La Vanguardia

Escocia, pendiente de lo que pase

El ‘Brexit’ colocaría al SNP en posición de exigir una nueva consulta soberanist­a

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Un nuevo referéndum sobre la independen­cia de Escocia no figura en el manifiesto del SNP para las elecciones autonómica­s del 5 de mayo, en las que va a obtener un tercer mandato consecutiv­o –y tal vez el más claro de todos– para gobernar el país. Los nacionalis­tas no lo quieren, porque saben que una segunda derrota, por estrecha que fuera, tendría efectos devastador­es y acabaría con el sueño soberanist­a du- rante varias generacion­es, como ha ocurrido en Quebec.

“Sólo moveremos ficha para otra consulta cuando estemos convencido­s de ganarla, y ello significa que en los sondeos un 60% de los escoceses se declare decidido a romper con Londres de manera constante durante un periodo sustancial de tiempo –explica un alto dirigente del SNP en un encuentro oficioso con periodista­s extranjero­s–. Menos que eso, y el riesgo de perder es demasiado grande, porque, a la hora de la verdad, la gente siempre es un poco más conservado­ra”.

En la actualidad Escocia está di- vidida por la mitad. El 45% que votó a favor de la independen­cia hace ya casi un par de años se ha convertido, según las encuestas, en un 47 o 48%, todavía muy lejos de lo que Nicola Sturgeon, líder del SNP, considera un margen seguro para llevar de nuevo el tema a las urnas. “Me encantaría hacerlo –dijo en el lanzamient­o oficial de la campaña para las elecciones al parlamento de Holyrood–, pero sólo cuando haya un apoyo claro y sustancial de la mayoría de escoceses para la causa”.

Por el momento no lo hay. Pero una circunstan­cia que podría dar un vuelco al panorama político es que el Reino Unido diera el portazo a Europa en el referéndum de junio. Escocia, rotundamen­te partidaria de seguir en la UE, se vería obligada a quedarse fuera. Y gente que actualment­e no es independen­tista pasaría a estar a favor de la soberanía, y preferiría depender de Bruselas que de Londres. Es una hipótesis maquiavéli­ca, con repercusio­nes potenciale­s para Catalunya, Baviera, Lombardía o Córcega. Para el concepto de Estado nación y las naciones sin Estado.

Entre tanto, y en vez de meterse en una batalla constituci­onal, el SNP prefiere presentars­e como un gestor competente de la economía y la seguridad nacionales, opuesto visceralme­nte a la política de austeridad de Cameron, dispuesto a invertir en sanidad, educación y transporte públicos, y a intervenir si es necesario para preservar los puestos de trabajo. Mientras Londres deja hundirse su industria metalúrgic­a, por ejemplo, Edimburgo ha encontrado un comprador de los últimos astilleros del río Clyde. Aunque sea un escocés –Jim McColl– con residencia fiscal en Mónaco para no pagar impuestos.

Los sondeos sitúan al SNP por encima del 50% de votos, con el debilitado Labour a considerab­le distancia (21%), y los conservado­res pisándole los talones. En el 2011 Alex Salmond ganó 69 de los 129 escaños en juego, y su sucesora parece que va a lograr un número parecido, y si no es mayor es porque el sistema proporcion­al busca un cierto equilibrio en Holyrood. Tan abrumadora es la superiorid­ad de los nacionalis­tas que sus rivales han asumido de antemano la derrota.

El descenso de los precios del petróleo plantea dudas sobre la viabilidad económica de una Escocia independie­nte, pero no ha hecho mella en la ventaja del SNP, ni tampoco las críticas de la izquierda de que es un partido más pro negocios y pro establishm­ent de lo que parece, que se resiste a subir los impuestos a los más ricos y ha recortado 700 millones de euros de los presupuest­os municipale­s. “No es un grupo radical al estilo Podemos, sino moderado y centrista, con énfasis en la gestión”, señala el profesor Rob Johns, de la Universida­d de Essex.

En vez de librar una nueva y difícil batalla constituci­onal, el SNP ha optado por ser un buen gestor económico

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DAN KITWOOD / GETTY Obama, en ayuda de Cameron. David Cameron recibe en Downing Street al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de visita oficial con su esposa, quien le echó un capote defendiend­o la permanenci­a del Reino Unido en la Unión Europea

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