La Vanguardia

CERVANTES EN EL RAVAL

La Biblioteca de Catalunya guarda auténticos tesoros relacionad­os con el genio loco de La Mancha.

- XAVI AYÉN Barcelona

Una luz tenue, incapaz de imponerse sobre las sombras, acompaña a los escasos visitantes que, de vez en cuando, atraviesan los intrincado­s pasillos de la Biblioteca de Catalunya que conducen a su sala cervantina. Un lugar al que solamente se accede bajo cita previa. “Ahora a la izquierda”. “Ahora a la derecha”. “Ahora bajen estas escaleras”. Nada más adecuado para acercarse a un tesoro que ir atravesand­o pasadizos.

La sala no es excesivame­nte grande, pero contiene auténticas joyas relacionad­as con Miguel de Cervantes, de cuya muerte se cumplirán 400 años la próxima semana. Si uno busca una pieza concreta que no esté expuesta, debe solicitarl­a y esperar velando armas en las sillas de madera y piel, junto al resto de las maravillas que reposan sobre el tapete de terciopelo rojo, tanto originales como facsímiles.

Para acceder a la sala, hay que realizar una petición, explicando el motivo de la visita, que puede ir desde un proyecto de investigac­ión hasta la mera curiosidad. Hay, por ejemplo, institutos que se apuntan en grupo, y en ocasiones especiales –como el próximo Sant Jordi, que coincide con el aniversari­o de la muerte de Cervantes– se celebrará una jornada de puertas abiertas con una selección de libros y objetos.

Junto a las paredes, vemos un busto de Cervantes obra de Josep Reynés (1850-1926), litografía­s de importante­s artistas como Dalí o Arroyo, grabados de Doré y algunas páginas sueltas de especial interés. Todo rezuma un aire de calma y sabiduría antigua. Si no

desentonar­a con el entorno, podrían también haber puesto una frase que dijera: “Gracias, Isidre Bonsoms, contigo empezó todo”.

Isidre Bonsoms i Sicart (18491922) fue un industrial que poseía una de las mejores coleccione­s cervantina­s del mundo, originada en la que él compró a su vez al estudioso y comerciant­e vinícola Leopoldo Rius. Bonsoms la donó en 1914 a la Biblioteca de Catalunya; la entrada de los fondos se realizó en 1915 y, tras su catalogaci­ón, se abrieron al público en 1916, con lo que ahora se conmemoran justamente los cien años de la socializac­ión de aquella riqueza.

A partir de ahí, de las 3.367 piezas que dio Bonsoms –principalm­ente libros, aunque había algunos dibujos– a lo largo de los siguientes cien años las compras se han ido sucediendo y, sumadas a los depósitos legales –aquellos libros que, por ley, se depositan en la institució­n–, se ha llegado hoy a más de 9.000 piezas. Aunque la colección de la Biblioteca Nacional de España en Madrid es también de gran importanci­a –y se enriqueció notablemen­te en 1968 con la compra del fondo del catalán Joan Cedó Peris-Mencheta–, el hecho de que recienteme­nte hayan venido a Barcelona estudiosos cervantino­s de Salamanca o de Madrid obedece a que “hay cosas que solamente pueden encontrar aquí”, según explica Núria Altarriba, directora de la Unitat Bibliogràf­ica de la biblioteca.

No solamente hay libros de Cervantes. El fondo incluye los libros que Alonso Quijano tenía en su casa, tanto los que el cura y el barbero quemaron como los que salvaron de la pira. Eso incluye todos los libros de caballería­s que volvieron loco al hidalgo, que se exhiben, temerariam­ente, sin ninguna nota que alerte acerca de su peligro. “Además, hay sellos, naipes, abanicos...”, señala Altarriba, mostrando tan sólo una parte del tesoro que custodia.

No existen pruebas concluyent­es de que Cervantes visitara Barcelona, según su último biógrafo, Jordi Gracia. Sin embargo, la descripció­n que hace de la ciudad y el cariño que de ella se desprende fundamenta diversas teorías al respecto. A muchos les gustaría, por ejemplo, que la frase “hospital de los pobres” se refiriera al antiguo hospital de la Santa Creu, “que se encontraba a pleno rendimient­o en vida de Cervantes”, recuerda Altarriba, y que es justo el terreno que pisamos, la actual sede de la Biblioteca de Catalunya, que se empezó a construir en 1401. Fue hospital, de hecho, hasta bien entrado el siglo XX, pues aquí se atendió a Antoni Gaudí en 1926 cuando fue atropellad­o por un tranvía en la calle Bailèn.

Vemos, en un expositor lateral, la primera edición de la primera y la segunda parte del Quijote, las de Juan de la Cuesta en Madrid de 1605 y 1615, respectiva­mente. O la primera edición conjunta de los dos tomos, de 1617, hecha en Barcelona por Bautista Sorita. Las encuaderna­ciones en piel –a la que se les saca el polvo siguiendo unos turnos estrictos– rivalizan a veces en interés con el interior.

Aquí se encuentran todas las primeras ediciones originales de los libros de Cervantes menos de uno, la Galatea, de la que sin embargo Altarriba muestra una segunda edición de 1590 impresa en Lisboa de la que “sólo existen dos ejemplares en todo el mundo”. También vemos las primeras traduccion­es al francés, inglés, catalán, alemán, chino, indostánic­o... “Lo tenemos en 49 idiomas, la primera vez que se tradujo fue al inglés, en 1612, es este volumen, impreso en Londres por William Stansby”.

Hay varias versiones catalanas, la primera es la de Eduart Tàmaro de 1882, pero luego vemos la de Antoni Bulbena i Tusell en 1891 o la de Octavi Viader en 1936, impresa en Sant Feliu de Guíxols. El visitante no puede reprimir nunca echar un vistazo al inicio del libro en los idiomas que conoce: “A cert poblet de la Mancha de qual nom no vull recordarme, no fa pas gaire hi vivia un hidalgo d’aquells de llança en candelero, adarga antiga, rocí flach y galch corredor”. Y compararlo­s: “En un poblet de la Manxa, que del seu nom no vull recordarme, vivia, no fa molt temps, un d’aquells hidalgos de llança arraconada, adarga antiga, rocí magre y goç caçador”.

Curiosamen­te, hay también ediciones en español realizadas en ciudades como Lisboa, París, Londres... una costumbre editorial que se ha perdido. O un montón de biografías de Cervantes, desde la primera, la que hizo Gregori Mayans i Siscar en 1738 hasta la ultimísima de Jordi Gracia. Para pasar las páginas de algunos libros, los trabajador­es y usuarios se ponen unos guantes blancos de los que utilizaban los elegantes ladrones de antaño para entrar en las casas.

¿No se deterioran?, preguntamo­s. “El papel de aquellas épocas poseía una calidad que ahora se ha perdido –responde Altarriba, mostrando hojas por las que han transcurri­do cuatro siglos–, podemos decir que el papel de los libros es bueno hasta el siglo XIX o XX”. Eso sí, los volúmenes son sometidos a desinfecci­ones periódicas.

Las ilustracio­nes son un capítulo aparte. “La primera vez que aparece una representa­ción de los personajes es en una edición inglesa de 1617, impresa por Edward Blounte, y observamos ya algunos rasgos que no les van a abandonar jamás”. En el caso de las xilografía­s de la edición de 1755 del barcelonés Juan Jolis se conservan, además, las matrices –una especie de tampones de madera– que las generaron (esta, por cierto, puede considerar­se la primera edición de bolsillo, en cuatro volúmenes, cuya necesidad es así justificad­a por el impresor: “Pues con eso se logra el poderse traer consigo en el paseo o en el campo, en donde puede entretener­se”). También está la mítica primera edición que ilustró Gustave Doré (Hachette, 1863), con la célebre estampa de su entrada en Barcelona, con Santa Maria del Mar al fondo. O la primera vez que Dalí abordó el tema, en una edición en inglés, en The Illustrate­d Modern Library, editada en Nueva York en 1946.

No puede decirse que no se hayan hecho cosas para que la colección sea más conocida. En el 2005, con motivo del año del Libro y la Lectura, una exposición exhibió la mayoría de sus joyas a la vez, algo que ahora no es posible, dadas las limitacion­es de espacio de esta sala, la misma que ocupa desde 1936. La primera ubicación de la sala cervantina, en 1915, había sido la Sala Blava del Institut d’Estudis Catalans (IEC) en el actual Palau de la Generalita­t.

Desde la pared nos observa Bonsoms, con semblante serio y concentrad­o, en un retrato pintado por Josep M.Vidal-Quadras por encargo de la Biblioteca, por el cual le pagaron 3.000 pesetas, según consta en el recibo. Además de carteles, vídeos y cómics, hay también un bellísimo dibujo de Rocinante, mapas de la España que recorrió el Quijote, espectacul­ares capitulare­s de una edición de 1859, páginas con revestimie­nto dorado que siguen brillando...

Malditos los objetos, que siempre nos sobreviven.

ACONTECIMI­ENTO Este Sant Jordi, la sala cervantina realizará una jornada de puertas abiertas

CON BONSOMS EMPEZÓ TODO La donación del industrial en 1915 fue de 3.367 piezas y hoy ya pasan de 9.000

JOYAS Todas las primeras ediciones de Cervantes, menos ‘La Galatea’, que es una segunda rarísima

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 ?? KIM MANRESA ?? La ‘guardiana’. Núria Altarriba, custodia del legado cervantino por su cargo en la Biblioteca de Catalunya, junto a uno de los ejemplares expuestos.
KIM MANRESA La ‘guardiana’. Núria Altarriba, custodia del legado cervantino por su cargo en la Biblioteca de Catalunya, junto a uno de los ejemplares expuestos.
 ?? KIM MANRESA ?? El secreter de Chacón. Las fichas en el secreter original en que las tenía Mercedes Chacón, viuda de Isidre Bonsoms, que catalogó el fondo.
KIM MANRESA El secreter de Chacón. Las fichas en el secreter original en que las tenía Mercedes Chacón, viuda de Isidre Bonsoms, que catalogó el fondo.
 ?? KIM MANRESA ?? Pioneros del bolsillo. La edición en cuatro volúmenes del Quijote que hizo Juan Jolis en Barcelona en 1755 es considerad­a por varios estudiosos la primera edición de bolsillo en España.
KIM MANRESA Pioneros del bolsillo. La edición en cuatro volúmenes del Quijote que hizo Juan Jolis en Barcelona en 1755 es considerad­a por varios estudiosos la primera edición de bolsillo en España.

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