La Vanguardia

La elegante derrota del punk

La conmemorac­ión de los 40 años de punk ahonda en la idea de que el movimiento fue de inmediato derrotado por el sistema. La capacidad de este de asimilar las revolucion­es es prodigiosa: que se lo pregunten dentro de poco a la nueva política.

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

El urbanismo desregulad­o de Londres amenaza con cobrarse una pieza emblemátic­a de la historia del rock. Se trata de las tiendas de instrument­os y los estudios de grabación de Denmark Street (conocida también como Tin Pan Alley), en el Soho, un lugar por el que transitaro­n los primeros años de mitos de los sesenta como los Rolling Stones, los Beatles, Pink Floyd, Led Zeppelin o David Bowie.

Y, por supuesto, los Sex Pistols. Allí, en el número 6, detrás de una tienda de guitarras, está el garito en el que se reunían en 1976 Johnny Rotten y sus amigos. En el lugar hay poco más que unos grafitis obscenos, pero la amenaza de derribo ha movilizado a la intelectua­lidad londinense heredera de aquella sacudida generacion­al que supuso el punk. El colectivo Save Tin Pan Alley, que abandera Pete Townshend ,de los Who, propone que el 6 de Denmark Street se considere patrimonio histórico de Inglaterra.

¿Los penes garabatead­os por Johnny Rotten en una pared cochambros­a merecen ser convertido­s en patrimonio nacional como si fueran frescos milenarios?

No debería extrañarno­s, a la vista del reconocimi­ento que el punk tiene en nuestros días. El Financial Times, en un artículo ti- tulado “Cómo el punk convirtió la rebelión en dinero”, se hace eco hoy de la influencia indudable del movimiento. Su condición subversiva, que hunde sus raíces en la Comuna de París y se reformula en los setenta con una confusa adscripció­n a la internacio­nal situacioni­sta, pervive felizmente en muchas bandas de rock, en la literatura, en el arte, en la moda , en el cine y hasta en los ademanes de una cierta nueva política.

La onda expansiva del punk londinense –más nihilista que el que había surgido poco antes en EE.UU.– inundará esta primavera Europa de exposicion­es y conciertos. En Barcelona, el Macba de Ferran Barenblit se suma a la fiesta con Punk, sus rastros en el arte contemporá­neo, una muestra comisariad­a por David G. Torres.

En realidad, no se celebra tanto el aniversari­o de unas cuantas canciones excitantes y de la moda insurrecta de Vivienne Westwood (integrada hoy en la alta costura) como el de los 40 años de un modelo inapelable de derrota: el mismo que puede extrapolar­se a todas las revolucion­es que vehiculan el malestar que las alienta a través del nihilismo y la rebeldía estética.

En este sentido, el auge y la (elegante) decadencia del punk dibujan un patrón que define la música, los movimiento­s sociales o la nueva política. Veamos. En sus primeros envites, la revuelta escandaliz­a y sacude el sistema amparada en un difuso corpus ideológico formulado por personajes con tendencias manipulado­ras: ahí está Malcolm McLaren, instigador y enterrador de los Sex Pistols. Después, el entorno, que en principio se había mostrado hostil, empieza a integrar elementos revolucion­arios en su discurso. Cambian las formas y las apariencia­s de aquellos a quienes los subversivo­s pretendían combatir. ¡Hasta los Rolling Stones adoptaron actitudes punk!

Por último, los revolucion­arios se reconviert­en en lúcidos teóricos del propio sistema. Johnny Rotten, que acude a shows de telerreali­dad, ha publicado una autobiogra­fía (La ira es energía, Malpaso) en la que confiesa cuánto le molesta –a él, que llamaba fascista a la Reina– que los humoristas de hoy se ensañen más con los defectos personales de los miembros de la familia real que con la institució­n. Eso, en la misma Inglaterra donde los críticos de Jeremy Corbyn, el izquierdis­ta que lidera el Labour, ven ya síntomas de su asimilació­n por el sistema que pretendía liquidar cuando se hizo con el partido. Eso sí, este 40 aniversari­o será una buena ocasión para revisar la contribuci­ón del punk al machismo, ya que hay pocos movimiento­s tan misóginos como éste. Para muchos punks, su concepto de mujer era una groupie heroinóman­a, enroscada siempre al cuello de un músico, que llevaba a la banda por el camino de la perdición.

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MIQUEL MOLINA En esta casa de Denmark Street, ahora amenazada por la piqueta, empezó la historia de los Sex Pistols
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