Retocar el ADN: ¿poner límites?
Recientemente saltaba a los medios la polémica sobre una técnica revolucionaria que permite editar el genoma humano. La técnica, que responde al impronunciable acrónimo CRISPR-Cas9, no es, en realidad, tan nueva, pero ha suscitado polémica más allá de la comunidad científica porque el Reino Unido ha aprobado la aplicación en investigación en embriones humanos.
Una situación similar tuvo lugar cuando se realizó el primer diagnóstico genético preimplantacional (DGPI) que permitía seleccionar embriones en función de su estatus genético. Este descubrimiento abría un abanico enorme de posibilidades y hacía aparecer la sombra de Gattaca, donde los progenitores podrían seleccionar características como el color de los ojos o la inteligencia de sus hijos.
Sin duda, los rápidos avances en biomedicina nos abocan a situaciones controvertidas y nos obligan a tomar decisiones que pueden suponer un punto de inflexión en la medicina, la salud o los valores que sustentan nuestra sociedad. Estos descubrimientos, sin embargo, no son por sí mismos ni buenos ni malos; son sus aplicaciones las que tienen una connotación ética y por tanto pueden ser adecuadas o inadecuadas.
Hoy el DGPI se ha convertido en una técnica ampliamente extendida y son miles las familias que se han beneficiado. La legislación vigente impide cualquier otra aplicación que no esté relacionada con la salud del futuro bebé y excluye cualquier tipo de “capricho” de los progenitores. Ahora, la sociedad como colectivo, asesorada por sus científicos y pensadores y gestionada por sus políticos, tiene que decidir qué hacer con el CRISPR-Cas9. Para establecer un debate de esta trascendencia se precisa un buen foro de discusión donde plantear con claridad los aspectos científicos, éticos y morales, alejado de los escenarios de la ciencia ficción.
Sólo seremos punteros en investigación biomédica y en su aplicación clínica si, aparte de hacer buena investigación, somos capaces de difundirla, de promover el debate en torno a la aplicación de los resultados y facilitar la transferencia al sistema sanitario, repercutiendo en la mejora de la calidad de vida de los pacientes. Porque, si falla cualquiera de los peldaños, tan catastrófica sería una aplicación poco ética de un avance científico como su falta de implementación cuando se ha evidenciado un beneficio para la sociedad.