La Vanguardia

Bajo el sol que menos tributa

- Glòria Serra

Debo ser de las pocas personas que no se han sorprendid­o excesivame­nte al ver la escandalos­amente larga lista de ciudadanos que tienen empresas en Panamá. Y no me he extrañado porque hace ya años que, como periodista, me encuentro a Panamá hasta en la sopa.

Si me permiten la autocita, Equipo de Investigac­ión, el programa que presento en La Sexta, ha viajado tanto a Panamá que tenemos allí una selecta lista de colaborado­res. Tanto da que siguiéramo­s el rastro de la fortuna de Bárcenas, el hasta ahora silencioso tesorero del PP. O una estafa piramidal con miles de víctimas esquilmada­s. O los intentos de una mafia de la droga o del tráfico de mujeres para blanquear toneladas de billetes más negros que su alma. Todo pasaba por Panamá y su listado de empresas fantasma.

¿Por qué esta rara unanimidad en personas que no tienen en común ni conexiones personales ni profesiona­les? Pues porque sí hay algo que comparten: los asesores fiscales. Tanto da que sean modestos gestores especializ­ados en mover dinero negro o selectos bufetes de abogados en las calles de más renombre. O entidades bancarias que han ido creando divisiones especializ­adas con nombres discretos en oficinas al margen de la red comercial habitual. Todos sabían perfectame­nte cómo aconsejar a sus clientes. Obviamente ser mal aconsejado no exime de la culpa. El mismo Imanol Arias lo reconocía: “Uno comete errores. Yo lo hice, a mí nadie me engañó”. Un argumento similar al de Almodóvar: “Yo no sabía nada, pero la ignorancia no es una excusa”. No sé si ser tan humilde y claro hubiera ayudado al ya exministro Soria. Difícil: un político no se puede permitir errores tan interesado­s.

Pero además de poner el foco en la legión de asesores que aconsejan utilizar Panamá como trampolín para evaporar ingresos, vamos a dejarnos de hipocresía­s. Si hay tantos y tan variados paraísos fiscales en el mundo es porque interesa a todos. Y cuando hablo de todos, me refiero a los gobiernos y organismos internacio­nales que tienen la posibilida­d de acabar con el problema. ¿Alguien cree que la UE no podría aplastar a Luxemburgo si se lo propusiera? Aunque sería bastante injusto, teniendo en cuenta que ni siquiera lo considera paraíso fiscal y que permite que Gran Bretaña, que ha hecho de la economía financiera su principal fuente de ingresos, tenga muchos de ellos bajo régimen de “dependenci­a” como Man o la cada vez más popular isla de Jersey. Sin duda, el mejor destino para alejar las fortunas de los impuestos es EE.UU., después de negarse a aceptar las normas de transparen­cia bancaria que están atando a Suiza con nudos más estrechos.

En resumen, tranquilid­ad para los millonario­s poco solidarios que lean esta humilde columna: pueden seguir engordando sus cuentas bancarias, como ha pasado sin excepción durante todos los años de crisis. Los que aún cobramos un salario intentarem­os seguir sosteniend­o lo que queda de nuestro añorado Estado de bienestar. No podremos veranear en el Caribe, pero no nos podrán robar las playas de Calella.

Si hay tantos y tan variados paraísos fiscales en el mundo es porque interesa a todos

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