La elegante derrota del punk
La conmemoración de los 40 años de punk ahonda en la idea de que el movimiento fue de inmediato derrotado por el sistema. La capacidad de este de asimilar las revoluciones es prodigiosa: que se lo pregunten dentro de poco a la nueva política.
El urbanismo desregulado de Londres amenaza con cobrarse una pieza emblemática de la historia del rock. Se trata de las tiendas de instrumentos y los estudios de grabación de Denmark Street (conocida también como Tin Pan Alley), en el Soho, un lugar por el que transitaron los primeros años de mitos de los sesenta como los Rolling Stones, los Beatles, Pink Floyd, Led Zeppelin o David Bowie.
Y, por supuesto, los Sex Pistols. Allí, en el número 6, detrás de una tienda de guitarras, está el garito en el que se reunían en 1976 Johnny Rotten y sus amigos. En el lugar hay poco más que unos grafitis obscenos, pero la amenaza de derribo ha movilizado a la intelectualidad londinense heredera de aquella sacudida generacional que supuso el punk. El colectivo Save Tin Pan Alley, que abandera Pete Townshend ,de los Who, propone que el 6 de Denmark Street se considere patrimonio histórico de Inglaterra.
¿Los penes garabateados por Johnny Rotten en una pared cochambrosa merecen ser convertidos en patrimonio nacional como si fueran frescos milenarios?
No debería extrañarnos, a la vista del reconocimiento que el punk tiene en nuestros días. El Financial Times, en un artículo ti- tulado “Cómo el punk convirtió la rebelión en dinero”, se hace eco hoy de la influencia indudable del movimiento. Su condición subversiva, que hunde sus raíces en la Comuna de París y se reformula en los setenta con una confusa adscripción a la internacional situacionista, pervive felizmente en muchas bandas de rock, en la literatura, en el arte, en la moda , en el cine y hasta en los ademanes de una cierta nueva política.
La onda expansiva del punk londinense –más nihilista que el que había surgido poco antes en EE.UU.– inundará esta primavera Europa de exposiciones y conciertos. En Barcelona, el Macba de Ferran Barenblit se suma a la fiesta con Punk, sus rastros en el arte contemporáneo, una muestra comisariada por David G. Torres.
En realidad, no se celebra tanto el aniversario de unas cuantas canciones excitantes y de la moda insurrecta de Vivienne Westwood (integrada hoy en la alta costura) como el de los 40 años de un modelo inapelable de derrota: el mismo que puede extrapolarse a todas las revoluciones que vehiculan el malestar que las alienta a través del nihilismo y la rebeldía estética.
En este sentido, el auge y la (elegante) decadencia del punk dibujan un patrón que define la música, los movimientos sociales o la nueva política. Veamos. En sus primeros envites, la revuelta escandaliza y sacude el sistema amparada en un difuso corpus ideológico formulado por personajes con tendencias manipuladoras: ahí está Malcolm McLaren, instigador y enterrador de los Sex Pistols. Después, el entorno, que en principio se había mostrado hostil, empieza a integrar elementos revolucionarios en su discurso. Cambian las formas y las apariencias de aquellos a quienes los subversivos pretendían combatir. ¡Hasta los Rolling Stones adoptaron actitudes punk!
Por último, los revolucionarios se reconvierten en lúcidos teóricos del propio sistema. Johnny Rotten, que acude a shows de telerrealidad, ha publicado una autobiografía (La ira es energía, Malpaso) en la que confiesa cuánto le molesta –a él, que llamaba fascista a la Reina– que los humoristas de hoy se ensañen más con los defectos personales de los miembros de la familia real que con la institución. Eso, en la misma Inglaterra donde los críticos de Jeremy Corbyn, el izquierdista que lidera el Labour, ven ya síntomas de su asimilación por el sistema que pretendía liquidar cuando se hizo con el partido. Eso sí, este 40 aniversario será una buena ocasión para revisar la contribución del punk al machismo, ya que hay pocos movimientos tan misóginos como éste. Para muchos punks, su concepto de mujer era una groupie heroinómana, enroscada siempre al cuello de un músico, que llevaba a la banda por el camino de la perdición.