos miran larga y fijamente. “La verdad es que no hay demasiada colaboración ciudadana cuando se trata de ciertas actividades criminales”, comenta el agente Verstraeten sin acabar de concretar.
“Cada centro de trabajo o cada tienda debería cerrar al menos un día a la semana, como en toda la región de Bruselas, pero aquí no lo hace nadie. El plan Canal quiere acabar con este tipo de cosas”, explica este agente de la judicial de Molenbeek en labores de improvisado guía. En tiempos de Ramadán, comenta, vienen musulmanes de toda Bélgica a comprar aquí.
Molenbeek y otros cuatro municipios forman una zona policial llamada Bruselas-Oeste. Su máxima autoridad uniformada es el comisario de división Johan de Becker. Le ha dado instrucciones a Verstraeten para que se acerque con las visitas a la comisaría central, en la calle Facteur. Está a una manzana de la casa de la madre de los Abdeslam, los yihadistas que participaron en los atentados de París. Uno de ellos murió y el otro fue detenido hace un mes en Molenbeek. La comisaría central es un edificio funcional y de aspecto robusto. Tras los atentados del aeropuerto y del metro de Bruselas permaneció fuertemente custodiado por unidades militares y policiales y su foto apareció varias veces en las páginas de la prensa internacional.
El despacho de De Becker es austero. Sólo llama la atención el butacón que hay tras la mesa de despacho. Es muy aparatoso y de marcada ergonomía. Su gran tamaño, en todo caso, está acorde con la estatura del comisario. Su uniforme impoluto, su porte y sus refinadas maneras parecen revelar una manera muy propia de ejercer el mando y evidencian que está acostumbrado a él. “Es perfectamente bilingüe. Tanto, que me resulta imposible saber si es de origen francófono o neerlandés”, explica el técnico de la policía Jean-Pierre Harmegnies, que asiste al encuentro en el despacho del comisario acompañando a la presidenta de la plataforma de sindicatos policiales europeos Eurocop, la catalana Àngels Bosch, de visita oficial de apoyo a sus colegas de Bruselas.
Harmegnies es también de los belgas que hablan perfectamente francés y neerlandés, además de español. Es muy poco frecuente
TAREAS AMPLIADAS Los agentes locales pasan parte de su jornada captando información sensible
DE PUERTAS ADENTRO
Los bajos de muchos edificios tienen escaparates cubiertos de materiales opacos
que alguien criado en una zona de habla francesa utilice la lengua de los flamencos. Lo contrario es, en cambio, de lo más habitual. Las barreras políticas que separan a valones y flamencos tienen su incidencia también en los asuntos policiales. El comisario De Becker habla de ello con una espontaneidad y una franqueza que en un alto mando policial español resultarían inauditas y hasta chocantes. Aunque evita citar directamente a una u otra comunidad, asegura que ante la amenaza terrorista actual “el juego político obliga a tomar las mismas medidas especiales en toda Bélgica a la vez”. Se refiere a una especie de café para todos elevado al absurdo. “Cuando se invierte dinero en
EL COMISARIO JEFE DE POLICÍA “Sólo conozco del dossier de Abdeslam lo que se ha publicado en la prensa”
VECINOS RADICALIZADOS
“Eran pequeños delincuentes desde hacía años y jamás iban a la mezquita” REGISTROS SÓLO DIURNOS “Los delincuentes saben que por las noches pueden dormir tranquilos”
EL PLAN CANAL
El Gobierno quiere que los comerciantes cumplan los horarios como en toda Bélgica
un lado hay que hacerlo inmediatamente en el otro. Si se envían refuerzos a una zona para la vigilancia del metro se envía otro idéntico al área vecina, aunque la segunda no tenga metro”, explica el comisario. “Es un ejemplo real”, apuntala Harmegnies, el técnico de la policía que asume labores de traductor.
Al comisario no se le escapa que han llovido críticas sobre la policía belga, algunas incluso llegadas del propio Ministerio del Interior de su país. “¿Sabe que yo, siendo el jefe de la policía de Molenbeek, sólo conozco del dossier de Abdeslam lo que se ha publicado en la prensa? Nada más”. La bomba dialéctica explota contra la cristalera del despacho. El agente Verstraeten que asiste al encuentro en completo silencio es el primero en reaccionar. Balancea la cabeza para confirmar las palabras de su jefe y rompe si quiera por unos segundos su imperturbable rostro para mostrar signos de resignación y de descontento con unos leves gestos. La dueña del dossier del que habla el comisario es la policía federal belga. Verstraeten ya había pasado de puntillas sobre las delicadas relaciones entre ambos cuerpos durante la conversación habida en la sala de interrogatorios de la comisaría de la policía judicial.
De Becker explica que las competencias de uno y otro cuerpo están bien delimitadas. La policía local es la que recoge la información en la calle que luego sirve para la investigación de hechos de “gran delincuencia como el terrorismo”. Esa información se eleva a la policía federal; sin embargo, dice el comisario, “el retorno de la información no se produce”. Va todavía más lejos. “Entre las propias unidades de la policía federal hay falta de confianza”, añade como colofón.
“Lo que necesito son más efectivos y más medidas especiales”, reclama. El plan Canal diseñado por el Gobierno belga incluye un contingente de 70 nuevos agentes destinado a su zona policial. No parecen suficientes. En todo caso, mientras se prepara el refuerzo, la policía federal aporta 50 de sus efectivos al servicio en las calles. “Los planes deben abarcar desde la educación hasta la prevención y también la represión. Los problemas especiales requieren medidas especiales”, insiste el comisario. Los terroristas que salieron de Molenbeek “eran pequeños delincuentes desde hacía años y jamás iban a la mezquita”.
De Becker se despide lamentando que con la legislación belga en la mano, hasta los 18 años nada pueda hacerse salvo prevención con chicos de perfiles como los que acaba de describir.
Para salir de la comisaría central de Molenbeek hay que dejar atrás una puerta giratoria custodiada por una pareja de soldados bien armados. Verstraeten, el policía judicial que hace de guía, retoma el hilo dejado por su jefe y apunta otro problema legal con que se enfrentan quienes combaten el delito: en Bélgica están prohibidas las entradas y registros en domicilios durante la noche. Son del todo ilegales. “Para ciertas formas de criminalidad como el terrorismo, sería muy importante que eso cambiara”, señala el policía. “Los delincuentes saben que por las noches pueden dormir tranquilos”, remata Harmegnies, el técnico policial trilingüe.
De camino a la calle QuatreVents, donde fue detenido Salah Abdeslam, sale al paso un inspector de la policía de proximidad amigo de Verstraeten. Es afable y risueño. Va de uniforme y cargado con unas carpetas de cartulina. Confirma que desde los atentados de París y Bruselas trabaja “mucho más”. Es la policía de proximidad la que se encarga de ciertos aspectos del plan Canal para los que quizá se llega algo tarde, como dice Verstraeten. Actualmente, se revisan todas las viviendas y se hace un recuento de todas las personas que moran en ellas y si están registradas. Se trata de una especie de censo actualizado. Los nuevos controles sobre horarios comerciales que van a volverse más estrictos también son competencia de las unidades de proximidad. Incluyen también el registro de las personas empleadas en cada establecimiento y si están legalmente contratadas.
El edificio donde se escondía Abdeslam y donde fue detenido tras recibir un disparo en la pierna está actualmente clausurado. Puertas y ventanas están tapiadas. Muy cerca de allí, a pocos minutos a pie, está la gran mezquita del municipio. Desde fuera cualquiera diría que es un almacén o un garaje cerrado. Nada es traslúcido. Todo es opaco, como ocurre en la mayoría de bajos de los edificios, salvo las tiendas de ropa o de comestibles. “En Molenbeek hay 27 mezquitas declaradas, aunque quizá haya alguna más”, apunta Verstraeten.
El recorrido acaba donde empezó: en la comisaría desierta de la judicial situada junto al canal. Como la mayor parte de los policías que trabajan en Molenbeek, este agente del grupo de robos se tendrá que desplazar lejos de los límites de la zona donde trabaja al acabar su turno. Los policías de Molenbeek no viven allí y mucho menos los federales. “Conozco a algún agente de origen magrebí de segunda generación que nació, trabaja y vive aquí, pero son una excepción”, dice Verstraeten. Son policías que crecieron en las mismas calles que los rateros reincidentes que se han ido a Siria o Iraq para entrar en el Estado Islámico. Esos mismos que nunca iban a la mezquita y que volvieron a casa para hacer daño.