Los que miran
’AQUÍ MANDO YO’. El telespectador existe. El telespectador nació con el siglo XX, el siglo más cruento de la historia de la humanidad. El telespectador es un animal sádico, lo tengo dicho. A veces somos nosotros mismos. El programa Aquí mando yo (Antena 3, viernes noche) convierte al telespectador en protagonista: ves a un puñado de telespectadores, cada uno hijo de su padre y de su madre, sentados en su trono, el sofá, despellejando a congéneres que se mueven en la pantalla, sean futbolistas, concursantes de Masterchef o Frank de la Jungla. Aquí mando yo es un juego de espejos, te convierte en telespectador de telespectadores. Ves a una pareja de gais barbados, a otra parejita en la que ella está pendiente de las emociones de su chico ante un partido de fútbol, a dos chicas enamoradizas (“a veces Manel Fuentes me parece atractivo”), a dos ancianitas que se enternecen con una bailarina de Top dance... Son cuadros que me han recordado a la película El show de Truman cuando muestra a los telespectadores de las andanzas de Truman Burbank (Jim Carrey), bien retratados en el plano final, en que dos guardias de seguridad, consumado el drama de Burbank, dicen: “Cambia de canal, a ver qué más echan ahora”. El telespectador es una criatura omnívora, caprichosa, posmoderna: prueba todo lo que le echen, deconstruido o no. Este programa, Aquí mando yo ,esel colmo de la televisión, porque nos vemos a nosotros mismos viendo la tele. Aquí mando yo es un fugaz fotomatón de nosotros mismos, que nos ponemos camisetas de fútbol para ver un partido, abrazamos un cojín, nos bebemos una cerveza, desparramos palomitas, se nos anuda la garganta. Nada nos gusta más que ver a otros haciendo algo, aunque sea viendo televisión. En la televisión todo es mentira, y Aquí mando yo convierte al telespectador en otra mentira: no sabes si esos telespectadores están actuando para ti o son así. Pero miras, porque nos hace gracia vernos mirando. Y acabo aquí porque estoy cayendo en un bucle de Escher, y ya no sé si alguien me está mirando mientras escribo sobre los que miran.
LOZANO. Terminó este jueves Gran Hermano-VIP con otro bucle: el expresentador de televisión Carlos Lozano (primera edición de Operación Triunfo) ha quedado finalista del concurso, y su premio, tras resistir cien días encerrado en la casa de Guadalix, ha consistido en que la cadena le ofrezca volver a presentar un programa de televisión. Lo que hay que hacer para tener trabajo... A cambio, eso sí, la televisión, que es cruel, le arrebata a su joven novia y se la lleva a la isla de Supervivientes, y anteanoche su exesposa, Mónica Hoyos, le despellejaba en el programa Deluxe. El sobrado de Carlos Lozano ha querido vivir de la tele, pero el precio va a ser tener que vivir en la tele.
MONJAS. Quiero ser monja (Cuatro, domingo noche) es otro ejercicio televisivo perverso: convierte un convento de monjas en escenario televisivo. Un puñado de jovencitas intentará vivir sin móvil y sin novio, madrugando y rezando. A ver. El programa tiene aires de experimento, de docureality, pero no olvido que las cámaras están ahí, y donde hay una cámara puede pasar de todo. Incluso que alguna de las monjas cambie de bando y acabe en Gran hermano (con tanta práctica acumulada, hasta podría ganar) o en la portada de Interviú.
Carlos Lozano, con ‘GH-VIP’, ha querido vivir de la tele, pero el precio será tener que vivir en la tele