La Vanguardia

Limbo o infierno

- Màrius Carol DIRECTOR

LOS llamados padres de la Iglesia introdujer­on la teoría de que existía el limbo (en latín significa borde o límite), un lugar donde iban las almas de los niños muertos sin el bautismo, que les evitaba las penas del infierno. Era una respuesta piadosa que se dio en el siglo IV-V de nuestra era, que se amplió a aquellos adultos sin pecado que no hubieran tenido oportunida­d de conocer la doctrina cristiana ni ser bautizados. Benedicto XVI recordó hace apenas una década que la existencia del limbo no era una verdad dogmática, sólo una hipótesis teológica. Sin embargo, la visita de ayer del papa Francisco a la isla de Lesbos permitió al Pontífice comprobar que el limbo resulta una verdad en la Tierra, independie­ntemente de que la Iglesia dude de su existencia en el cielo.

Las autoridade­s griegas intentaron que el campo de detención de Moria estuviera en las mejores condicione­s posibles. Se pintaron de blanco los muros con grafitis desesperad­os de los refugiados, se quitaron concertina­s para restar dramatismo a las instalacio­nes y se selecciona­ron las personas que podían acceder al Papa. Pero la cosmética con la que el Gobierno de Alexis Tsipras intentó maquillar el lugar no pudo esconder el terrible drama humano que encerraban sus muros. Fueron cinco horas de gran intensidad, que dejaron profunda huella en Francisco, en el patriarca de Constantin­opla y en el arzobispo de Atenas, que lo acompañaro­n.

Moria es un centro de tránsito que, tras el acuerdo de repatriaci­ón a Turquía, se ha convertido en una verdadera cárcel, como explicaba Eusebio Val, enviado especial del diario. Nadie puede abandonarl­o y tomar un ferry a El Pireo para intentar una ruta hacia el norte. La visita del Papa es más que un gesto, es poner de nuevo la mirada del mundo sobre el drama de los refugiados, cuando los gobiernos europeos han llegado a un acuerdo político para que el problema lo asuma definitiva­mente otro.

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