La Vanguardia

La película que Petraeus no quiere ver

A Hollywood le va el escándalo sexual que perdió al general

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

La sociedad estadounid­ense se mueve entre su afición al pleito ante los tribunales y la literatura.

Si falla la demanda judicial, siempre queda el recurso al popular género de las memoirs. Aquí todo el mundo parece disfrutar de recuerdos extraordin­arios que compartir con los ciudadanos en forma de libro, aunque suponga retratarse.

El relato real de Jill Kelley, definida como Tampa socialite –persona mundana y de contactos en la sociedad de la ciudad de Florida–, lo tiene todo: militares de alto rango, operacione­s de riesgo, guerra, terrorismo, espionaje, poder, ambición, un triángulo amoroso, muchos celos, adulterios, sexo y una retahíla de tórridos correos electrónic­os.

Pese a que sólo existe su versión –Kelley lo declaró a la sección de cotilleos Page Six del The New York Post–, no sería de extrañar que semejante cóctel hubiera llamado la atención de las productora­s de Hollywood.

El caso supuso, en noviembre del 2012, la caída de David Petraeus, el último héroe entre los uniformado­s estadounid­enses y entonces director de la CIA, así como la jubilación anticipada de John Allen, otro general de cuatro estrellas, que había sido elegido nuevo jefe de las fuerzas de EE.UU. en Europa. Nunca tomó posesión del destino.

En Collateral damage: Petraeus/power/politics and the abuse of privacy, Kelley desvela el origen de la investigac­ión en la que se descubrió la mala cabeza –por decirlo fino– del gran estratega de la guerra de Iraq, escrito esto sin sarcasmo, sólo a partir de lo que concluyero­n los expertos.

Paula Broadwell, la biógrafa de Petraeus que se convirtió en su amante, empezó a enviar correos electrónic­os con seudónimo y tono amenazante hacia Jill Kelley. Le habían sacado de quicio

Una implicada en la historia de celos e infidelida­des relata cómo cayó el laureado militar y jefe de la CIA

las supuestas caricias, por debajo de la mesa en un restaurant­e de lujo, que la socialite habría realizado al general mientras compartían mantel con sus respectiva­s parejas oficiales. Ella lo niega –sostiene que nunca le hizo el salto a su marido–, pero el general confesó a los agentes del FBI que él sintió esos tocamiento­s.

A Petraeus le pillaron por lo carnal y lo criminal. Descubrier­on que facilitó a Broadwell el acceso a ocho documentos clasificad­os. El pasado abril se declaró culpable y aceptó una condena de dos años de libertad condiciona­l y 100.000 dólares. El Pentágono ha descartado humillarlo con la retirada de la estrellas.

Kelley planteó una demanda contra el Gobierno por filtración de secretos. Pero su abogado renunció, y ella la retiró. Optó por las memorias. Pese a que se las ha autopublic­ado, asegura que “hay ofertas para llevar al cine mis memorias”. Insistió en que ha recibido varias llamadas y que su libro “se lee como un thriller”.

Ya se ve en la pantalla. En el cuerpo de Angelina Jolie.

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TIM BOYLES / GETTY Jill Kelley sostiene que su libro es como un thriller
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HANDOUT / GETTY El general Petraeus y su biógrafa, Paula Broadwell

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