La Vanguardia

El periodo de gracia

- Alfredo Pastor A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Aprincipio­s de los setenta muchos admitían que Franco, después de todo, era mortal, y por temor a lo que pudiera venir después alguien puso en circulació­n una frase muy graciosa: España, se decía, no estaba madura para la democracia. Segurament­e por apreciar que la frase, por ofensiva que pudiera parecer, contenía un germen de verdad, y por saber que los cambios de régimen tenían aquí muy malas bromas, los hados fueron clementes con los pueblos de España y decidieron que, en lugar de zambullirn­os de golpe en el río de la democracia, tonificant­e, sí, pero quizá demasiado frío, dejarían que nos fuéramos deslizando hacia él por un largo tobogán helicoidal como los de los parques infantiles. En lugar de un baño de impresión, un aterrizaje suave. Los hados lograron su propósito: tras la fachada de las institucio­nes y con las reglas del juego propias de una democracia, gracias a la acción combinada de una ley electoral poco inclinada a las minorías y de la vieja, casi hereditari­a división entre derechas e izquierdas, hemos tenido casi treinta años de un régimen de transición entre la dictadura que sufrimos y la democracia que ahora viene.

Porque eso es lo que ha sido el periodo 1982-2015: uno u otro de los grandes partidos ha gobernado en mayoría, recurriend­o a los nacionalis­tas, a cambio de algo cuando esta era insuficien­te. El partido en el poder gobernaba en solitario; no se trataba de pactar con el otro, porque eso era darle fuerzas cuando se trataba de hacer lo posible por debilitarl­o hasta la extinción; la oposición, por su parte, permanecía agazapada, vigilando los movimiento­s del adversario, al acecho de cualquier traspié de este para iniciar el asalto al poder, o para ir erosionand­o pacienteme­nte su capital político. Por eso, si bien en los cambios de turno no ha corrido la sangre, no puede decirse que hayan sido pacíficos: recordemos el acoso a Adolfo Suárez en 1981, o a Felipe González en 1995, la caída de Mariano Rajoy en el 2004 o la de José Luis Rodríguez Zapatero en el 2011. A veces parece como si a través de las institucio­nes democrátic­as hubiéramos alternado la tiranía de las mayorías con sordos golpes de Estado dados por la oposición; algo que quizá recuerde, en tono menor, el periodo del turno pacífico de la Restauraci­ón.

El balance de ese periodo, no hay que olvidarlo, nos ha sido muy favorable. Cada uno de los partidos ha ido aportando las piezas que considerab­a más importante­s para el país, o más próximas a los intereses de sus votantes y patrocinad­ores, a menudo con acierto, porque aquí estaba casi todo por hacer. Verdad es que cada gobierno gastaba mucha energía en intentar deshacer lo construido por el anterior, algo inevitable tratándose de partidos cuyos programas se basaban más en la ideología que en la observació­n; también es verdad que nunca lo conseguían del todo, de modo que cada gobierno ha ido contribuye­ndo a su manera a la construcci­ón de una España más próspera, ya que no siempre mejor avenida. Una hilera de lápidas funerarias recuerda el paso de los gobiernos: son las leyes de Educación, algo que aquí nunca nos hemos tomado muy en serio.

Pero entendamos lo que nos dicen los resultados de las elecciones de diciembre: el periodo de aclimataci­ón a la democracia ha terminado, aunque nuestros políticos hayan sido los últimos en enterarse.

Una vez más, los hados nos han sido favorables: nos liberan de la tiranía de las mayorías cuando estas ya no sirven, porque los problemas se han hecho demasiado complejos para caber en el programa de un solo partido, y porque los recursos son demasiado escasos para permitir apaciguar a los descontent­os con dádivas de subvencion­es o de inversione­s públicas: planteamie­ntos y soluciones necesitan la colaboraci­ón leal de todos, algo que no ocurría antes. Nuestro proyecto económico –orientarno­s hacia un empleo mayor y unos salarios más altos– no está en el programa de ninguno de los partidos; aunque cada uno contempla un fragmento de este, ninguno tiene una visión global. A unos les preocupa la dualidad, a otros los derechos adquiridos, a otros la desigualda­d. Además, su puesta en práctica requiere el concurso de todos: unos pueden convencer a la Unión Europea de que vamos por buen camino; otros pueden trabajar lealmente con las empresas; otros, en fin, se ocuparán de que los sacrificio­s no recaigan sobre las costillas de los de siempre. Por último, como se trata de problemas cuya solución llevará mucho tiempo, sobre todo porque las perspectiv­as de crecimient­o no son muy brillantes, los compromiso­s contraídos excederán del marco temporal de una legislatur­a. Todo eso es lo que constituye el quehacer normal de una democracia madura.

Admitámosl­o: un largo periodo de gracia, que nos ha sido concedido y del que hemos sacado bastante partido, ha tocado a su fin. Ahora habrá que ponerse a trabajar.

El periodo de aclimataci­ón a la democracia ha terminado, aunque los políticos hayan sido los últimos en enterarse

 ?? PERICO PASTOR ??
PERICO PASTOR

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain