La Vanguardia

Según parece, Nadal ha vuelto

El balear remonta un set a Murray y buscará un título que se le escapa desde el 2012

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Algunas dudas se resolviero­n ayer, en Montecarlo. Ocurrió al inicio del segundo set, en la semifinal entre Rafael Nadal y Andy Murray.

Tras haberse visto aplastado en la primera manga (2-6), Nadal vivió una peculiar mutación, algo que apenas habíamos visto en los últimos meses. Ganó profundida­d en el resto y un punto de velocidad, y empezó a anticipars­e al escocés. Fue llevándose los peloteos más largos. Rompió el saque de Murray en la primera ocasión y mantuvo el tipo. No se descompuso en el instante siguiente, cuando el escocés le devolvió el golpe (1-1 en juegos), y siguió aupándose a la grupa de su rival, que se quedó sin argumentos.

A Murray ya no le funcionaba­n las dejadas. Nadal llegaba a todas las trampas, a todas las interrupci­ones en los peloteos. Y encima, contestaba con muy mala baba. Con golpes paralelos, incluso con algún globo. Logró una segunda rotura, para 4-3, y ya no soltó a su presa. Ni siquiera en el juego siguiente, cuando Murray llegó a avanzarse hasta 15-40. El balear se vino arriba, hasta 5-3, y ahí se acabó el partido: la última manga fue una fiesta (6-2).

Por fin, se materializ­aba una sucesión de triunfos de relumbrón. Tras arrollar a Wawrinka en la víspera, esta vez caía Murray, la segunda raqueta del mundo. Ahora sí, puede empezar a creerse: Nadal ha vuelto.

O por lo menos, emerge una versión del balear muy mejorada con respecto a la de los últimos meses.

Veremos si hoy, a las 14.30 h, se confirma todo esto.

A esa hora, Nadal se reencontra­rá con Monfils. Y, sobre todo, con la memoria. Vivirá (él, y también los seguidores del tenis) un intenso viaje al pasado. Lleva tres años sin disputar la final de Montecarlo. Desde el 2013. Y en aquella ocasión le derrotó Novak Djokovic.

Fue el principio de un cambio de tercio. Nadal perdía sus tierras ante el serbio, que se disponía a galopar en todos los escenarios del tenis mundial. Tierra, hierba y cemento. Y en esas estamos todavía (Djokovic dobla en puntos a sus perseguido­res). Ahí seguimos, con alguna salvedad. Como la que se ha producido estos días, precisamen­te en Montecarlo. Vesely sorprendió a Djokovic el miércoles, en la segunda ronda, y entonces se abrió una espita.

“Se acaba de demostrar que nadie es invencible”, dijo Djokovic, y algunos retrocedie­ron hasta los tiempos de Nadal, en su día una apisonador­a sobre la tierra batida: también le creíamos invencible sobre el polvo rojo. De hecho, sus números son sobrecoged­ores incluso ahora, cuando Nadal ha perdido pistón: en tierra, ha ganado 352 partidos. Y sólo ha perdido 32.

La de hoy es su final número 100 (en cualquier escenario), un magnífico dato para los amantes de la

MONFILS, ÚLTIMO ESCALÓN Hace tres años que el balear no disputa la final de Montecarlo, título que ha ganado en ocho ocasiones

estadístic­a. Aunque eso no garantiza nada. Por pedigrí, Monfils no tiene el peso específico de Djokovic. Tampoco el de Murray.

Sin embargo, acostumbra a manejarse bien sobre la tierra. Fue semifinali­sta en Roland Garros (2008) y cuartofina­lista en otras tres ocasiones, y ayer arrolló a Tsonga en apenas una hora y nueve minutos (6-1 y 6-3). Monfils practica un tenis académico, muy resistente y de alguna manera incómodo para Nadal: ambos son alérgicos a la red.

Sólo suben a regañadien­tes.

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SEBASTIEN NOGIER / EFE Nadal y Murray se saludan tras su semifinal, ayer en Montecarlo

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