Un hombre bueno en el FBI
CATÓLICO Y REPUBLICANO CONVENCIDO, COMEY ES LA ANTÍTESIS DEL FUNDADOR DEL FBI. NEGÓ A LA CASA BLANCA PODER ESPIAR CONVERSACIONES TELEFÓNICAS DE LOS ESTADOUNIDENSES, PERO HA CAMBIADO DE IDEA. AHORA, HA ABIERTO UN DEBATE ENTRE PRIVACIDAD Y SEGURIDAD AL PEDI
James Comey tiene colgada en su despacho una copia de la orden del FBI para realizar escuchas telefónicas a Martin Luther King. La puso para recordar a sus subordinados y a sí mismo lo que nunca debería hacer la policía. Es el mismo Comey que desde la dirección de la Oficina Federal de Investigación ha provocado el gran debate entre privacidad y seguridad llevando ante los tribunales a la tecnológica Apple para que abra el teléfono del terrorista que provocó la masacre de San Bernardino.
James Comey Brien, Jr. (Yon- kers, Nueva York, 1960) es un hombre tan comprometido como heterodoxo. Católico de origen irlandés y republicano convencido, trabajó para la administración de George W. Bush, llegó a ser fiscal general adjunto de Estados Unidos, hizo campaña a favor de John McCain y Mitt Romney, los contrincantes de Barack Obama, pero el actual presidente no tuvo inconveniente en nombrarle en el 2013 nada más y nada menos que director del FBI. Seguramente porque tiene un perfil de hombre bueno, opuesto al de John Edgar Hoover, el célebre director-fundador del FBI que pasó 37 años espiando y chantajeando a todo el mundo, in- cluido, por supuesto, Martin Luther King.
Los republicanos no pusieron objeciones al nombramiento de Comey, pese a que la independencia de criterio con la que suele actuar provocó conflictos importantes entre el Departamento de Justicia y la Casa Blanca en época de Bush. Comey se negó a certificar la legalidad de un programa de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) que pretendía poder espiar las conversaciones telefónicas de los ciudadanos estadounidenses sin necesidad de orden judicial. Resistió enormes presiones de la Casa Blanca –“fue el momento más difícil de mi vida”,
La Casa Blanca forzó a Comey para realizar escuchas telefónicas, pero se negó y acabó renunciando al cargo
declaró años después, y acabó renunciando al cargo.
Para Comey, la ideología no es incompatible con la independencia. “El Departamento de Justicia –declaró- está dirigido por políticos designados por el Presidente, pero una vez que asumen el cargo se deben al pueblo”. Y con ese punto de vista ha defendido, por ejemplo, el derecho al matrimonio de los homosexuales cuando sus correligionarios lo consideraban peor que una herejía.
Es ese deber con el pueblo el que le ha llevado a plantear el litigio con Apple. “En San Bernardino catorce personas fueron asesinadas y a muchas más les han arruinado la vida –escribió Comey en su blog-, les debemos una investigación exhaustiva y profesional en virtud de la ley, es una cuestión de justicia con las víctimas y el pueblo estadounidense no debería esperar menos del FBI”.
El 2 de diciembre pasado, en la localidad californiana, Syed Rizwan Farook y su esposa Tashfeen Malik irrumpieron con armas automáticas en una fiesta de sus compañeros de trabajo y dispararon indiscriminadamente. En nombre del Estado Islámico mataron a catorce personas y otras veintidós resultaron gravemente heridas. Después de la masacre huyeron pero la pareja fue interceptada por la policía y ambos cayeron muertos por los disparos de los agentes. A Farook le encontraron un teléfono iPhone 5C y la policía pretendía investigar los contactos y los mensajes que contenía el aparato, puesto que podía suministrar valiosa información sobre otros implicados en el atentado y la posibilidad de que la pareja estuviera en contacto con otras células terroristas dispuestas a cometer nuevos ataques.
El problema fue que sin conocer la contraseña, la policía no podía obtener la información que contenía el aparato y, al parecer, los agentes que lo manipularon cometieron el error de bloquearlo. Comey encargó a los fiscales que buscaran una orden judicial para que Apple ayudara al FBI a reabrir el teléfono o acceder a la copia de seguridad del iCloud. A mediados de febrero, la jueza Sheri Pym tramitó la orden, pero Apple se negó a prestar la colaboración que le pedían e impugnó. Tim Cook, jefe de la compañía, emitió un largo comunicado en el que, entre otras cosas, decía: “Tenemos un gran respeto por los profesionales en el FBI, y creemos que sus intenciones son buenas (…). Pero ahora, el gobierno de Estados Unidos nos ha pedido algo que simplemente no tenemos y crearlo sería demasiado peligroso. Nos han pedido construir una puerta trasera para el iPhone”.
La tesis de Apple se basa fundamentalmente en la defensa de la libertad de expresión establecida en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos, dado que lo que pretende el Gobierno es obligar a la compañía a desarrollar un nuevo software que permita acceder a la información del teléfono. “Es como si el Gobierno obligara a reescribir una novela o modificar un artículo científico”, declaró a La Vanguardia Pablo G. Molina, profesor de Ética y Tecnología de la Universidad de Georgetown.
Pero no han faltado voces advirtiendo además que el resultado podría ser contraproducente. Expertos del sector tecnológico aseguran que la puerta trasera –o llave maestra, como también se le ha llamado– crearía un precedente que podría utilizarse en cualquier cir- cunstancia y contra cualquier ciudadano y, si el software cayera en manos de organizaciones criminales, el problema aún sería mayor.
El director del FBI insistió al principio que se trataba de abrir un solo teléfono, pero en seguida tuvo que admitir lo contrario. Cyrus Vance, fiscal de Manhattan, informó que tiene pendientes 175 solici- tudes para abrir otros tantos iPhones. Después, un juez de Brooklyn denegó una petición similar para obtener información del teléfono de un acusado por narcotráfico y el Departamento de Justicia, que dirige la fiscal general Loretta Lynch, ya ha recurrido. El debate continúa pese a que el FBI ha asegurado haber conseguido sin la ayuda de Apple abrir el teléfono del terrorista Farook gracias, al parecer, al trabajo de un hacker israelí.
Pero James Comey no es como Edgar Hoover. Es todo lo contrario a un policía matón. A medida que ha avanzado el debate, ha matizado su posición, marcando incluso distancias con la fiscal general, bastante más dura. A fin de cuentas, no está tan lejos de lo que reivindica Tim Cook. Como se trata de fijar una decisión política, Comey interpela a la sociedad estadounidense en su conjunto. “La gente del FBI –dice- hemos jurado proteger tanto la seguridad como la libertad… tenemos una nueva tecnología impresionante que crea tensión entre dos valores, la privacidad y la seguridad, y esa tensión no debe ser resuelta por las empresas que venden productos para ganarse la vida, ni tampoco por el FBI, que investiga para ganarse la vida… el problema debe ser resuelto por el pueblo estadounidense que ha de decidir cómo queremos gobernarnos a nosotros mismos en un mundo que nunca habíamos visto antes”. Significativamente, James Comey figura a menudo en las listas de juristas susceptibles de generar consenso para ocupar una plaza en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.