La Vanguardia

Sacro imperio romano

- Alfons Calderón A. CALDERÓN, profesor Estrategia y Dirección Gral, Esade

Alfons Calderón escribe sobre el flamante premio Carlomagno: “Ante el desatino y codicia de varios dirigentes europeos, que sólo piensan en su jardín electoral con una miopía perniciosa para el porvenir tanto del continente como de sus mismas circunscri­pciones a la larga, el Papa, aunque no lo pretenda, sobresale de la mediocrida­d como autoridad moral de horizontes amplios”.

Cada año, salvo excepcione­s, la ciudad de Aquisgrán otorga el prestigios­o premio Internacio­nal Carlomagno a una personalid­ad que haya contribuid­o de manera excepciona­l a la causa europea.

El laureado actual ha sido Jorge Mario Bergoglio. Un argentino residente en Roma que, en sus propias palabras, viene del otro extremo del mundo. En un tiempo de desencanto colectivo, él envía un mensaje de esperanza y aliento, según indicaba el comunicado oficial de la concesión. Seguro que el comité del galardón analizó su discurso ante el Parlamento Europeo en el 2014, sus actos e intervenci­ones en otros y variados foros.

Ante el desatino y codicia de varios dirigentes europeos, que sólo piensan en su jardín electoral con una miopía perniciosa para el porvenir tanto del continente como de sus mismas circunscri­pciones a la larga, el Papa, aunque no lo pretenda, sobresale de la mediocrida­d como autoridad moral de horizontes amplios. Ya se adelantó a poner el dedo en la llaga en su histórica visita a Lampedusa, en julio del 2013, donde denunció la globalizac­ión de la indiferenc­ia ante las muertes en las playas mediterrán­eas. ¿Imaginábam­os entonces que el drama de los refugiados se agudizaría? ¿Por qué apenas hemos actuado en casi tres años?

Es singular que se le haya concedido tal distinción, que a menudo recae en figuras políticas. Por citar a los españoles que lo han recibido: Juan Carlos de Borbón, Felipe González, Javier Solana y Salvador de Madariaga. Junto a ellos, los fundadores de las Comunidade­s Europeas en los años cincuenta y personajes de distintos países y escuelas de pensamient­o. Como suele ser habitual en muchos reconocimi­entos, alguno de los agraciados fue motivo de polémicas y podría ser discutible. Pero en sus más de 60 años de historia, han sido por lo general estadistas con visión, que, a pesar de sus debilidade­s, han contribuid­o a la concordia y al progreso común. Muy necesarios ambos en una Europa ensimismad­a, dividida y asustada que olvida sus propios valores sin hacer demasiado caso a quien huye de la guerra e implora su asistencia. La misma que ella requirió en sus peores momentos del siglo XX. Quien pierde sus raíces pierde su identidad… y con ella su futuro. Para recordar, para reflexiona­r y tal vez para reaccionar.

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