La Vanguardia

...Y la ‘gauche’ envejeció de repente

que ventaja. Alberto, el físico, que ha escrito un excelente libro sobre Podemos directamen­te enfocado al público francés

- RAFAEL POCH

Desde que el 31 de marzo arrancó en París el movimiento Nuit Debout ocupando plazas en toda Francia y abriendo nuevas ágoras, el pequeño círculo de Podemos-París anda muy solicitado; entrevista­s, participac­ión en debates... Entre los activistas españoles se palpa la emoción. “El momento que estamos viviendo y la ilusión que genera tienen una velocidad extraordin­aria”, se leía en un correo interno del grupo.

Aquella misma noche del 31, Pablo, uno de sus miembros, participó en la creación de las comisiones en la plaza de la República. “Había mucho caos”, recuerda. Se creó una comisión de Moderación, otra de Asamblea General y otra de Democracia. “Al día siguiente nos dimos cuenta de que las tres hacían el mismo trabajo”, explica en un bar del distrito XVIII. 31 años, en París desde el 2011, donde ha estudiado Ciencias Políticas, este exactivist­a del 15-M madrileño expresa muchas ideas críticas y muchas esperanzas sobre lo que está ocurriendo en Francia. “He visto una madurez política que no me esperaba”.

La vivencia de José, profesor de Sociología en Lille, en Francia desde 1998 y miembro del mismo círculo, es bien diferente: “Cuando llegamos a la plaza ya lo tenían todo listo, un modelo 15-M para ensamblar. Les dijimos: ‘¡Pero si de lo que se trata es de que no haya modelo, de que la gente discuta sobre cómo organizars­e y lo cree!’”.

No hay contradicc­ión entre ambos testimonio­s. Algo como lo que está ocurriendo, ahora en París, ayer en Madrid, es incoherent­e por definición. “Lo importante es descubrir la palabra, que se recomponga un vínculo social”, dice José junto a la estatua de Marianne, la República, que marca el centro de la plaza. Los de Podemos-París no actúan aquí como un partido, sino como indignados, como Pedro, María y José. Su verdadero denominado­r común es cierta sonrisa de felicidad ante lo que ocurre.

Los españoles acudieron muy rápido a la plaza. En los primeros días, alrededor del 20% de los comentario­s que se dejaban en la cuenta de Twitter del movimiento francés eran en español. ¿Espejismo? Hace unos años alguien explicaba que cuando en España el cajero automático era un recurso familiar, en Francia –donde el uso del cheque bancario aún está muy extendido– apenas había. Hoy las redes sociales están mucho más desarrolla­das en España que en Francia.

“En el 2012 teníamos el 4% del tráfico de Twitter del mundo, Francia, solo el 2%, y eso pese a la diferencia de población”, explica Alberto, físico investigad­or y miembro del mismo círculo, en Francia desde el 2008. “El 30% de los tuits en España son políticos, cuando la media mundial es del 8%, y España es el segundo país europeo en número de internauta­s después del Reino Unido. Aquí están muy por detrás”, explica, así que ese 20% no es un termómetro fiable para medir el interés, dice.

“Los indignados están en la mente de todos”, explica Leila Chaibi, 33 años, una de las que presentaro­n la solicitud de permiso para ocupar la plaza de París. “Como activista política francesa, el caso de Podemos me hace soñar, pero no estamos aquí para un cortar y pegar”, dice. Es verdad, pero algo hay. Por ejemplo el modelo La Tuerka, con el que Pablo Iglesias se estrenó en Madrid como entrevista­dor de televisión: desde hace unas semanas, Jean-Luc Mélenchon, confundado­r del Parti de Gauche y candidato a la presidenci­a, ha montado su propia Tuerka, entrevista­ndo al personal. Y lo mismo hace el economista Jacques Sapir.

Si algo parece unir al pluralismo podemita en París es la idea de la inutilidad de la vieja izquierda, que en Francia es más fuerte de lo que era en España con Izquierda Unida y cuenta con intelectua­les con influencia mediática y social sin equivalent­e en España. Pablo, Alberto y José coinciden en que hay que superar ese marco, hacerlo estallar en aras de una reconstruc­ción que implique a una mayoría social. Pablo sugiere incluso que el mayor peso de la gauche francesa, su carácter más organizado y estructura­do, es más inconvenie­nte

(Podemos, la politique en mouvement, que saldrá en septiembre en París), inicia su exposición de la andadura del movimiento español con una cita de El Roto que lo resume todo: “Los jóvenes salieron a la calle e inmediatam­ente los partidos envejecier­on”.

En la fraternida­d de la plaza, todos son iguales. No hay figuras, líderes ni expertos que valgan. Los indignados son infantería por definición. Las figuras tienen que desprender­se de la mochila de egos y méritos para ponerse el sayo de la humildad. No se viene a la plaza a pontificar, se viene a escuchar. Eso es muy duro para ciertos pavos reales de la gauche cuyo nivel de arrogancia suele estar en relación con la baja calidad de su aportación.

Francia es el país con la tradición social más potente de Europa, pero como en todos los países europeos, hace treinta años que eso se detuvo en un fenomenal bostezo que ha durado una generación. Muchos pensadores locales siguen produciend­o ese discurso tan francés en el que lo ideológico y poético predomina sobre cualquier atisbo de trabajo analítico y empírico. La genialidad del discurso suele deducirse de su falta de claridad. Así, Occidente puede ser “una entidad agonizante que se sacrifica como contenido para sobrevivir como forma”, proclama un panfleto del 2007 que es objeto de culto en sectores de la gauche (L’insurrecti­on qui vient) pese a que es puro hueco. La máxima de Manuel Sacristán, segurament­e el único filósofo de la izquierda española de los setenta, según el cual “la claridad es la cortesía del filósofo”, se ignora por completo. La poesía es más importante en la gauche.

“Francia está mucho más atrasada que España en cuanto a uso y politizaci­ón de las redes sociales” “¿Sabíais que bajo los adoquines está la playa?”, se pitorrea un ‘podemita’ en la plaza de la República

“No sé si lo habéis visto, pero debajo de esto…”, dice José pateando el duro asfalto de la plaza de la República con malsana ironía, “…debajo de esto está la playa”. Risas. Al lado de eso, qué chusco queda aquello tan ibérico de “no hay pan para tanto chorizo”. La transversa­lidad podemita, la capacidad de llegar a todas las víctimas de una oligarquía sean de izquierda o derecha, precisa buenos lemas populistas.

La magnífica cultura intelectua­l francesa, que Noam Chomsky calificó de “burlesca”, debe ser desacraliz­ada. ¿Lograrán las plazas francesas esa reconstruc­ción que apenas asoma? “Las asambleas son más dinámicas que en Madrid, donde perdíamos mucha energía en el consenso”, observa Alberto. Al mismo tiempo, “esta es una sociedad mucho más triste que la española en términos de desconocim­iento del otro”, dice José, que menciona la “alucinante fragmentac­ión de las clases populares en Francia”.

La extraordin­aria segregació­n y estigmatiz­ación de las banlieues (los barrios periférico­s) y de sus sujetos de origen inmigrante es otro problema gravísimo, “que no conocemos en España”, dice José. “¿Es todavía válido el concepto de ciudadano?”, se pregunta Pablo. ¿Acaso la ideología sudista importada desde las colonias francesas de África y hoy enquistada en medios de comunicaci­ón y en el discurso político dominante sobre la “identidad francesa”, ideología alrededor de la cual gravita el Frente Nacional así como cierto laicismo agresivo hacia los franceses morenos, no utiliza ese concepto como arma racista? ¿Se podrán romper todas esas carcasas? Bastaría un solo atentado yihadista como los del año pasado para que toda esta fiesta concluyese como sueño interruptu­s…

Ni las dudas, ni las risas, ni los pequeños avances de la chusca y periférica España al sacudirse el bipartidis­mo cambian lo esencial: sin un potente movimiento social en Francia, el país del centro, no habrá cambio en Europa. Y en ese caso Podemos, los indignados y la Puerta del Sol serán notas a pie de página en el libro de la historia.

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THIBAULT CAMUS / AP Un manifestan­te en la plaza de la Nation, durante un choque con la policía la noche del 9 de abril

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