La Vanguardia

De la piel al museo

Una exposición del Victoria and Albert cuenta la historia de la ropa interior desde 1750 hasta la fecha

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El Museo V& A de Londres desestimó la compra y exposición de los vestidos de Margaret Thatcher porque carecían de “valor cultural”. No es el caso sin embargo de varios centenares de bragas, calzoncill­os, corsés, sujetadore­s, miriñaques, pijamas, corpiños, ligueros y tangas que han tenido por dueños desde la reina Victoria hasta Kate Moss, y desde Gwyneth Paltrow hasta David Beckham, y se exhiben desde esta semana en una muestra dedicada a la evolución de la ropa interior en los últimos dos siglos y medio.

A través de doscientas piezas, fotografía­s y anuncios publicitar­ios, la exposición, titulada Desvestido­s

(Undressed), estudia la relación entre las prendas íntimas y las costumbres, moralidad, sexualidad, innovación, cambios tecnológic­os, tejidos, modas y formas corporales de las distintas épocas. Y es esa conexión cultural la que le ha dado ese visado para entrar en el monumental Victoria and Albert que le fue denegado a la Dama de Hierro (sería curioso, por cierto, saber cómo era la ropa interior que llevaba Maggie, y si los sujetadore­s hacían juego con sus famosos bolsos).

La muestra, patrocinad­a por la firma de lencería Agent Provocateu­r y la de cosmética Revlon, efectúa un recorrido histórico desde 1750 hasta la actualidad que permite observar cómo unas veces ha primado la discreción y otras el exhibicion­ismo, unas la comodidad y otras la sexualidad, unas la delgadez casi anoréxica y otras las formas voluptuosa­s, qué prendas usan los deportista­s, la gente mayor y las mujeres embarazada­s.

Las hechuras de corsés, bombachas y culottes se han extendido y comprimido en función de lo que la cultura y la moda de cada tiempo han considerad­o la figura ideal, si la expectativ­a en un momento dado es que hombres y mujeres desarrolle­n la forma de su cuerpo a base de dieta y ejercicio, o que se la moldeen los sujetadore­s y calzoncill­os, si la ropa interior está para ser enseñada o permanecer en el anonimato.

El visitante, dentro de este sugerente paseo por las salas del museo, se encuentra con el icónico vestido transparen­te de Liza Bruce que contribuyó a hacer famosa a una jovencita Kate Moss, con el de estilo

tromp d’oeil, blanco de encajes, con el que la actriz Gwyneth Paltrow causó sensación a base de mostrar carne, con los calzoncill­os del exfutbolis­ta David Beckham, y los que pusieron de moda los raperos afroameric­anos llevando los pantalones caídos para que se viera la marca de la ropa interior de Calvin Klein, o de quien fuera.

Pero no todo es contemporá­neo y sexy en Desvestido­s, porque también aparecen en las vitrinas las bombachas de muselina que a principios del siglo XIX portaba la madre de la reina Victoria, y las bragas y sujetadore­s que formaban parte del vestuario de las mujeres trabajador­as británicas de las fábricas textiles, cuando de lo que se trataba era de la funcionali­dad, y no de ponerse tangas o mostrar las tiras de los sujetadore­s.

Hay lugar en el museo para la moda andrógina de los años veinte, cuando los corsés estaban diseñados para disimular los pechos en vez de ensalzarlo­s, para las curvas seductoras al estilo Marilyn Monroe, para el revolucion­ario y mágico Wonderbra de hace treinta años, piezas de encaje de principios del XX, el tanga original de 1978 creado por Rudi Grenreich cuando se prohibió bañarse desnudo en las playas de Los Ángeles, los sostenes de tejidos alternativ­os debido a la escasez de materiales textiles durante la Primera Guerra Mundial, bragas concebidas para subir el trasero y calzoncill­os dirigidos a los gustos de la comunidad gay, de los que fue pionero la marca inglesa Dean Rogers, para los slips, los boxers yla lencería sexualizad­a que ha convertido a Kim Kardashian en una celebridad.

La ropa interior es lujo, deseo, moda, innovación, manipulaci­ón del cuerpo y también cultura.

La clave es la relación entre la ropa interior, la moral, la moda, la imagen corporal y la cultura de cada época

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ANTHONY DEVLIN / AP Un trabajador­a del museo ajusta algunas piezas antes de la inauguraci­ón de la muestra, esta semana en Londres

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