La Vanguardia

La eterna postadoles­cencia

- Llucia Ramis

Existe el mito de que entrar al Magia Roja es imposible. Tiene fama de club elitista, incluso masón. Pero yo estuve hace unos meses. Me hicieron una ficha, foto incluida. Pagué una cuota de cinco euros. No había nadie, sonaba música industrial, parecía una peli de David Lynch. Cuando este viernes le digo a la chica de la puerta que soy socia, nos deja pasar, como quien accede a un reservado vip. Fichan y fotografía­n a mis amigos. El ambiente no tiene nada que ver con el de la otra vez. Aquí está toda la Barcelona guay que juega a ser trash. También está todo Tinder, según una pipiola que aún no se ha dado cuenta de que, en un espacio tan reducido, es más fácil establecer contacto cruzando miradas que mirando el móvil.

El antro apenas mide cincuenta metros cuadrados y no se ve un pijo. Normal que se ligue. Es tan pequeño que no puedes desaparece­r con la excusa de que vas un momento al lavabo, estrategia típica del Apolo. Esta es una de las ciudades donde menos se flirtea del mundo, con poquísimas excepcione­s. El Bonobo, en paz descanse, era una de ellas. Tu autoestima se disparaba en cuanto ponías un pie en ese bar frecuentad­o

¿En qué momento deja uno de salir? Supongo que en cuanto tiene hijos y no le queda más remedio

por directores de teatro y actores de teleserie. Siempre nos quedará el Luz de Gas, donde la noche confunde lascivias y edades y clases, aunque no intencione­s, y donde quizá me vean bailar muy de tanto en tanto, pero nunca fiarme de nadie.

En el Magia Roja todo queda en familia. Están los que se fueron a Berlín, vienen de visita, se han instalado en la postadoles­cencia y reviven la movida de los ochenta; están los que se fueron a Londres y ya han regresado. También hay nuevas incorporac­iones. Los pipiolos no han salido tanto como los de mi generación; no tenían pasta. Empiezan a hacerlo con una década de retraso, y recuperan un vocabulari­o que fue de nuestros padres (dicen que alguien es muy pro, por ejemplo, y pienso en don Pantuflo, el progenitor de Zipi y Zape, que se considerab­a un hombre de pro). Lo mezclan con otro lenguaje, si dicen que otro alguien es muy popu ,o se han enrollado con un tío random.

Bebemos cerveza de lata a euro y medio. Al ser un club social, está permitido fumar, así que todos fumamos, activa o pasivament­e. Entre el humo, la iluminació­n roja y la cerveza, el ciego es considerab­le, y algunos lo toman por amor, también considerab­lemente ciego. Nos hablamos a gritos. Nuestra ropa apesta. Seguirá apestando cuando lleguemos a casa, y también nos apestará el pelo. ¿Cómo nos acostumbra­mos a esto, cuando esto era lo acostumbra­do, antes de la ley antitabaco? Por la mañana, tendremos una resaca que no existía hace veinte años. ¡Pero si sólo bebí birra! Es un tópico porque es cierto: cada vez aguantamos menos. ¿En qué momento deja uno de salir? Supongo que en cuanto tiene hijos y no le queda más remedio. ¿Maduraremo­s algún día? Sin duda envejecere­mos antes.

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