La película que Petraeus no quiere ver
A Hollywood le va el escándalo sexual que perdió al general
La sociedad estadounidense se mueve entre su afición al pleito ante los tribunales y la literatura.
Si falla la demanda judicial, siempre queda el recurso al popular género de las memoirs. Aquí todo el mundo parece disfrutar de recuerdos extraordinarios que compartir con los ciudadanos en forma de libro, aunque suponga retratarse.
El relato real de Jill Kelley, definida como Tampa socialite –persona mundana y de contactos en la sociedad de la ciudad de Florida–, lo tiene todo: militares de alto rango, operaciones de riesgo, guerra, terrorismo, espionaje, poder, ambición, un triángulo amoroso, muchos celos, adulterios, sexo y una retahíla de tórridos correos electrónicos.
Pese a que sólo existe su versión –Kelley lo declaró a la sección de cotilleos Page Six del The New York Post–, no sería de extrañar que semejante cóctel hubiera llamado la atención de las productoras de Hollywood.
El caso supuso, en noviembre del 2012, la caída de David Petraeus, el último héroe entre los uniformados estadounidenses y entonces director de la CIA, así como la jubilación anticipada de John Allen, otro general de cuatro estrellas, que había sido elegido nuevo jefe de las fuerzas de EE.UU. en Europa. Nunca tomó posesión del destino.
En Collateral damage: Petraeus/power/politics and the abuse of privacy, Kelley desvela el origen de la investigación en la que se descubrió la mala cabeza –por decirlo fino– del gran estratega de la guerra de Iraq, escrito esto sin sarcasmo, sólo a partir de lo que concluyeron los expertos.
Paula Broadwell, la biógrafa de Petraeus que se convirtió en su amante, empezó a enviar correos electrónicos con seudónimo y tono amenazante hacia Jill Kelley. Le habían sacado de quicio
Una implicada en la historia de celos e infidelidades relata cómo cayó el laureado militar y jefe de la CIA
las supuestas caricias, por debajo de la mesa en un restaurante de lujo, que la socialite habría realizado al general mientras compartían mantel con sus respectivas parejas oficiales. Ella lo niega –sostiene que nunca le hizo el salto a su marido–, pero el general confesó a los agentes del FBI que él sintió esos tocamientos.
A Petraeus le pillaron por lo carnal y lo criminal. Descubrieron que facilitó a Broadwell el acceso a ocho documentos clasificados. El pasado abril se declaró culpable y aceptó una condena de dos años de libertad condicional y 100.000 dólares. El Pentágono ha descartado humillarlo con la retirada de la estrellas.
Kelley planteó una demanda contra el Gobierno por filtración de secretos. Pero su abogado renunció, y ella la retiró. Optó por las memorias. Pese a que se las ha autopublicado, asegura que “hay ofertas para llevar al cine mis memorias”. Insistió en que ha recibido varias llamadas y que su libro “se lee como un thriller”.
Ya se ve en la pantalla. En el cuerpo de Angelina Jolie.