Limbo o infierno
LOS llamados padres de la Iglesia introdujeron la teoría de que existía el limbo (en latín significa borde o límite), un lugar donde iban las almas de los niños muertos sin el bautismo, que les evitaba las penas del infierno. Era una respuesta piadosa que se dio en el siglo IV-V de nuestra era, que se amplió a aquellos adultos sin pecado que no hubieran tenido oportunidad de conocer la doctrina cristiana ni ser bautizados. Benedicto XVI recordó hace apenas una década que la existencia del limbo no era una verdad dogmática, sólo una hipótesis teológica. Sin embargo, la visita de ayer del papa Francisco a la isla de Lesbos permitió al Pontífice comprobar que el limbo resulta una verdad en la Tierra, independientemente de que la Iglesia dude de su existencia en el cielo.
Las autoridades griegas intentaron que el campo de detención de Moria estuviera en las mejores condiciones posibles. Se pintaron de blanco los muros con grafitis desesperados de los refugiados, se quitaron concertinas para restar dramatismo a las instalaciones y se seleccionaron las personas que podían acceder al Papa. Pero la cosmética con la que el Gobierno de Alexis Tsipras intentó maquillar el lugar no pudo esconder el terrible drama humano que encerraban sus muros. Fueron cinco horas de gran intensidad, que dejaron profunda huella en Francisco, en el patriarca de Constantinopla y en el arzobispo de Atenas, que lo acompañaron.
Moria es un centro de tránsito que, tras el acuerdo de repatriación a Turquía, se ha convertido en una verdadera cárcel, como explicaba Eusebio Val, enviado especial del diario. Nadie puede abandonarlo y tomar un ferry a El Pireo para intentar una ruta hacia el norte. La visita del Papa es más que un gesto, es poner de nuevo la mirada del mundo sobre el drama de los refugiados, cuando los gobiernos europeos han llegado a un acuerdo político para que el problema lo asuma definitivamente otro.