Universidades y clases
El éxito del programa Erasmus de intercambio de alumnos europeos, una de las herramientas más eficaces para la construcción de una unión política y social real en el continente; y el paulatino empobrecimiento de las clases medias en España a causa de la crisis.
EN la actual etapa de dificultades del proyecto europeo, el programa Erasmus constituye un inequívoco rayo de esperanza. Las diferencias entre países miembros de la Unión Europea pueden ser notables; sus desacuerdos, profundos, y sus flaquezas, incluso ideológicas, manifiestas. Pero cada año cientos de miles de estudiantes universitarios europeos se acogen al programa Erasmus, dejan su país y cursan parte de sus estudios superiores en el extranjero. La semilla europeísta y cosmopolita que estos desplazamientos dejan en ellos es, sin duda, uno de los mejores activos actuales de la Unión Europea.
Ayer se celebró en el monasterio de Yuste, donde el rey Felipe II buscó retiro en sus últimos años, la entrega del X premio Europeo Carlos V a Sofia Corradi, impulsora del programa Erasmus. En los treinta años de vida de tal iniciativa, más de tres millones y medio de universitarios se han beneficiado de sus intercambios, cursando entre tres meses y un año de sus estudios en una de las miles de facultades asociadas. Los países de la UE son los usuarios naturales del programa, al que se suman otros extracomunitarios. De entre todos ellos, España es el que con mayor amplitud se entrega al Erasmus: recibe cada año cerca de 40.000 estudiantes extranjeros y envía a otros países una cifra ligeramente inferior. La siguen Francia, Alemania y el resto de las grandes naciones del Viejo Continente.
El rey Felipe VI, acompañado por Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, fue ayer el encargados de entregar en Yuste la décima edición del premio Europeo Carlos V, concedido a la ya mencionada profesora italiana Sofia Corradi. Este galardón, creado en 1995 para resaltar el espíritu europeísta de España, difícilmente podría haber distinguido a una persona más adecuada, dicho sea con todo el respeto a su palmarés, que cuenta con políticos de muy destacada contribución a la construcción europea, como Jacques Delors, Helmut Kohl, Simone Veil (la única mujer que lo había merecido hasta la fecha) o los españoles Felipe González y Javier Solana.
El Monarca quiso ayer subrayar que Corradi –de 84 años, y a la que cariñosamente se conoce como Mamma Erasmus– ha desarrollado un papel muy loable. Y, a tal fin, quiso citar al recientemente fallecido ensayista y novelista italiano Umberto Eco, quien tiempo atrás declaró que el programa Erasmus había tenido, entre otras, la virtud de contribuir decisivamente a alumbrar la primera generación de jóvenes europeos.
Los beneficios que obtienen los usuarios del programa Erasmus van, ciertamente, más allá de la formación académica. Están relacionados con la mejora de su curiosidad, de su tolerancia, de su capacidad para resolver problemas, de la confianza en sus propias facultades o de su adaptabilidad. Los estudiantes de Erasmus se enfrentan a nuevas culturas universitarias y aprenden lenguas foráneas, al tiempo que ganan en autonomía y ensanchan su círculo de relaciones, mientras descubren las dimensiones de un universo global que, inevitablemente, va a ser su terreno de juego.
“La principal esperanza de una nación –dijo Erasmo de Rotterdam, en cuyo honor se bautizó este programa– reside en la adecuada educación de sus jóvenes”. Hace alrededor de quinientos años, cuando hizo tal afirmación, tenía ya toda la razón del mundo. Y más tiene ahora, cuando se han comprobado los beneficios de presente y futuro que brinda el programa Erasmus.